2021: memoria y olvido

22 ene 2022 / 16:45 H.
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Llegamos al final de un año pleno de acontecimientos que en estas fechas los medios de comunicación se encargan de recordarnos a modo de resúmenes, más o menos acertados, sobre los hechos acontecidos. También las personas hacemos un ejercicio de recuerdo sobre nuestras vivencias personales y sociales. Se trata, en suma, de realizar un ejercicio investigativo sobre un espacio de tiempo transcurrido que va mucho más allá de la actualización de los recuerdos y que genera una dialéctica entre nuestra identidad personal y las presiones del entorno social que nos permitirá alcanzar una identidad social que no es permanente, sino que es fuertemente indeterminada, diferenciada y casi siempre conflictiva. Se recuerda, se vuelve al pasado porque es allí donde está el comienzo de nuestra identidad. Y por eso concedemos a la memoria una salida que disminuya la carga de pesar sobrevenida de los amargos acontecimientos pasados.

Al finalizar este año, considerado como “horribilis”, sobre todo, desde el punto de vista de la salud y la economía, se aborda la tarea de recordar, de hacer memoria, pero también de olvidar. Adueñarse de la memoria y del olvido es una de las grandes inquietudes de los grupos que dominan las sociedades históricas y, por tanto, los olvidos, los mutismos sobre lo acontecido, pueden revelar mecanismos de manipulación de la historia colectiva más reciente. Fijémonos si no en algunos acontecimientos ocurridos en este año en nuestro país de los que apenas nadie se acuerda, como la aprobación de la Ley Celaá de Educación, del Caso Gürtel, del caso Bárcenas, de los ERE en Andalucía, de los indultos sin arrepentimiento, de la reforma de las pensiones, etc. y más recientemente de la erupción del volcán de la isla de la Palma. De todos estos hechos se ha construido una memoria colectiva que nos acerca a la realidad de lo ocurrido. Son hechos que dejan una huella tanto a nivel individual como colectivo y si no que se lo pregunten a los que han perdido a sus seres queridos durante la pandemia, a las víctimas del terrorismo, a las víctimas de la violencia de género. En el nuevo año que comienza no debemos borrar las huellas de lo que hemos vivido, algo que suele producirse a través de un efecto maléfico como es el tiempo. Hace unas semanas todos los medios de comunicación abrían sus informativos con las imágenes del volcán en erupción y en estos días con las cifras de la última ola pandémica. Hoy, dentro de unas semanas tal vez, ya se estarán borrando de nuestra memoria colectiva pero no de la memoria individual de los que lo han sufrido. Gabriel García Márquez indicaba que la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla. El olvido no es una victoria sobre todos los hechos adversos y calamitosos que han ocurrido y si es la forma enmascarada de menospreciar a la historia, pero para eso está la memoria que se abre de par en par en busca de algún lugar que devuelva lo perdido. Por ello, quiero mandar un mensaje, a través de estas líneas, para que afrontemos el nuevo año mirando al futuro con optimismo y capacidad de resiliencia, que nos permita superar el fatalismo o la desidia para volver a una normalidad hasta poco difícil e inimaginable, pero sin olvidar lo ocurrido y sin olvidar lo que hemos aprendido para deconstruir esta etapa de crisis que nos permita garantizar el bienestar y la justicia social para toda la ciudadanía y ejercer, demandar y legitimar los derechos humanos. Para ello es necesario que la gobernanza política sea capaz de abrir una ventana de oportunidades y que contagie a la ciudadanía con grandes dosis de solidaridad. Las epidemias como la que estamos viviendo tienen connotaciones biológicas, pero a la vez tiene implicaciones en las relaciones políticas y sociales y su recuerdo o su olvido no será un hecho anecdótico, sino que estará inserto en una tupida red de intereses políticos. Ya veremos si recordamos u olvidamos.

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