Bancos y mayores

    13 feb 2022 / 16:14 H.
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    Hace un par de semanas pasé uno de esos momentos que te atraviesan el alma y te la rompen, de esos momentos en que ves cómo una sociedad supuestamente desarrollada deja de la mano de los dioses a nuestras personas mayores, tratándolas como inútiles, como si ya estuvieran aquí porque sí, sin función en la vida alguna. Estaba en el cajero, esperando para sacar eurillos, y un señor de unos ochenta años, junto a la que imagino que era su compañera de vida, y que rondaba la misma edad, llevaba un rato peleándose con la maquinita, los papeles y, de paso, con la señora que le acompañaba. No puedo ni quiero reproducir las palabras exactas que aquel señor soltaba por su boca porque era un cúmulo de palabrotas y de acordarse de toda la familia de quienes trabajan con los bancos. Pues esa era la situación. Un matrimonio de unos ochenta años, peleando con un cajero automático. Sinceramente, os tengo que decir que empecé a perder los nervios un poco, porque no es que yo tuviera prisa, pero es que ya llevaba esperando más de quince minutos y tenía pinta de alargarse. Detrás de mí había una pareja de chavales de unos veinte años, que me hicieron ver la situación tal cual era la decir uno de ellos: “Los viejos estos no se aclaran con los cajeros y dentro no les hacen ni caso”. El alma se me cayó a los pies. Yo, que presumo de solidaria y de ciudadana luchadora, estaba perdiendo los nervios ante una situación injusta, fruto de eso que llaman “mecanización del trabajo”, o algo así. Decidí acercarme y preguntarles si necesitaban ayuda. La señora me miró con cara de desconfianza absoluta, mientras que el hombre no dejaba de mirar el cajero. Volví a preguntar y accedieron. Necesitaban sacar 35 euros y no había manera. La primera en la frente. Les dije que no podían sacar esa cantidad, que solo de 10 en 10 euros, y el hombre decía que él no necesitaba más, que si lo sacaba lo gastaba, me dio risa y todo. Al final su esposa lo convenció para sacar 40. Una vez la tarjeta estaba dentro del cajero, les pedía el pin, les dije que lo marcaran, y me dijeron que no veían los números que había en el papel y que lo metiera yo. Total, que les hice el trámite. El matrimonio estaba agradecido y el hombre se empeñaba en cambiar para darme cinco euros, a lo que me negué en redondo, por supuesto. Tras eso me acordé de las veces que he discutido con mi madre por explicarle cómo funcionan los cajeros una y otra vez y su, lo que yo creía, falta de interés. También me acordé de un maravilloso post que vi en Facebook que decía algo así como “Si los diputados no se aclaran con tres botones, no podemos pedirles a nuestros mayores que manejen los cajeros”. Y es que las maquinitas están chulas, internet es un mundo abierto, los avances tecnológicos están genial... Todo lo que queráis. Pero lo cierto es que en esta sociedad falta empatía por un tubo.

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