El final de la cerveza

13 may 2021 / 09:40 H.
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Va a llegar el final del mundo o, lo que es lo mismo, el final de la cerveza. Se va a agotar y por eso la gente sale más a la calle que nunca. Tabernas y tascas, cantinas y bodegas, restaurantes y tugurios, todos a rebosar. No se había visto nada igual en décadas, tanta ansiedad y desesperación. En las terrazas y en las calles, en los bares y locales públicos dispersos, en los chiringuitos y kioscos con licencia para vender alcohol o no, da igual, se apresuran a vender y vender porque se acerca el fin. Cada vez está más cerca, aseguran las voces autorizadas. Pero en esta ocasión —al contrario que en la genial película El nombre de la rosa (1986), basada en la no menos genial novela de Umberto Eco, originalmente publicada en 1980— no hay penitencia, sino todo lo contrario. En el pecado llevamos la penitencia, en cualquier caso, podríamos apostillar.

Dejando quizás a un lado la ironía, resulta un tanto inexplicable esta barahúnda desaforada que se ha echado a beber sin ningún complejo, haciendo caso omiso no ya a las autoridades de Salud Pública, por los riesgos inherentes a la pandemia, sino por las consecuencias indudables de los hígados. Todo apunta a que los rebrotes cirróticos no se harán esperar. De los otros, se supone que también. En cualquier caso, con el buen clima se están relajando las medidas, pero las noticias del mundo son contradictorias. Los países de nuestro entorno poseen índices similares de vacunación, y ya se ve la luz al fondo del túnel, un túnel en el que muchos se ha quedado lamentablemente. En otras latitudes, como en la India, con casi 1.500 millones de personas, las imágenes son aterradoras y escalofriantes, por decirlo suavemente, y parece que están pasando por el peor momento. En realidad, de muchas naciones no hemos sabido nada durante este año y pico, ya sea porque no interesa mediáticamente o ya porque no disponen de transparencia suficiente como para hacer visibles sus datos de decesos.

Por otra parte, da gusto salir y ver a los viejitos merendando en los veladores, reuniéndose de nuevo con sus amigos y disfrutando de la primavera con sus dosis del suero puestas, seguridad y confianza a pesar de los protocolos ya habituales. Algo hemos ganado frente al virus, pues el año pasado por estas fechas las mascarillas y el gel hidroalcohólico andaban por las nubes, si es que tenías suerte de encontrarlos. De igual modo va a suceder con las vacunas, en pocos meses cambiará mucho el panorama, una vez que EE UU haya inmunizado a sus más de 300 millones de habitantes. No sé si existen motivos para la esperanza, aunque sea ingenua, ni si ayuda esta certidumbre de un mundo injusto y sin piedad. La Edad Contemporánea se abría en el siglo XIX con la denuncia por parte de artistas, intelectuales, poetas y escritores, de la inexistencia del progreso moral. Las compañías farmacéuticas han triunfado preparando el antídoto en tiempo récord. Se trata del ser humano frente a la enfermedad, sí, pero también se muestra una terrible escisión en el progreso. Y da que pensar esta batalla prometeica por la supervivencia. Pero mientras que la ciencia avanza, mientras que la tecnología se convierte en verdadera lanza del progreso, la moral nos empequeñece y la ética nos convierte en una raza mezquina. Cuando hablemos de progreso, no lo olvidemos, conviene saber bien de lo que estamos hablando.

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