Cien lugares

18 may 2020 / 16:42 H.
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Mis cenizas, en un bar, a la orilla de la barra, donde pisan los del carajillo y la copa de coñac; sin ceremonia ni llantos ni brindis siquiera, al son de una de bravas y dos de carne en plancha, y con todo un día por delante, escuchando hablar de política, fútbol y amores que van y vienen; como si no hubiera muerto nadie, como si no hubiera un mañana, ¡que viva la algarabía y que se llene! Es de justicia: a ese horizonte les debemos en muchas ocasiones el buen ánimo, la estrategia de toda una semana de trabajo, media vida. Y cuando se alcance la hora de cierre y el camarero resople y suba el fin el volumen de la música y baje la persiana, que me cepille sin cuidado y a la basura. Hasta ahí mi existencia, que se queden el resto los muy responsables, los abstemios, los vendedores de humo: yo no preciso de más trama ni laberinto. Pero hagámoslo con calma, sin desbaratar la inmensa labor de los que nos curan ni reducir la guardia, con una picardía parecida a la empleó el Lazarillo, que supo sacar tajada de la desgracia, como si no fuéramos los de antes, como si de veras fuéramos distintos, almas de cántaros.

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