El Ministerio de la Verdad

21 abr 2019 / 11:18 H.

Si Winston Smith levantara la cabeza desde aquel orweliano “1984”, quizá no se sorprendiera demasiado. Tampoco Tomás de Torquemada, levantando la vista desde una de sus miles de hogueras patrocinadas. Menos aún levantaría la ceja, desconcertado, el fiero Hays mientras ondeaba su código restrictivo. Las enlutadas “miembras” de la “Liga Femenina de la Decencia” aplaudirían, sin duda.

En general todos los defensores de constreñir libertades, aplastar disidencias, ocultar diferencias, machacar discrepancias o silenciar al que osa opinar contra la corriente triunfante están de enhorabuena. Y lo peor del caso es que levantan su daga censora flameando nuestro interés, apelando a ese espíritu íntimo y personal que, según ellos, ha de ser salvado de posturas, ideas o proclamas que pudieran apartarlo del camino recto. Basándose en esta peculiar nueva religión radical, un grupo de ¿docentes? aplaudidos, dicen, por algunos padres y madres de familia de similar bagaje, han procedido a expurgar, purificar y limpiar las estanterías escolares de un centro catalán de volúmenes que atentaban contra la libertad, el desarrollo y el futuro libre de malsanas influencias de sus vástagos y “vástagas”.

Más de doscientos libros han sido retirados de una Biblioteca escolar. Insisto en lo de escolar ya que, como responsable de una de ellas durante varios años, tengo una cierta idea de los libros que en ellas se ofrecen a los alumnos. Al grito de “fuera machismo, xenofobia, racismo y otras viles tentaciones del mundo y la carne” al más viejo estilo de los que en tiempos quemaron libros en público escarnio, los escondieron bajo siete llaves o los anotaron en el códice de los prohibidos, han hurtado a los infantiles lectores títulos tan malsanos, perversos y dañinos como “Caperucita Roja”, “La Bella durmiente” y otros muchos cuentos representativos del acervo de nuestra tradición.

Siguiendo ese paso tan transcendental para la Humanidad, quién sabe si próximamente se propondrá derribar monumentos de la antigüedad construidos por esclavos o diseñados por arquitectos con cuyo ideario no comulgamos, obviar el teatro del siglo de oro e incluso retirar de los museos obras de arte pergeñadas con oscuras intenciones. De algún modo hemos de repensar estos avances que, en realidad no son sino regresiones a tiempos oscuros. Diríase que un nuevo Gran Hermano —y no me refiero al reality— nos vigila y nos marca el camino con una ferocidad que nunca imaginamos en quienes se autonombran defensores de libertades y avances sociales. Aquel “Ministerio de la Verdad” de Orwell va camino de instaurarse y de ir adaptando nuestra realidad a las apetencias de quienes lo manejan y pretenden manejarnos a todos.