El Jaén de nunca jamás

    12 sep 2021 / 16:08 H.
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    A este Jaén de nuestras comedidas alegrías y dilatados lamentos nunca llegó Peter Pan, ese chavea que encontró su paraíso imaginario en el país de nunca jamás, dónde los niños no crecen y permanecen enquistados en una infancia plena, libre y aventurada, una isla de cuento feliz, colmada de hadas buenas de todas clases, fauna mágica, y unos cuantos malos debidamente marginados en su propia mezquindad, como contrapunto necesario ante tanta dilatación de dicha y bonanza. Ya digo, a esta tierra taraceada con olivos, no vendrá el niño Pan, ni siquiera utilizando la materia fascinante de los sueños infantiles, porque en este, nuestro paraíso interior, asistimos a la penosa paradoja de que los niños crecen, y muy a su pesar, se marchan a otros edenes menos interiores pero más generosos en cuanto al pan y la cebolla y otras minucias alimentarias que no viene al caso enumerar. Se van cuando evidencian que las únicas hadas madrinas, y sin poderes mágicos que encuentran, son sus madres y abuelas, y algunos no tienen ni tan siquiera a estas. Cogen la puerta cuando se cercioran, que en este lugar paradisiaco que les intentaron construir sus padres ilusionados e ilusos, hay hechiceros malévolos que campan a sus anchas, ejercitando impunemente su magia tóxica y contaminante, inoculando la tristeza, la pasividad, la dejadez y el desencanto en aras de su propio beneficio, excluyente y estéril, de corto recorrido y peores consecuencias. Esto que estoy diciendo, creo, siempre dudo, no es una queja más de un abuelo avinagrado y pesaroso, sino una constatación empírica contrastada y avalada por datos estadísticos e informaciones de los medios de comunicación “libres”, de los cuales, dicho sea a título personal, cada minuto que pasa me fio menos, aumentando mi acritud y recelo. Perdonen esta controversia interna pero me inclino por la duda antes que por aquellas certezas de las cuales no tengo garantías. Quisiera, como un deseo de hombre que aún está vivo, eso creo, y antes de entrar en la pasividad eterna, atisbar un poco de esperanza y vivacidad en los ojos que miran nuestro Jaén y sus circunstancias. Puede llegar, algún Peter Sánchez, como recientemente ha ocurrido, predicando y prometiendo, como en otros tiempos arribaron otros próceres mesiánicos abriendo cielos idílicos y futuros portentosos, de cuyas palabras incandescentes y fulgores tan solo nos quedaron unas ascuas humeantes. A pesar de estas adversidades las gentes de Jaén quieren a su tierra y la añoran cuando están lejos, como entiendo puedan querer otros ciudadanos a sus pueblos con carencias similares, es decir, con ciega abnegación. También para paliar estos desamores que padecemos, surgen iniciativas individuales, grupos, organizaciones y asociaciones que ensalzan y potencian los tesoros y bondades que poseemos. Y me resisto a pensar que no haya alguna vez algunos políticos que aboguen por este terruño. Así pues, Jaén nunca digas nunca jamás.

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