Denuncia de un crimen

03 nov 2020 / 17:03 H.
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Disculpad, nobles señores, sé que no es normal que alguien de mi condición irrumpa de este modo en la Corte, pero un asunto de suma importancia me ha empujado a viajar hasta aquí desde mi tierra del sur. Necesito acceder al salón del trono para narrarle un gravísimo suceso, de viva voz, al Rey de Castilla. ¿Qué decís? Ah... que su Majestad no puede recibirme porque está despachando sobre asuntos muy principales. Entiendo, pero debo deciros que también son de gran relevancia los hechos que me han llevado a comparecer ante mi rey, porque también es mi rey aunque muchos me consideren inferior y me desprecien por mi origen.

Está bien, os informaré a vos para que podáis transmitir al monarca la importancia de mi denuncia, porque a eso vengo, a señalar una salvaje agresión que ha tenido lugar en la frontera del reino, en la ciudad de Jaén, en donde sangre inocente ha sido vertida impunemente sin que ninguna autoridad local haya movido un solo dedo para impedir o castigar semejante injusticia. Y por eso comparezco ante mi rey Enrique IV, porque en otras ocasiones similares ha acudido presto a socorrernos (sin importarle nuestro credo), atendiendo a los sabios consejos de su fiel valido el Condestable José Lucas de Iranzo, que tantos buenos servicios ha prestado a la Corona y que, desde su Palacio en Jaén, ha sido benefactor de sus vasallos más necesitados, como yo y los míos. Y eso le ha traído graves problemas. Muchos, aquí, en la Corte, le acusan de ser demasiado tolerante con los que hemos abrazado en fecha reciente el cristianismo. No, por Dios, no os acuso a vos de ser uno de esos conspiradores que tanto tiempo han deseado acabar con la íntima relación del Condestable José Lucas y su amado rey. Pero creedme, necesito contarle, personalmente, a su Majestad, el horrible crimen que ha tenido lugar en Jaén y que él sabrá castigar con justicia. ¿Cómo decís? Que el rey Enrique ya es conocedor del asesinato en la Iglesia Mayor, del que ha sido víctima su amado Condestable, y que está furioso y que ha jurado que los culpables sufrirán horribles castigos.

Ya. Pero no es eso lo que yo vengo a denunciar. Mi intención, al acudir aquí, no era comunicar el magnicidio, pues yo ya sabía que el rey había sido informado del crimen y que sería implacable con los asesinos de su amante... perdón, quiero decir... de su amigo... disculpad el lapsus.

Mi objetivo al venir aquí era informar, al rey de Castilla, que tras la muerte del Condestable, muchos exaltados se reunieron alrededor de nuestro gueto, armados con herramientas y con armas y con palos y con piedras y no pararon de dar rienda suelta a su crueldad y a su ira hasta que la sangre rodaba por las cuestas de la judería y se dispersaba, tras la carnicería, por toda la ciudad, en forma de huellas de los culpables de la masacre, que impunemente han acabado con la vida de muchos inocentes. ¿Qué me decís? ¿Permitiréis que hable, al fin, con el monarca? ¿Cómo? ¿Aún no? Pero ¿por qué motivo? Ah. Que vais a crear un tribunal para asuntos que conciernen a mi gente, a los conversos y a los judíos. Entiendo. Y me alegra saber que esta nueva institución llegará pronto a mi tierra. ¿Cómo decís que se llamará? Ah, el Tribunal de la Inquisición. Gracias por informarme. Volveré a Jaén para dar la buena nueva a los míos.

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