Birlibirloque

26 ago 2019 / 08:50 H.

España cambió a partir de la Transición que precisamente cambió el régimen dictatorial por una Constitución democrática. Lo que sucede, con el paso de los tiempos y la llegada de nuevas generaciones, es que las bases de esa Constitución se van desvirtuando y olvidando. La Constitución es de todos aunque está en manos del Estado, de los políticos. Y ahí vamos. Estos días yo pienso en otra transición que casi surgió al unísono y no es otra que la de las conductas básicas de esas nuevas generaciones que tan poco se parecen a las de mis tiempos en cuanto a comportamientos, orden. respeto, educación, costumbres y muchas otras de las buenas virtudes que deberían adornar al ser humano. No quiero decir con esto que vivamos en la jungla. Hay infinidad de personas que afortunadamente aún siguen recordándonos que vivimos en un mundo civilizado. Tengo el presentimiento de que no se les presta la suficiente atención a los jóvenes, que no se les ofrece un cauce más sensato a su camino. La formas de pasar su tiempo libre, las horas de ocio, las de divertirse, no se parecen en nada a las de mis tiempos. El concepto de libertad se ha sobredimensionado. Hay quienes se quejan de que recientemente se notan conatos de censura en la libertad de expresión. ¿Tienen idea de lo que era la censura en la dictadura? Estas últimas noches dedico alguna hora a ver, en el ordenador, aquellas obras de teatro que cautivaban a mis mayores y que terminaron por ganarme a mí. Sainetes, comedias, dramas de los grandes autores del siglo XIX y XX, como Carlos Arniches, Jardiel Poncela, los hermanos Alvarez Quintero, Miguel Mihura,Jacinto Benavente y tantos otros, eran emitidos en Televisión Española luciendo dos hermosos rombos, con lo que se prohibía verlas a los adolescentes. Hoy se ríe uno de aquella censura asfixiante. Hace años que no se ven en la pequeña pantalla estas grandes obras, como no se ve el género lírico. Ni apenas hay teatros donde ir a verlas porque a las nuevas generaciones no se les ha enseñado a conocer y amar nuestra literatura. Tiene mucha mayor aceptación el botellón, el desorden, el imperio del libre albedrío sin topes ni límites. A mí estas viejas reliquias literarias llevadas al teatro —y cientos de ella al cine— me rejuvenecen, mientras veo que otros se hacen mayores demasiado de prisa sin haber paladeado los auténticos sabores de la vida.