“Damnatio memoriae”

    03 nov 2019 / 11:52 H.
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    Hace algunos años, en mitad de un ataque agudo del síndrome de Stendhal —al que soy muy dado ante ruinas arqueológicas— descubrí que ciertos altorrelieves en Egipto tenían la cabeza picada de tal modo que no se pudiera identificar a quién representaban. Ese ardor por hacer desaparecer la historia no es patrimonio de los egipcios. El hecho de condenar a alguien o a algo a “no haber existido” lo desarrollaron, entre otros pueblos, los romanos. Fueron ellos los que perfeccionaron el sistema hasta el punto de confiscar de los bienes del personaje “a olvidar”, desterrar a su familia y exterminar a sus partidarios. Todo para consolidarse en el poder y borrar todo legado anterior.

    Este “Damnatio memoriae”, esta condena al olvido, ya nos la acercó Orwell en su aclamada distopía “1984” con los equilibrios que ejercía el “Ministerio de la Verdad” manipulando, destruyendo y haciendo desaparecer toda huella de un pasado que no coincidiera con la versión oficial del momento. Y no olvidemos que tal realidad paralela fluctuaba con inusitada frecuencia haciendo que los funcionarios no tuvieran casi descanso en su fervor destructor.

    Ese afán de sobreponer capas distintas sobre el campo de la historia nos ha ido acompañando a lo largo de los tiempos y no precisamente de forma literaria. Gobiernos, Estados e historiadores más o menos vendidos o interesados, se han preocupado desde antiguo en hacernos ver que sus actuaciones, proclamas, visiones o legislaciones eran la plasmación de un ideal que nadie en el pasado reciente o de antaño, hubiera siquiera imaginado. Si para ello es necesario alterar crónicas, descalificar investigaciones, borrar personas o resignificar hechos, monumentos, batallas o meras imágenes en el imaginario colectivo, se hace sin pudor alguno. Es la aquiescencia borreguil de un pueblo adormilado en la manipulación, lo que debería hacernos reflexionar. Mucho hemos de hacer trabajar a nuestra neurona vigilante para aceptar que, a lo largo del devenir de los siglos, tantas generaciones hayan dado por buenas las supuestas explicaciones de sus gobernantes sin percatarse del engaño. Solo el dulce calor de aquello que queremos escuchar puede hacernos desistir de ahondar en la realidad, en la verdad. Y los políticos saben mucho de eso. Nacionalismos, populismos y otros “ismos” variados tratan de hipnotizarnos con sus pases mágicos a la historia, con sus soplos que derriban certezas y siembran incertidumbres en las que sumergirnos para llevarnos a su “huerto” particular haciendo suya la sentencia orwelliana: ignorancia es fuerza. Menos mal que podemos, con nuestro voto, aplicarles nuestro particular “Damnatio memoriae” y dejarlos aparcados en la cuneta de la historia.

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