Dolor y muerte

21 jul 2020 / 16:27 H.
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En estos tiempos de dolor y muerte sobrevenidos echo en falta a espíritus tolerantes mostrándose sin máscaras, actuando de forma natural, creyendo en la verdad de las cosas y en la libertad para poder expresarlas. Faltan espíritus críticos que consideren sus propias certezas como algo innecesario para moderar y contemporizar con un bipartidismo bicéfalo enfrentado en una disputa infructuosa por detentar el poder al precio que fuese preciso. En estos tiempos de posiciones extremas, me angustia el recrudecimiento del fanatismo, pero sobre todo, me duele la caída del humanismo. Parece como si nadie comprendiera la situación dramática en la que estamos inmersos, es como si alguien quisiera aislarnos del debate social que afecta a la totalidad de capas sociales. La destrucción del tejido social y económico precisa más que nunca de una buena gobernanza que difumine la labor de multitud de agoreros y el papel ambiguo que presupone la falta de un liderazgo carismático capaz de devolver la cordura a unos políticos cuyas posiciones no estuviesen en contra de nada y se ajustasen a criterios puramente políticos, como ese que recomienda que rememos todos en la misma dirección.

Los políticos no deberían estar subvencionados por un poder que exige fidelidad absoluta a su discurso político. No es tiempo de servidumbres sino de solidaridad, no es tiempo de sostenerla sino de enmendarla, ni es tiempo de airear patéticas proclamas o de mantener una tónica supremacista irresponsable. Es tiempo de unidad parlamentaria, que no divida con soflamas llenas de odio al conjunto de la sociedad. Es tiempo de gobernar como una sólida mayoría que no tendría que estar pendiente de un multipartidismo fragmentado dispuesto a sacar partido en tiempos de una crisis sanitaria que afecta a todos por igual. Esta gravísima crisis requiere de cohesión y concordia para llegar a acuerdos en políticas que prioricen la reconstrucción de un país que tendrá que enfrentarse a una prueba de fuego que de no superarla, supondría hambre, enfermedad y más dolor y muerte. Lo mismo que no se sostiene que un laboratorio preparara supuestamente un patógeno sin tener prevista la vacuna, no entiendo por qué no aislamos nuestras diferencias para identificar el modo de metabolizar esta pandemia que va a resultar muy dura de roer. Confiemos en la ciencia y mientras llega esa ayuda médica, prestemos nuestra ayuda incondicional allá donde se nos requiera. No debe ser difícil motivarnos en un caso como este en el que la injerencia de un patógeno en nuestras vidas, está dando lugar a una nueva normalidad que por ahora se reduce a estar prisionero de un virus que compartiré hasta su destierro. Una especie de placidez resignada me anima a pensar que pararemos otras pandemias y que saldremos de recesiones profundas que pueden derivar en depresiones catastróficas si no actúa con eficacia y rapidez la política común europea, la misma que tendría que salir reforzada de todas las crisis. ¿Que sais-je? Qué sé yo de los esfuerzos colectivos que sin contención y artificio tendría que realizar este país para superar una doble crisis sanitaria y económica. Qué sé yo de esta dramática situación que regresará a la vida de antes con la lección aprendida de proteger la sanidad pública y a esos trabajadores esenciales que salvan vidas por vocación...

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