Andar despacio

20 ene 2022 / 16:46 H.
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Como suele ocurrir en los ruedos, también en esto de andar por la vida tiene mucho que ver la velocidad. La velocidad con que se torea o con la que se vive. Y es que no es bueno andar precipitados o acelerados. Y tomar decisiones rápidas —sin pensarlas— solo estaría justificado para situaciones de urgencia, como en el caso de estar ante un marrajo incierto, en las que la mente, en atención a esa premura, incrementa su capacidad para resolver. Pero ir deprisa por la vida, sin más, puede hacer que te pierdas lo mejor de ella. “Llevar al toro por donde no quiere y lo más despacio posible. Eso es torear”, decía Luis Miguel Dominguín. Siempre que se pueda, claro. Lo de correr más de la cuenta nos ha pasado a todos más o menos veces, pero por si acaso se nos olvida, con la edad, la naturaleza —que es sabia— o el destino —que puede ser fatal— nos conceden avisos previos para recordarnos que cuanto menos tiempo nos queda más despacio tenemos que andar. Por la vida y por la calle. Porque ya sea por las arterias —que se revisten de ateromas— o por los huesos —que se vuelven inconsistentes y frágiles— o por los riñones —que dejan de filtrar— el caso es que cuando subes la cuesta más famosa y concurrida de Jaén —que se llama Paseo de la Estación— hay veces que se agradece que algún semáforo peatonal se ponga en rojo, porque así te ayuda a reponer. Y si está en verde sigues y te paras en cualquier escaparate. El mejor para eso era el de Casa Paco —¡qué pena!— donde podías admirar las viandas que ya o no te puedes o no te debes comer. Aunque queda la opción de irte al de la acera de enfrente, que es de ropa íntima femenina, y soñar con otras lidias en las que cada vez resulta más difícil triunfar. Hay quien para mantener el ritmo de subida, o incluso acelerarlo, al estilo de los corredores profesionales, tiene la habilidad de aprovechar el tirón de alguna “liebre” de buen porte y alegre caminar. Pero en fin, humoradas aparte, lo cierto es que con la edad, ya sea forzados o al natural, nos solemos ir templando en la manera de andar, en la de escribir y hasta en la de hablar. Las mejores faenas —las más templadas de mi vida— se las pude ver a toreros en plena madurez. Vi a Curro Romero parar los relojes de la plaza de toros de Granada en el 78 y al maestro Antoñete los del coso de la Alameda en el 99. Y recuerdo con cariño un eterno cambio de manos en la despedida de Esplá. Vivir la vida a la velocidad adecuada es de lo más difícil; como hacerlo con temple y aguantar en el sitio lo es para torear. Vivimos en un mundo que nos invita constantemente a correr sin pararnos en las cosas pequeñas que ocurren en nuestro día a día, y a veces tenemos la felicidad tan cerca que ni la vemos. “Si vas despacio el tiempo irá detrás de ti, como un buey manso”, decía Juan Ramón Jiménez. Solo cuando el paso de los años te obliga a cambiar de ritmo te das cuenta de lo provechoso que puede ser torear menos de cara a la galería y hacerlo para uno mismo. Sin perder nunca el entusiasmo, ni la ilusión, ni —cuando viene al caso— la apertura al cabreo o la indignación. Pero despacio. Así lo explicaba Don Álvaro Domecq: “Despacio, como se apartan los toros en el campo. Despacio, virtud suprema del toreo.
Despacio, como se doma un caballo. Despacio, como se besa y se quiere... Como
se canta y se bebe... Como se reza y se ama... Despacio!”.

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