Devórame otra vez

    28 jun 2020 / 10:42 H.
    Ver comentarios

    Si, devórame de nuevo. A ti me dirijo, reloj. A ti te hablo, almanaque. A ti te susurro al oído, Tiempo. Haces con nosotros aquello que decides sin darnos opción alguna de rediseñar tus acciones, tus oprobios y hasta tus caricias, que alguna nos prodigas, aunque no con la frecuencia e intensidad que desearíamos. Eres como aquel Saturno que Goya imaginó devorándonos como hijos tuyos que somos. Quizá te sorprenda mi petición, mi deseo. Devorarnos de nuevo lleva consigo un atributo que consiste en convertirte en ave y volar. Si, no te sorprendas. Ellas regurgitan los alimentos que recogen y los ofrecen de nuevo a sus polluelos. Un ciclo que no debería serte ajeno. ¿Nunca pensaste, amigo Tiempo, volver a dejarnos disfrutar de alguna que otra pincelada ya vivida? ¿No te has parado a pensar —si es que te está permitido detenerte— que quizá tu relación con nosotros cambiaría a mejor si te decidieras a ejercer de pájaro y nos “devoraras” una y otra vez, dejándonos revivir tu huella en nuestros pasos? Estéril ejercicio de nostalgia dañina, sé que estás pensando al ver mis palabras pasar frente a tu inmisericorde minutero inmortal. Pero te equivocas. Regurgitar momentos que nos fueron robados, que perdimos inconscientemente, que dejamos caer despreocupados, que olvidamos registrar en el archivo de la vieja neurona que galopa hacia el abandono, nos haría apreciarte aun más. Sí, hombre, sí, en el fondo te queremos, no te preocupes. Sabemos que eres nuestro compañero perenne en el camino, aunque nosotros dispongamos de una caducidad certificada. Siempre echamos mano de ti cuando algo nos agobia. No tenemos tiempo, no nos da tiempo, quisiéramos comprar tiempo... son expresiones que usamos con una familiaridad que a veces te extraña y que te hace meditar pero, claro, solo son instantes infinitesimales en tu existencia omnímoda. Un tal Sabina, a quien seguro conoces por ese íntimo roce con el que te menciona, nos contó que a alguien le habían robado el mes de abril. ¿Te suena? ¿Te imaginas la situación? Un sucio calendario le hace darse cuenta de que ya ese tiempo no está en el cajón donde se guarda el corazón. Pues ya ves, nosotros también compartimos colchón con esa sensación. Aun nos atenazan la garganta, los pies y los latidos las jornadas confinadas, los días de prisión domiciliaria, los besos no atornillados, los abrazos desprovistos de calor, las pupilas sin nadie reflejado, los pasos huérfanos. Y tú, impertérrito, altivo, cabalgando en tu etéreo segundero, ni siquiera osas sonreírnos y darnos una minúscula segunda oportunidad. Déjanos, por favor, volver a sentir el mórbido roce de la felicidad compartida, permítenos sabernos vivos en lo ya finiquitado. Devóranos de nuevo.

    Articulistas