Aceptar la diversidad

23 may 2021 / 00:45 H.
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Pensar, debatir sobre la diversidad es hacerlo sobre la naturaleza y características de la realidad que nos envuelve. Negar las diferencias sería como negar la propia existencia y las de los demás, configurada como una identidad propia e irrepetible, conformada histórica y colectivamente a partir de la experiencia e interrelación de elementos genéticos, ambientales y culturales. Pensar en la diversidad no supone pensar en unos a diferencia de otros, se trata de pensar en todos. Es un hecho empírico comprobable desde el sentido común, antes de ser una constatación del pensamiento científico, que, desde el punto de vista biológico, psicológico, social y cultural, los seres humanos diferimos unos de otros. Cada uno constituimos una radical individualidad al lado de otras tan singulares como la nuestra. La particular dotación con la que venimos al mundo, el uso que hacemos de nuestras cualidades, la singularidad de los contextos por los que transitamos, la peculiar asimilación que hacemos de esos contextos y las iniciativas individuales que tomamos, hacen de cada persona una biografía y una idiosincrasia singulares. El problema es que durante muchas décadas nuestra sociedad se ha preocupado por conocer cuáles son las pautas más habituales y comunes en todos los aspectos de nuestra vida (características físicas, capacidades, hábitos...). En nuestra cultura, con frecuencia, lo que más se valora de las personas no es lo que son, sino su grado de aproximación a los patrones considerados ideales. La cultura de la norma crea, así, unas expectativas iguales para todos, que son el referente para valorar las formas de ser y los progresos de las personas. Se fomenta, por tanto, una cultura de la homogeneidad en la que vivimos inmersos, donde la diferencia aparece como algo no deseable, y constituye, por tanto, un problema que puede desembocar en desigualdades. Pero diversidad no es lo mismo que desigualdad. La diversidad es todo aquello que hace a las personas y a los colectivos diferentes y desigualdad todo aquello que establece jerarquías en el saber, el poder y la riqueza. La diversidad, por tanto, hace referencia a factores físicos, genéticos, personales y culturales, mientras que la desigualdad hará referencia a factores sociales, económicos y políticos. Tanto la escuela como la sociedad, en su perspectiva educadora, han desplegado multitud de acciones para intentar corregir la diversidad, convirtiendo las diferencias entre los sujetos en situaciones claras de desigualdad en la ansiada búsqueda de un determinado orden social, sometiendo a los individuos a sus normas, a su currículum y a sus estructuras organizativas. Parece claro, pues, que los intentos de la instituciones de afrontar la diversidad se han basado en un intento casi permanente de ordenación y tratamiento diferenciado de la misma. En este sentido la diversidad ha sido abordada, tanto en la teoría como en la práctica, desde la individualidad, existiendo una tendencia a “clichar” a los individuos en niveles o escalas de clasificación, es decir a estructurar los colectivos de personas en grupos diferenciales. ¿Podríamos decir que la diversidad es algo con visos de universalización? Creo que ciertamente sí, entre otras razones, porque la sociedad actual es altamente diferencial a la vez que reduccionista a situaciones actitudinales de corto espectro que dan lugar a que en la actualidad hablemos de “socialización pautada” gracias a la cual todos tenemos que pensar, sentir, hacer y estar dentro del mismo pentagrama y orquestados en la misma clave de sol. Por ello, aunque se produjera un cambio social respecto a la consideración de las personas diversas, nada se conseguiría si a la vez cada persona no reconoce, y menos aún acepta, las características propias de su diversidad. Es un reto social y educativo.

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