Duelo de miradas

    20 oct 2019 / 11:20 H.

    En un casi trágico fotograma, Amenábar nos adentra en la respuesta de los asistentes al acto del Paraninfo de la Universidad de Salamanca mientras la banda sonora nos apabulla con las palabras de Unamuno: “Vencer es convencer, y hay que convencer sobre todo. Pero no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisitiva (mas no de inquisición)”. Interrumpiéndole se alzan los insultos, la descalificación y las graves amenazas en una progresión imparable. Justo en ese mismo instante mi memoria cinematográfica me trasladó a una situación en cierto modo comparable: los infantiles exabruptos de Moncho, el niño a quien todos llamaban “Gorrión” en “La Lengua de las Mariposas”, cuando su maestro don Gregorio es apresado por la vorágine de los exaltados que le conducirían a un infausto final. Probablemente ese duelo de miradas entre el chaval y su maestro nos dan idea de hasta dónde puede llegar la manipulación, la ignorancia, el enardecimiento alentado por la ideología sin sensatez. Moncho y don Gregorio se sienten ambos traicionados. El uno, joven y vulnerable, convencido en principio de que realmente “la libertad estimula el espíritu de los hombres fuertes” ve cómo la fortaleza de quien era su héroe se ve cercenada por la barbarie. El otro, abrazado a su sueño de un mundo mejor para sus alumnos, descubre cómo atenaza el miedo, el desconocimiento, la ignorancia, a esa “masa” tan fácilmente manipulable. La traición transmuta la mirada, en odio, en ataque, y hasta unas palabras como tilonorrinco o espiritrompa pasan a ser lanzadas como armas arrojadizas despojándolas de su espíritu instructivo.

    Don Gregorio, un fascinante Fernán Gómez, y don Miguel, un no menos excelso Karra Elejalde, tienen delante el horror de comprobar que no podrán alcanzar aquella máxima que decía que “si conseguimos que una generación, una sola generación, crezca libre en España, nadie les podrá arrancar nunca la libertad, nadie les podrá robar ese tesoro”.

    La libertad, ese voluble soplo al que pretendemos aferrarnos, tiene multitud de facetas cuando se enfrenta a quienes tratan de vestirla al modo que mejor construye sus realidades paralelas. El templo del intelecto al que aludía Unamuno o el aula destartalada donde el viejo maestro republicano, soñador y frágil, impartía su magisterio se vieron profanadas por la fuerza, por el ciego impulso de la ignorancia bruta y dejaron el camino yermo con guijarros manchados de sangre alrededor.

    No. Así no se convence aunque hayamos vencido. Lamentablemente, en según qué aspectos, no hemos avanzado del todo. Ya lo avisó don Miguel: “Me parece inútil pediros que penséis en España”.