Conciencias invidentes

26 abr 2016 / 17:00 H.

No sé por qué a las cosas más importantes de la vida se les dicen que están ciegas. Se dice que la justicia es ciega, que el amor es ciego... Y ¿la conciencia, también es ciega? Debe serlo a juzgar por las miserias que atenazan al mundo mientras la raza humana, los únicos seres de la naturaleza que deben tener conciencia, miran para otro lado. No se entiende, no se puede entender, que exista tanta injusticia, tanto desamor y tanta falta de conciencia en esta tierra. No hace falta repetir la falta de humanidad, de solidaridad, de amor al prójimo de la mayoría de los poderosos, los ricos, los bendecidos por la fortuna.

De sobra se sabe y recordarlo una vez más sería inútil. Nada les va a hacer cambiar de su avaricia, de su dureza de corazón ante la desgracia ajena. El drama que más acucia y reclama auxilio en la actualidad es el de los muchos miles de refugiados que están sufriendo las tragedias de las guerras y el rechazo de sus congéneres, podría decirse de todo el mundo, que se niegan a llegar a un acuerdo para prestarles la ayuda mínima que les permita vivir dignamente, máxime cuando entre esa muchedumbre hay miles de niños que se debaten entre el hambre y la miseria. Los países se niegan a prestarles la ayuda que cada uno pudiera hacerles. Aunque públicamente declaran que les tenderán una mano, la realidad es que la mayoría de los países siguen con las manos metidas en el bolsillo sin hacer nada, entre ellos España. Siempre hay un pequeño número de personas que hacen la excepción, que evitan que la humanidad sea íntegramente condenada.

Hace pocos días he leído que el expresidente de Uruguay, José Mujica, va a acoger a cien niños refugiados sirios en su casona del campo. José Mújica, que fue presidente de su país durante cinco años, era conocido como el presidente más pobre del mundo. Nunca quiso vivir en el palacio presidencial y lo hacía en su granja, con su esposa. Su sueldo lo entregaba para obras de caridad y sólo se quedaba con 2.000 euros mensuales. Y solía decir que no entendía cómo le llamaban el presidente más pobre del mundo cuando él, con ese dinero, vivía mejor que mucha gente. Algo tendrá, digo yo, cuando se compromete a acoger a cien niños. Lo que sí es seguro que tiene es una conciencia plenamente clarividente, sin vendas en los ojos.