Carmen Linares

    29 sep 2019 / 11:30 H.

    Después de innúmeras indagaciones sobre la naturaleza del Flamenco, cuando ya se cuenta con una notable bibliografía que ha pretendido ahondar en las raíces históricas de este arte, con poco o ningún éxito, las conclusiones son inciertas, como desconocida su posible evolución. Ni siquiera existe certeza sobre el origen de su denominación. Es lo que hay. Pero, por contra, nos hallamos ante una estremecedora expresión artística que nos ha sido legada por varias generaciones de cantaores desde mitad del siglo XIX y gran parte del siglo XX. Y traigo a colación a Carmen Linares, porque ella, con un arte descomunal, sin que sea necesario responder qué significa el término Flamenco ni cuándo ni cómo se difundió esa mágica confluencia de las más variadas fuentes de la música popular, ha emprendido, en su trayectoria artística de las últimas décadas, una atinada senda para contribuir a resinificar el flamenco, esto es, contribuir a su evolución. Me explico, aunque sea con brevedad. No cabe duda que este arte, tal y como se conoció, en las primeras décadas del siglo XX, responde a un relato de vida, remoto, de signo trágico a veces individual y colectivamente considerado.

    Como señala Caballero Bonald: “La lógica evolución de las perspectivas históricas modifica también la apoyatura humana del cante, como tal vehículo expresivo de un drama personal”. Carmen Linares, ha tenido el acierto, junto a pocos que la precedieron, de modificar tal relato por otros que son intemporales, válidos en todo momento y universalmente vigentes como lo es un poema de Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández o García Lorca. Y la cantaora comprovinciana lo hace sin perjuicio de también prestar atención a los cantes más dificultosos del flamenco clásico.

    No se trata solo de modificar la letra de una siguiriya, de una soleá sino la de intentar que confluyan las emociones, la de un cante que formalmente tiene todo el eco flamenco, y el duende (que es innegable que lo tiene) de un poema de Miguel Hernández. Acaso, también, un segundo acierto en sus recitales: el de compatibilizar su experiencias re significadoras del flamenco, con la interpretación evocadora de un cante de siguiriyas de Manuel Torre o unas alegrías del Espeleta, por ejemplo. Cierto que ello es memoria, pero es que tal recreación ¿no merece contemplarse desde una perspectiva estética?

    Algunos fervorosos del denominado “Neoflamenco” lo llamarán “integrismo jondo”. La vedad del flamenco, del llamado en un sentido peyorativo “jondo”, dependerá, en gran medida, de la forma en que se actualice la propia tradición. Carmen Linares lo está consiguiendo. Aplausos para la Universidad de Jaén, por la elección de esta artista.