Cada uno en su alambre

03 ago 2019 / 11:33 H.

Ahora que el calendario nos obliga a los días de asueto, es tiempo para casi todo y también para reencontrarse con los fantasmas íntimos que tenemos postergados en la rutina de los días, en un armario con siete llaves. De pronto paramos, de cien a cero, sin descompresión para aclimatarse a una nueva realidad. Hasta Neil Armstrong, que dicen que estuvo en la Luna, necesitó un periodo de adaptación, pero nosotros caemos al planeta tierra, de sopetón, y nos vemos en bermudas y en chancletas luciendo pinreles los más atrevidos, con una tez mortecina inconfundible, somos los otros, los que no se habían ido aún. Nos vemos mirando el cielo —da la casualidad que avistando águilas en el mirador de la Osera, aquí a la vuelta de la esquina— y descubrimos que hasta es fácil respirar y que la cobertura y la dichosa wifi será siempre un asunto menor, aunque quién le dice a un zagal que levante el párpado y disfrute del cielo, cuando el resto del año el Fornite está más cerca que la Vía Láctea y la parentela anda absorta contestando el penúltimo whatsapp de vital importancia. Así anda la cosa y nos luce el pelo cano. Distraídos. El verano tiene el efecto secundario de que miramos a los lados, nos paramos, con el peligro que eso conlleva. También está la opción de la yincana turística para no bajarse de la noria tampoco en estas semanas y llegar con un estrés intacto para reincorporarte a la selva con los dientes afilados, en plena forma. Después de tan larga digresión podríamos hablar de la aparente inactividad de Pedro Sánchez “el conquistador”, quizá pensando en su Doñana particular, en contraposición con el hiperactivo e hipervitaminado Julio Millán con una agenda maratoniana, bien lo necesita una ciudad con el botón de “pause” atrancado. Corre el riesgo el presidente en funciones de que la cuerda no la tenga suficientemente tensada, así el peligro de perder el equilibro en el alambre es mayor. Durante mucho tiempo pensé que los funambulistas tenían un truco infalible con el que dejar absorta a la concurrencia. Eran “houdinis”, con sus propias leyes, pero a más metros de altura. Que no viera el supuesto engaño no quería decir que no estuviera a la vista. Mi pésima memoria me impide datar cuándo vi por primera vez a Los Karindas, una familia que vivía en las alturas pero con la amenaza constante de un mal paso. Así, metafóricamente, allí en lo alto está un presidente que busca puntos de apoyo y que mantiene la mirada fija en una línea en el horizonte que los demás no vemos. El asunto, no menor, es que formamos parte del espectáculo no ya como meros espectadores, sino que, en buena medida, dependemos que en su caída no nos arrastre. De hecho, esa mayoría silenciosa pide la formación de un Gobierno que ejecute su plan cuanto antes, luego ya estaremos prestos para loar las virtudes si las hubiera o sacar la punta al lápiz para criticar sus decisiones. Y es que esta inercia “agostina” no es buena para los que mueven el dinero que siempre piensan en la estabilidad como la mejor receta para mantener controlado el grifo. Quieren saber a qué atenerse y en una secuencia extraña dependemos de ellos porque sus hilos nos tienen cogidos de las partes más sensibles, llámense hipotecas, sueldos que cuestan la vida y otras sutilezas que llegan a la microeconomía de andar por casa. Tenemos una tendencia natural a mirar al equilibrista, fijarnos cómo avanza en cada paso y mantiene ese tortuoso caminar, en raras ocasiones reparamos en todo lo demás que hace posible el más difícil todavía. Quién tensa la cuerda para que todo salga bien, quién aguarda al otro lado de la torre y quién seguro, espera que caiga en el empeño. Todos hacen sus apuestas y esperan recuperar el dinero invertido en los boletos. El verdadero funambulista solo confía en su capacidad, en su concentración y en el próximo reto. No siempre suceden las cosas como estaban previstas y, al final, puede ser que el zagal sea el que te enseñe las bondades de la Vía Láctea. No todo puede darse por sentado, hay ilusiones que empiezan por 2,1 milímetros. Y los fantasmas, que sigan encerrados.