Día séptimo

    25 feb 2018 / 11:15 H.

    No acaba de morir, Jesús de la Expiración, la mañana de Cuaresma. No quiere dejar huérfano a tanto cofrade que contempla su gesto en el que están contenidas todas sus ansias, dudas, amores y recuerdos mejores. Pero debe partir para prepararnos una morada más allá del tiempo, en un reino jamás prescrito. Día final. El hondo dolor sentido al contemplar su agonía da paso a un vislumbre de gloria. Danzan alegrías renovadas en el pecho al saber que nos está abriendo las puertas de los cielos. En su grito “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”, vuela también nuestra voz creyente, pero, asimismo, la del jaenero escéptico, porque su agonía nos renueva a todos cuantos gritaremos así, aunque sea en un susurro, al llegar la última hora. Mediodía. Felicidad. Rostros alegres, abrazos lentos y sentidos. Simbiosis de corazones en torno a una devoción añosa, fecunda y entrañable. Hoy no hay que estar triste. Jesús expirante ha rasgado el infinito y ya puede columbrarse una luz renovada. Seguirán la cuaresma. Y más tarde, acariciados de azahar, con Él a la calle para recorrer Jaén, vestidos de lirio y azucena, mostrando al pueblo, en tiempos incrédulos, su muerte de cruz. Rezando en la prisión del caperuz, o bajo el agobio de los faldones, por todos aquellos que alguna vez se han sentido más libres y jaeneros al contemplar el delirio inenarrable de su gesto expirante de cara al limpio y azulenco dosel de la tierra amada. Porque este Cristo jaenero, de cuerpo de junco y escorzo imposible, es la bandera de una cofradía valiosa que lo muestra al pueblo de Jaén bajo la limpia luna de Nisán.