El reloj parado

12 abr 2018 / 09:07 H.

Lo echaba de menos. Hacia algún tiempo que no coincidíamos en el autobús del Puente Tablas ni hablábamos por teléfono, algo que hacíamos con frecuencia en los últimos años. El pasado martes, leyendo nuestro periódico, me encontré con la esquela que comunicaba la misa-funeral por su eterno descanso. Mi entrañable amigo Francisco Romero González falleció el pasado 1 de marzo y yo no sabía nada. Cuando leí la esquela, mi vista se dirigió al reloj de pared que mi amigo Paco me había regalado hace algún tiempo. Un reloj rústico hecho por él valiéndose de tapones de botellas de cerveza y pequeños mosaicos que en ese mismo instante me decía que el reloj de la vida de Paco se había parado. Cuánta razón tenía mi inolvidable amigo Juanito Salcedo cuando me decía que es muy triste hacerse mayor porque te vas quedando solo. Y yo estoy a un mes de cumplir los 80.

Paco nació seis años antes que yo. Esa diferencia de edad hizo que no coincidiéramos de chiquillos en la escuela de Guillermo Llera, en la calle Mesones. Pero sí estuve junto a sus hermanos menores Pepe y Antonio. Nos hemos conocido casi durante toda la vida. Paco Romero empezó a trabajar de aprendiz de carpintero y, muy pronto, puso su propio taller. Se dedicó a la fabricación de tresillos artesanales abriendo una tienda en la calle Espartería. Y le fue bien. Sus productos, gracias a su enorme dedicación profesional, tuvieron muy buena acogida y gozaron de una marcada garantía, lo que le animó a ampliar su negocio hasta su jubilación. Entonces dio rienda suelta a otras de sus pasiones, como la de leer y hacer pequeños trabajos manuales, como la de hacer originales relojes de pared. También era un gran aficionado al juego del dominó, y hace muy pocos meses que yo le publiqué una maqueta de un monumento realizada con fichas de dominó que tenía la ilusión de que algún día se hiciera realidad como homenaje a este antiguo juego de mesa.

Era un conversador ameno y solía lamentarse de la triste realidad social que estamos sufriendo. Él tuvo —como tantos niños de aquella época— una infancia muy difícil y notaba que estábamos volviendo, poco a poco, a aquellos tiempos. Ya descansa en paz y está muy presente en el recuerdo de su esposa, sus hijos, sus nietos y sus muchos amigos. A parte de su gran amistad, a mí me queda el recuerdo del reloj de pared y ese hueco doloroso que notaré cada vez que me suba al autobús del Puente Tablas.