Aquella casa encantada

    10 dic 2020 / 12:15 H.
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    Cuando los años van galopando velozmente y se cumplen, con más presura
    de lo que uno quisiera, es cuando me doy cuenta de
    la pérdida irreparable
    que supuso mi lejana infancia (aquel paraíso perdido), en la que todavía no era consciente del acunamiento gozoso en el que me encontraba. Tuvo que venir la adultez y, sobre todo, la vejez, mientras iba cogiendo el testigo de la vida familiar más entrañable, con mi
    esposa, hijas y nietos, para palpar la verdad auténtica de la vida. Y es, en estas
    navidades pandémicas, cuando recuerdo los dulces
    y tiernos momentos que
    viví en la casa de mis
    abuelos, en donde efemérides, cumpleaños, onomásticas... —siendo tan sencillas como sus vidas— eran
    excusas perfectas para
    reunirse la familia, comiendo, bebiendo y celebrando que estábamos vivos,
    besándonos y abrazándonos, contándonos nuestras
    cosas más sencillas e íntimas, con un garbo y una
    sinceridad especiales. ¡Qué lejos quedan las navidades de mi infancia en aquella casa encantada!

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