La España vacía está sucia

08 jul 2019 / 12:13 H.

Hay cajetillas de tabaco en el camino, cartones de leche junto a la fuente de Cortijo Viejo, y unos metros más allá, en la chopera, justo donde el “royo” se abre paso bajo la carretera, cajas de fruta y sacos de fertilizantes vacíos. Sobre todo, me cuesta entender lo de la leche, ¿cómo han terminado allí esos envases? ¿Quién bebe leche en la fuente de Cortijo Viejo, de la que emana auténtico champán serrano? En todas las aldeas impera el reino de los cascotes de bloques de hormigón que han sobrado en distintas obras; muy pocas se libran de las sacas de arena y de cemento, tal vez la Huerga Utrera, Poyotello y Moralejos, famosas en todo el mundo por la inmaculada pulcritud de sus calles.

Hace años, en el primer anchurón que te encuentras a la izquierda, subiendo desde Venta Rampias a los Anchos, unos hombres me propusieron almorzar con ellos. Buscaban setas, se mostraron amables, curiosos: “¿aquí vives todo el año? ¡Es sumamente hermoso esto!”. Rehusé su invitación: no tenía hambre, demasiado pronto para mí, iba de paseo con los perros. Me despedí, no sin antes desearles fortuna en su tarea. Llegué hasta La Conquista, y allí, valiéndome de la buena cobertura, efectué un par de llamadas telefónicas. Luego, tomé el camino de regreso, alcancé de nuevo el anchurón; los hombres ya no estaban, pero (a saber por qué) habían decidido dejar su rastro: latas de cerveza, una botella de vino hecha añicos, pelotas de papel plata, cáscaras de fruta, servilletas, un par de bolsas de plástico... Un rastro, entre otras muchas cosas, también se erige en una suerte de memoria que les prestamos a otros; el recuerdo que estos hombres me dejaron está repleto de mierda, basura, deshonestidad, malaje. Pobres hijos, si los tienen.

Creo que eran unos hippies belgas, con vivienda en Los Royos, una aldea perteneciente a Segura de la Sierra, los que cada mes de septiembre se dedicaban a recoger en sacos la porquería de los turistas y a colgarlos en las ramas de los pinos, a la orilla de la carretera. Creo que fueron unas chicas que pasaban algunos días en La Venta de Benito las que hicieron algo parecido, pero aglutinando todos esos deshechos junto a la fuente de Garrote Gordo. Fue la Asociación Cultural Zurribulle, en el marco de unas jornadas medioambientales, capitaneadas por Rocío Lara y Mariluz Castillo, la que se encargó de la limpieza del nacimiento del Berral y alrededores. Imágenes todas que construían un perfecto gancho de izquierda en la boca de nuestras conciencias. O eso quiero pensar.

La España vacía está sucia. ¿Cómo se explica? Si no hay nadie o somos muy pocos y, como en el caso de la Sierra de Segura, se trata de un Parque Natural, de un espacio protegido, que no pilla de paso, al que solo se llega adrede y para disfrutar de su inmensa belleza, ¿cómo es posible toparse con el pañal de un niño en cualquier sendero, con latas de refresco, clínex, botellas de agua, compresas, cristales rotos?

Aboga Manuel Martínez Torrejón —vecino de La Matea y reconocido espeleólogo— por el ocultismo. Dice, a grosso modo, que si de veras pretendemos preservar nuestros rincones debemos mantenerlos en secreto, no publicar fotografías en redes sociales, no publicitarlos. Y supongo que no le falta parte de razón. Pero ¿cómo renunciar al turismo, a una de las escasas actividades económicas que permiten que aún quede gente tratando de ganarse la vida en estos lares? Lo que quizá sí ayude sea tomar el relevo de esos hippies belgas de Los Royos, el de Rocío y Mariluz y el de esas chicas que pasaban algunos días en la Venta de Benito; ponernos manos la obra, enseñarles a nuestros hijos el respeto por nuestra tierra y emplearnos en dejarles un bonito rastro que, en la montaña, se ciña a las huellas de nuestros pasos.