Aggiornamento

09 ene 2020 / 10:03 H.
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Decía Mario Benedetti que se reunieron en algún lugar de la tierra todos los sentimientos y cualidades de los seres humanos, escuchó a la Fe discutiendo con Dios sobre Teología; y yo he escuchado una curiosa historia con final infeliz para quienes realizan una lectura radical de los dogmas del cristianismo. La historia comienza en una escuela con catecismos (Astete y Ripalda) de la doctrina católica, explican que entre los placeres de ir al cielo está la visión de Dios, y se habla de los terribles sufrimientos de los que son arrojados al infierno. En 1999, Juan Pablo II corrige la doctrina del Más Allá. Sostenía que el cielo no es un lugar físico entre las nubes sino una relación viva y personal con Dios; que el infierno es la situación de quien se aparta de modo libre y definitivo de Dios.

Al igual que la teología, imagino que hablar de Dios es hablar del ser humano, según la interpretación antropológica del cristianismo: no olvidemos la importancia de las metáforas con las que se premia y castiga, y en realidad no se refiere a ubicaciones físicas a las que se accede por el ansia de inmortalidad del género humano y la esperanza de un más allá tras la muerte. Esta historia habla de estados de ánimo o fuego interior. Siempre se ha justificado hablar del cielo, infierno, purgatorio y limbo como topónimos y negarlos ha sido peligroso durante siglos.

Que nadie viva aterrorizado por el fuego interno, pues los mismos Papas han librado a los católicos de esa escatología apocalíptica revisando la doctrina del Más Allá. A esa revisión, la Iglesia lo llama “aggiornamento”, que no es sino la renovación y modernización de algunas posturas de la Iglesia católica. La Iglesia, a pesar de la zozobra causada en sus fieles, no está dispuesta a seguir acosando a la ciencia, ni a que se repitan amargas experiencias como las de Giordano Bruno, Copérnico, Galileo y tantos otros personajes que padecieron la ira de Dios. Según una encuesta el 60 por ciento de los católicos creen en Cristo, pero no en el infierno ni en el paraíso y se ve obligada a actualizar la interpretación que en el pasado se hizo de los textos sagrados. Por ejemplo, en 1170 apareció el purgatorio (estado de purificación) con la intención de justificar la celebración del Día de Todos los Santos, y para comprar el cielo para las almas de amigos y parientes. El catecismo de Juan Pablo II, publicado el 7 de diciembre de 1992, sustituye al promulgado por Pío X, en él habla de pecados sociales como el fraude fiscal y el cobro de comisiones ilegales. En el decálogo de la moral, se adaptaron los mandamientos de toda la vida a los problemas actuales. Se clausura el limbo: hipótesis teológica de origen medieval: con el limbo se incentivaba el bautismo rápido de los recién nacidos. Los concilios y las comisiones teológicas han cambiado puntos de vista de problemas teológicos que había que defender con unas prácticas pastorales más coherentes.

El concilio Vaticano II arrumbó la idea de que fuera de la iglesia católica no había salvación. Los predicadores cristianos siempre han anunciado que por Eva entró el mal y la muerte en el mundo, hasta Pío XII en los años cincuenta del siglo XX, exhortaba: “No seáis nunca ni Judas ni Eva”. Ha hecho bien la iglesia pidiendo disculpas por los miedos causados con la idea del fuego eterno en un infierno ahora desechado.

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