¡Y dale con la Coca-Cola!

BUENA DIGESTIÓN. Hay líderes modernos que, megáfono en mano, piden que no se beba el más famoso refresco

11 jun 2017 / 11:32 H.

Los grandes revolucionarios (o que por tal se tienen) siempre desafían lo imposible. Desde que David retó a Goliat el mundo se viene construyendo a bofetadas. Pero no hagamos un exagerado recordatorio de osados héroes que quisieron perforar el mundo hasta sus antípodas con una aguja, porque la inmensa mayoría perdió y cayó en el olvido pronto. Se recuerdan, claro, los escasos que traspasaron los exigentes límites del milagro: Pizarro, Copérnico, Newton, Lenin, Einstein, Picasso... Ellos nos recuerdan que se derrota a lo imposible, que basta talento, determinación, ego y suerte para trepar sobre cualquier montaña que el mundo nos ponga por delante.

Así, las últimas generaciones de hombres pretendieron implantar un mundo de iguales y adoptaron el consumismo como doctrina y receta; a continuación se inclinaron por hacer real el hombre puro (nazis), y hasta la libertad después pretendió hacer de su bandera la enseña del mundo. Pero, millones de muertos más tarde, los jóvenes de Occidente quisieron acabar con el capitalismo y hacer un credo del antiimperialismo. Y, como a pesar de tanta ofuscación, el mundo occidental caminaba bastante bien y en paz, el solaz permitió que asomara la ciencia ficción en nuestras mentes e imagináramos máquinas que rompían el muro del tiempo. No obstante, tanto esfuerzo de imaginación y recursos desperdiciados (humanos sobre todo) no sirvieron para acelerar el paso del mundo de manera significativa; este continúa a su tran tran permitiendo que no se evapore la “materia de los héroes” de nuestra cultura. Y así, llegamos hasta los héroes actuales, los que enfilan las adargas contra los molinos de viento de las grandes marcas comerciales con la pretensión de movilizar al oprimido hombre del momento con la promesa de alcanzar los mejores rincones de la tribu de nuevo. Así, vemos cómo Pablo Iglesias, la quintaesencia patria del héroe moderno, toma el megáfono guía de las manifestaciones y se coloca en lugar destacado de la protesta callejera rajando contra la Coca Cola; exigiendo que no se beba la chispa más gloriosa de Atlanta e intentando prohibir su disfrute en aquellas instancias públicas y privadas que a él alcancen. ¿Pero qué le ha hecho Coca Cola a este pretendido héroe? Se portó mal con algunos de sus trabajadores de Fuenlabrada (Madrid). De ahí surgió la ira que quiere transformar en diluvio revolucionario contra la quintaesencia, la bandera misma del capitalismo arrasador del momento. No se da cuenta, al parecer, nuestro ¿distraído? héroe que detrás de esas latitas rojas existen más de seis mil millones de personas en el mundo que las compran (cubatas y refrescos en bares y terrazas aparte) y que a muchas otras marcas —“fruto de la codicia capitalista”— le siguen otros miles de millones de consumidores. Puede que en esto consista su asalto de los cielos: romper el grueso plomo de la bóveda celeste a botellazos. Pero lo lleva claro. Su peripecia contra las marcas (tiene muchas más en el punto de mira) no es si no una hábil pirueta para seguir cabalgando a lomos del ruido de las redes —y compañeros de viaje— sin más sustancia detrás que un triste oportunismo. Y puede enzarzarse contra el Colgate porque hace demasiada espuma, Nestlé porque no le gusta su fórmula de hacer el chocolate y, acaso, se engolfe contra Danone porque se exagera en el azúcar.

Sí, los héroes en ocasiones se presentan como equivocados colosos de papel. Nuestro protagonista ha decidido enfilar contra aquello que más foco le atrae vadeando con astucia lo que siempre identificó a la mejor izquierda: transformar la realidad con la luz de su inteligencia y el esfuerzo de sus brazos. Iglesias debe pensar que, puesto que el capitalismo del momento se embosca en el anonimato de los poderosos mercados, lo más rentable es atacarlo por los neones que deja al descubierto.

Es posible que así que pasen unos años sientan el ridiculo que hicieron en estos tiempos en forma de pinchazos en la boca del estómago (ya se sabe, en ocasiones el exceso de burbujas nos impide eructar bien) al recordar el momento culminante en que el portavoz de la revolución en el Senado pidió dos CocaColas para refrescar el almuerzo minutos después de haber exigido la prohibición de su venta en tan selecto recinto.