Desesperanza

    17 jul 2020 / 15:40 H.
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    Apenas han pasado unas semanas desde que se decretó el fin del estado de alarma y ya parece que para muchos no ha existido el temor al contagio, ni el confinamiento preventivo, ni la terrible enfermedad, ni el horror de la muerte, tal es la manera de proceder que se ha generalizado en los pocos días que llevamos en la mal llamada nueva normalidad que ahora padecemos, situación que más parece un paulatino descenso por la pendiente del rebrote que nos llevará de nuevo al infierno de la pandemia del que aún no hemos acabado de salir, aunque algunos irresponsables alienten a los ciudadanos a salir como si tal cosa no fuera con ellos y afirmen que no hay que tener miedo porque la pandemia ya está vencida. Y no, no está vencida, sino presente y esperando dar un nuevo y aún más mortífero zarpazo, porque estamos a la entrada del infierno y como dice Dante en la Divina Comedia, ‘dejad toda esperanza’.

    En el inicio de dicha obra, el insigne poeta habla de El Infierno “a la mitad del viaje... me encontré en una selva oscura, por haberme desviado del camino recto” y continúa así “cuyo recuerdo renueva mi pavor, que supera al de la muerte”. Sería difícil encontrar una descripción más ajustada a la realidad que ahora vivimos que esta cita tomada de una obra literaria escrita hace más de siete siglos. Porque no puede ser más claro que en el caso del virus que ya afecta a medio mundo estamos sólo al inicio del viaje, ya que cada día hay un nuevo récord de contagios, y lo único cierto es que mientras no tengamos una terapia adecuada que cure la enfermedad y una vacuna eficaz que la prevenga y nos haga inmunes, no habrá descanso posible ni seguridad para ningún país o sociedad por muy avanzada, prepotente o descuidada que sea, que de todo hay en este mundo en el que nos toca vivir. Y refiriéndonos a nosotros mismos, por no ir mucho más lejos, hay que decir que en esta sociedad algo descerebrada no se cumplen las más mínimas normas que se aconsejan para evitar los contagios; por citar la más conocida que es el utilizar mascarilla, he podido comprobar que en los pueblos se usa más que en la ciudad, será porque allí todos se conocen, en las grandes ciudades apenas las usa un treinta por ciento de la población, y en los sitios de playa sólo las usan con asiduidad las personas de mayor edad, ya que la gente joven pasa bastante de este asunto que es algo molesto, quizás porque piensan que no va con ellos, de tal modo que pasear por la calle es un continuo zigzaguear para evitar acercarse a despreocupados desenmascarados, por no calificarlos de manera algo más dura.

    Y al llegar a este punto de nuestro incierto caminar hacia el abismo, volviendo de nuevo a La Divina Comedia que hoy me sirve de inspiración y apoyo argumental, parafraseando su canto vigésimo, se puede afirmar que toda esa gente a la que acabamos de calificar de despreocupada camina hacia el abismo en círculos cada vez más estrechos “con el rostro vuelto hacia la espalda y les es forzoso andar hacia atrás ya que han perdido la facultad de ver por delante”. Y el problema no sólo lo tienen ellos, sino que a los demás también nos precipitan hacia el abismo que comenzará más pronto que tarde en forma de nuevo confinamiento, de hospitales saturados de enfermos y de múltiples fallecimientos, sin que entonces podamos enjugar con “lágrimas que caigan sobre la espina dorsal” aquello que no hemos sabido conservar con una conducta adecuada tal y como se nos ha aconsejado, aunque no exigido de forma perentoria y coercitiva por aquellos que podrían hacerlo. Y para concluir esta admonición, que mejor hubiera querido que fuese un exhorto, es necesario advertir que la única vía por la que podríamos escapar de este precipicio sería tomando conciencia de que tenemos un problema grave, sanitario y económico, ambos aspectos van enlazados, y sólo mediante la responsabilidad individual, cuyo conjunto es la de toda la sociedad, cumpliendo con todas las medidas de seguridad sanitaria podremos aspirar a pasar este purgatorio y hacer que ‘la nave... dejando detrás de su estela un mar cruel despliegue sus velas al encuentro de mejores aguas’ para volver paulatinamente a la normalidad, conseguir controlar el virus y garantizar la protección de todos.

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