Amores eternos

    26 jul 2021 / 18:19 H.
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    Hubo un tiempo en el que el tiempo fue eterno. Nadie lo medía y a sus anchas se movía por el espacio eterno. Ambas eternidades compartían soledades universales sin conocerse el uno al otro, ni saber de su existencia la una de la otra. Y así estaban las cosas cuando un ser humano, o una ser humana, que en esto cabe discusión, con la única intención de hacerse dueño, o dueña, de las estrellas, las miró con atención y pensó: Esto lo corto yo. Y lo cortó. Comenzó sembrando la envidia haciéndoles creer que eran la misma cosa siendo asuntos muy distintos. Engañó al tiempo diciéndole que nada tenía de eterno y que no era más que el espacio recorrido por el humano, o la humana, en un determinado movimiento de una estrella con respecto a otra, y que el uno sin el otro no eran nada en el universo. Y así fue como el espacio convirtió al tiempo en tiempos llamados días y años, y el tiempo hizo lo propio con el espacio convirtiéndolo en distancias llamadas metros y leguas. Y de ser absolutos, únicos, universales y eternos, pasaron a ser simples relojes y simples metros. Y de esta manera tan ruin, pasó el ser humano, o humana, de ser fugaz y relativo, a creer ser absoluto y eterno. O absoluta y eterna. Opción esta con más posibilidades que la primera. Pero eso es otra discusión, y no de fácil solución. El amor es así.

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