Las extras del camarero

BUENA DIGESTIÓN. El nuevo registro horario, obligatorio para todas las empresas, ha resultado toda una revolución

09 jun 2019 / 11:38 H.

Estamos en Valladolid. De repente, todo se agita en el restaurante. Los camareros entran en una especie de frenesí y levantan las mesas de al lado en una exhalación. El ambiente cálido y sosegado de hace solo unos instantes torna en ruido nervioso. Blanca, no obstante, no aprecia el fru fru de mandiles que nos abanica y susurra que le pida una copa de verdejo. “¿Porqué no tomamos la copa en otro lugar?”, —“No, para qué vamos a buscar en otro establecimiento, qué pereza, puff”—. “Creo que quieren cerrar?”, —“¿A las doce menos cinco? Anda... Aquí nos ha dado la una en otras ocasiones”—. Le hago caso y llamo a Waldo: “Sírvale un blanco y a mi me pone un chupito de orujo blanco, si es de el Bierzo, mejor”; “Me temo que no va a poder ser, estamos cerrando”; “¿Cómo?”; “El jefe no quiere pagar horas extras. Dice que le salen más caras que el margen que le dejan las copas”. “¡No me lo puedo creer!”, dice ella. Pagamos y salimos.

A escasos cincuenta metros tenemos un tranquilo y ambarino bar de copas. Entramos. Esta casi vacío. Cuatro mujeres algo ruidosas toman un trago sentadas junto a la barra y al fondo una pareja de chicos se acaricia. Suena buena música: una selección de baladas de rockeros: escuchamos Angie. No vemos camareros, pero pronto corre la cortina de la trasbarra una chica joven. “Anda, es Ana, la hija de Rafael, el dueño”; “¡Pero si es una cría!”, exclamo. Nos lanza una amplia sonrisa al tiempo que compone el gesto que dice ya voy. “¿Estás sola?”; “ Si, de momento, a excepción de viernes y sábados, estaré sola de doce a dos de la noche. No sabéis a cómo le salen los camareros a mi padre”; “¿Tanto?”; “Y más, Blanca”. Nos sirve un generoso gin tonic de Citadelle y una copa de verdejo para profesionales.

Días después, en Madrid, tapeamos tarde en la terraza habitual. Pasan con largueza las doce de la noche y ahí están Julio y Fabián atendiendo como siempre. “¿Cómo se nota que os pagan las horas?”; “¿Qué horas?”; “Las extras”. “Ah, el dueño nos ha dicho que si no queremos problemas, nos da 250€ más al mes bajo mano si firmamos solo las horas de convenio”; “Y lo habéis aceptado, claro”; “Que le vamos a hacer, vamos a ver si nos trae a cuenta”. Pues sí, el registro de horas impuesto por el gobierno ha resultado ser toda una revolución; un monumental conflicto para muchas empresas y una inesperada y hasta feliz noticia para la mayoría de currantes. Y aunque las trampas, que a buen seguro se urdirán, harán palidecer a las de las películas de indios, no deja ser una patada a la colmena aparentemente armoniosa de decenas de miles de empresas, despachos y otros negocios.

Es de suponer que la ministra Valerio, poco conocida hasta ahora, será la titular de Trabajo más vitoreada y maldecida de los últimos lustros. Las quejas, ruegos, instancias y denuncias inundan a estas alturas el ministerio y todas sus delegaciones. Tendrá que depurar, corregir y aclarar la norma, aunque es difícil que la furia que ha generado logre arruinarla.

No se por qué pero esta medida, que tanto encona, bien pudiera parecerse en sus efectos finales a la obligación de dar propina a tanto trabajador de centenares de servicios como se obliga en Nueva York. Es muy probable que en la gran ciudad de Norteamérica la mayoría de cocineros, camareros, recepcionistas, dependientes, taxistas, etc. etc... No ganen más de seis u ocho dólares la hora. La propina obligada vino para aliviarles.