Ayuntamientos del cambio

10 ago 2018 / 08:49 H.

Una vez más el Ayuntamiento de Barcelona y el Ayuntamiento de Madrid vuelven a mostrar y a dejar en evidencia, con los temas del transporte público y el alquiler de viviendas vacacionales, la debilidad del poder de los ayuntamientos en nuestro país. Debilidad de poder que se muestra sobre todo en los Estados del sur de Europa, donde a lo largo del siglo XX y en lo que llevamos del XXI las fuerzas conservadoras han dominado por periodos más largos de tiempo. Es curioso que sea en el sur de Europa donde el poder municipal es el más débil y es donde las derechas han sido más poderosas. En aquellos países donde las izquierdas gobernaron más tiempo en ese mismo periodo, como por ejemplo en los países escandinavos, el poder municipal es mayor. Ese mayor poder en el nivel del Estado más cercano a los ciudadanos aumenta enormemente la influencia de los ciudadanos en el desenvolvimiento y expansión de las políticas públicas que afectan más directamente y con mayor intensidad a su calidad de vida y a su bienestar. Teniendo en cuenta la debilidad del poder municipal en España y frente al enorme poder político y mediático de las fuerzas conservadoras y neoliberales y de multinacionales como Airbnb, estos ayuntamientos del cambio se han enfrentado, con el coraje que caracteriza a sus alcaldesas, a tales intereses. Mientras tanto se ha demonizado a dichos ayuntamientos, manipulando y mintiendo; como siempre se les ha acusado de estar movidos por ideologías trasnochadas y se han presentado sus acciones como radicales. También se ha ocultado y no se ha explicado cómo estas medidas se han reconocido internacionalmente por parte de otras grandes ciudades como Nueva York, San Francisco, Los Ángeles, Nueva Orleans, Seattle, Miami, etc. Ciudades que han aplaudido a nuestros dos grandes ayuntamientos y se han inspirado en ellos a la hora de desarrollar los requerimientos para este tipo de actividad y a medida que la ciudadanía se iba quejando más y más por las molestias que los pisos turísticos están creando. La situación ha llegado hasta el punto en el que ha surgido una gran protesta ciudadana en las ciudades en las que este tipo de pisos y actividad se está difundiendo. Tales alquileres suponen una gran molestia para los barrios y para las fincas en las que se ubican, traen una población transitoria, desconectada totalmente de la vida de los barrios y que rompe con esa movilidad y con su comportamiento la unión y el espíritu comunitario de los sitios donde se sitúan. Y no olvidemos aquellos que además funcionan sin estar identificados, sin ningún tipo de protección para usuarios o vecinos y fuera de cualquier tipo de regulación. Además, para la gente normal y corriente, ha disminuido la oferta de pisos de alquiler o se han disparado los precios; el aumento de este tipo de pisos turísticos se relaciona directamente con el aumento del precio de los alquileres y el abandono de los vecinos de estos barrios a otros con menos pisos para los turistas. Al igual que la mal llamada economía colaborativa de los pisos de alquiler para turistas promocionada por empresas multinacionales como Airbnb está arrasando los barrios de nuestras ciudades, el mismo modelo de economía aplicado ahora a los transportes está destruyendo el sector del transporte público que ocupan los taxistas. Como usuarios debemos tener en cuenta datos interesantes, por ejemplo, los múltiples ejemplos de otros países donde compañías del tipo de Uber, eliminaron el sector de los taxis y subieron el precio del transporte muy por encima del que venía proveyéndose en este sector. El poder neoliberal y conservador desprecia la participación democrática ciudadana en la toma de decisiones, en los procesos de democracia popular, y de ahí su oposición a que el nivel de decisión más próximo a la ciudadanía, los municipios, tengan poder. Tanto el transporte público como el tema de la vivienda son un ejemplo más. Defender un poder central más fuerte y facilitar que los lobbies económicos lo instrumentalicen, tal como podemos ver en nuestro país una y otra vez, es empobrecer la democracia.