Cortijo

    27 ene 2022 / 16:31 H.
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    Unos dicen que las piedras levantan vuelo, golpean los cristales y dejan el cortijo a merced de un viento enojado y revuelto. Otros dicen que por los pasillos corren diablos. Éstos, que lobos de pelo erizado aúllan sobre las tumbas de los muertos. Aquellos, que son ánimas benditas. Si la bestia es animosa y de buen tranco, el cortijo no está a más una hora de la Catedral de la Asunción. El ahijado de la dueña, mozuelo viejo, descreído de Dios y del diablo, se va de casero. Amarra el avío sobre el aparejo de la torda y pone pié en camino. Llegó al cortijo, acomodó a la bestia, prendió lumbre, puso el ternasco al amor de las ascuas y fue al pozo por agua. De vuelta, vio que un gato rabón iba al asado. Agarró la tranca y tan certero golpe dio al pobre miau que éste huyó mallando. Se afanaba el casero con el bocado entre dientes, cuando reapareció el gato, vendada la cabeza, sonriendo, desafiante, calzones impecables y botines de tafilete negro. Qué hora será, preguntó para sí el hombre. Contestó la sonora voz del gato ¡Las nueve son! Echó el mozo a correr por la torda, y, temblando de miedo, pero ya sobre el lomo de la bestia, gritó al viento huracanado ¡A las diez, por San Ildefonso!

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