Cultura que muere

    05 oct 2020 / 10:01 H.
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    A veces nos saturamos y nos dejamos llevar por el arte, quizás sin saber que es arte. Y es que la magia de la cultura nos envuelve y nos llena de luz, nos lleva a lugares fantásticos y placenteros que nos hacen olvidar nuestros momentos oscuros, nuestras ofuscaciones, las cosas que saturan nuestra mente o nuestra alma. ¡Qué fácil es desconectar con la música de fondo! ¡Qué calma cuando las páginas de un libro nos envuelven! ¡Qué paz cuando volamos a otros tiempos en visitas a lugares! ¡Qué maravilla cuando hace unos meses disfrutábamos de todo esto en las calles y locales, compartiendo sonrisas! La cultura ha quedado relegada porque la cultura no es economía pura y dura. Porque no mueve millones como una tienda en una gran superficie, donde los aforos son relativos, mientras que las salas de música o los cafés para un recital de poesía se ven asfixiados porque no podemos reunirnos en torno a una receta mágica...

    Los teatros vacíos, pero largas colas para pagar unas bragas que realzan los glúteos. Los museos angustiados, mientras los polígonos son hervideros a cualquier hora. Las voces de nuestros artistas apagadas o enlatadas en el formato que más uses, a pesar de que las colas en los supermercados de franquicias hacen que esperes un mínimo de veinte minutos para pagar lo que te llevas. Entiendo que estamos en pandemia y que tenemos que cuidarnos, olvidémonos de una vez de aquello de que los que están arriba se preocupan por el pueblo, porque es mentira. Da igual el partido que reine en el cotarro, les importamos un carajo. Entiendo y comparto que es responsabilidad individual salir de este momento de mierda que nos ha tocado vivir, o que hemos provocado vivir. Entiendo y respeto a quienes viven con miedo. Pero no entiendo la selección que se hace para decir tú sí puedes seguir con tu actividad y tú no.

    Presentaciones de libros canceladas, conciertos inexistentes, teatros que parecen desiertos, exposiciones guardadas en cajones, recitales mudos y todo lo que me dejo en el tintero porque podría llenar todas las páginas de este periódico y de las siguientes cinco ediciones. La cultura yace muerta en estos momentos de pandemia. La cultura no existe, la cultura no da de comer. Pero es que tampoco me da de comer el político que dice que me meta en el aula con 30 alumnos y me exige guardar la distancia de seguridad porque no ha visto un colegio público en su vida. Tampoco me da de comer el político que dice que en mi casa no puede haber más de seis personas pero que no sean convivientes o que use la mascarilla mientras me tiro en el sofá a desconectar del día. Tampoco me pone la mesa el político que dice que le están acosando, ni la que dice que Madrid está a salvo del bien y del mal... Nadie me da de comer si no soy yo y mi trabajo. Pero sí que necesito alimentar el alma y el ánimo. Necesito acudir a una presentación de un libro y me hagan volar hacia el cómo y el porqué de esas páginas. Necesito música en directo que alimente mi sangre. Necesito poesía recitada por voces que la sienten y la hacen viva. Necesito arte en mis paredes que llene mis días de sensaciones. Quiero vivir en esta pandemia sin olvidarme de que mi alma también tiene derecho a ser feliz.

    Hace unos días nuestros artistas, los que paren la cultura diariamente, nos dieron una lección de coherencia en una manifestación abrumadora. Sin cacerolas, con mascarillas, sin coches contaminando, con distancia estricta de seguridad. Demostraron que pueden seguir trabajando para regalarnos su arte. Demostraron que la sociedad necesita menos fútbol y más cultura, más arte, más letras, más sonido, más color. Y resulta que mientras los Amancios comen tranquilos, los Ayusos campan a sus anchas, los Imbrodas juegan con la educación en una partida compartida con los Celaás, la cultura se viste de luto, se merma y se marchita porque le cortan las alas, porque la arrojan a la tumba de lo innecesario, porque no es lo suficientemente productiva como para ser considerada economía del país. Triste realidad la nuestra, que nos obligan a ser ignorantes y con los bolsillos vacíos.

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