De parques y de comarcas

23 dic 2021 / 16:48 H.
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Las noticias aparecidas en este Diario sobre multas millonarias a un empresario de Río Madera, en la Sierra de Segura, traen a la palestra el eterno debate de las legislaciones “limitantes” en los llamados “espacios protegidos”, donde al final quien acaba desprotegida es la gente que los habita. El asunto cobra una especial dimensión si lo enmarcamos en el nuevo movimiento de la llamada España Vaciada, representado en esta provincia por la unión de diversas plataformas al grito de “Jaén Merece Más”. Y la verdad es que razones no faltan para sentirse discriminados, aunque tampoco estaría de más revisar con rigor la historia reciente para entender que no siempre el problema es que no venga dinero a la provincia sino —peor todavía— lo que se hace o se deja de hacer con él. A nadie debería extrañar por tanto la movida, teniendo en cuenta que los representantes políticos provinciales son más dados a justificar las decisiones de sus partidos que a cuestionar posibles discriminaciones con el territorio por el que son elegidos. En la Sierra de Segura, la intervención político-administrativa de los últimos treinta años —en lo que pudiera llamarse la “era Zarrías”, que así se llamaba el que más mandaba— ha llegado al extremo de generar en la población la perversa creencia de sentirse habitantes de un parque natural. Junto a ciervos y jabalíes, águilas reales o culebreras, mochuelos, halcones y comadrejas, pulularían por esos montes mamíferos de dos patas y supuesta inteligencia. Pero resulta que no. Las personas no somos habitantes de ningún parque natural, como aquel entrañable oso Yogui de nuestra infancia que robaba la comida de las cestas de los turistas. Las personas somos ciudadanos, vivimos en pueblos o en ciudades y pertenecemos a comarcas definidas no por criterios medioambientales sino históricos, económicos y culturales. Desde finales del franquismo y frente a los abusos administrativos, ilustres serranos como el desaparecido Emilio de la Cruz clamaban por una mancomunidad de municipios. Con la creación —contestada también— del “parque”, y la manera de agenciarse y de “venderse”, se ha ido llevando a cabo una sibilina “descomarcalización” de las sierras que lo componen, velando antiguos anhelos respecto a la consecución de diferentes formas jurídicas para la gestión directa y mancomunada de la actividad económica y cultural de cada una de ellas. La España Vaciada dejará de serlo cuando la gente de cada lugar vuelva a coger su protagonismo. Ese reencuentro, que ahora todo el mundo llama sostenibilidad, es lo que en teoría se debe facilitar y favorecer con los dineros europeos. Lo que era una relación simbiótica, inseparable, dura y entrañable, se fue convirtiendo en una lucha absurda provocada por decisiones políticas venidas de la corte. Es evidente que debe existir una política medioambiental común. Pero no hay los mismos problemas ni el mismo paro en unas zonas que en otras. Curiosamente la que más aporta al Parque es la que menos crece. Fortalecer y dotar —de verdad— de contenido a las comarcas como unidades lógicas de desarrollo autóctono y sostenible podría ser una alternativa coherente con la filosofía de vida y de progreso en la que estamos inmersos. Contando para ello con los mejores, que suelen ser los que ya han demostrado en el propio territorio las cosas buenas que se pueden hacer.

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