Un amor que nunca envejece

Bartolomé del Águila y Antonia Moreno llevan casados sesenta y ocho años y, después de toda una vida juntos, aseguran amarse como el primer día. El secret, dicen, “quererse mucho”

10 feb 2019 / 16:27 H.

Antes de amarte, amor, nada era mío, / vacilé por las calles y las cosas, / nada contaba ni tenía nombre...”. Son versos de uno de los cien poemas de amor de Pablo Neruda pero que podría haberlos escrito el bailenense Bartolomé del Águila, de tanto como se parecen a lo que él sentía hasta que unió su vida a la de Antonia Moreno: “Ella salía a barrer la puerta y yo la veía cuando iba a trabajar al campo, me fijé en ella y desde el primer día me encantó”, recuerda Del Águila, cuya vitalidad y lucidez son más propias de aquel muchacho de alrededor de treinta años que rondaba a su amada que de los cien años que su carné de identidad asegura que ha cumplido ya.

Ella, a sus noventa y siete primaveras, preside el corazón de su esposo como si estas siete décadas de unión no hubieran pasado, y ambos derrochan, comparten y contagian la alegría de existir y de hacerlo juntos después de tantos años. La historia de este matrimonio da para un libro —puede ser una novela romántica o un poemario—, porque acumula experiencias y sentimientos para eso y para mucho más. No en balde, el día a día de esta pareja no se divide en horas, sino en besos: “La beso mucho, porque la quiero muchísimo”, asegura Bartolomé del Águila, cuyo apellido le cae que ni pintado, de tan bien como deja volar su inquebrantable cariño hacia Antonia Moreno: “Es muy cariñoso”, apostilla ella. No lo pueden ocultar, viven su amor con la misma intensidad emocional que gastaban cuando las canas les eran ajenas y, al unísono, proclaman el secreto de su longevidad sentimental: “Quererse mucho”.

De esa manera suya de necesitarse mutuamente dan fe Asunción y Ramona (Monsi) del Águila Moreno, las dos hijas del matrimonio, que se turnan para dormir con ellos pese a que, en el caso de Asunción, le cuesta recorrer —en meses alternos— los más de cuatrocientos cincuenta kilómetros de distancia entre Valencia y la provincia jiennense: “Son nuestras niñas”, celebra la pareja, que recuerda el nacimiento de sus dos retoños como un momento inenarrable, las dos guindas de la felicidad. Y eso que a un siglo de existencia no hay quien le quite también sus malos momentos: “Tuvimos dos hijos antes que a ellas, pero vinieron muertos”, recuerdan. Además, muchos de los episodios que para los lectores de este reportaje resultan casi legendarios forman parte de la memoria cotidiana de Del Águila y Moreno, entre ellos la Guerra Civil —que él pasó en el frente y a la que se sumaron otros tres años de servicio militar—, la posguerra, los duros años 50... Sin embargo, a fuerza de quererse, no ha habido calamidad que haya podido con los cimientos de su unión. Codo con codo formaron su hogar, que él sacó adelante con su trabajo en el campo y, posteriormente, como encargado de un tejar bailenense, mientras ella atendía la casa y a las niñas. Y como quien no quiere la cosa, se plantaron en el tercer milenio y, en pleno año 2000, celebraron por todo lo alto sus bodas de plata, precisamente el mismo año que su hija Asunción conmemoraba sus veinticinco años de matrimonio con su marido: “Hubo una misa en la parroquia de la Encarnación y, luego, en el antiguo Parador, una comida a la que vino toda la familia”, recuerdan Bartolomé y Antonia, que en eso de repasar la memoria no tienen problema gracias a la prodigiosa memoria que se gastan. Por ejemplo, a la hora de no olvidarse de un detalle anual por San Valentín. —“¿Cómo se presenta este año el Día de los Enamorados, qué piensan hacer?”: “Intentarlo...”, responde, pícaramente, el eterno enamorado de Antonia Moreno.

Si se respira amor en su domicilio de Bailén que hasta Keki, Maleni y Rosa, las cuidadoras que acuden a asistirlos, dicen maravillas: “El día que ella no me canta... malo, son como mis abuelos, y se quieren muchísimo”, suscribe Keka, que después de siete años de trabajo con el matrimonio ya casi es de la familia. Una familia privilegiada: los protagonistas de esta página, porque están como dos flores después de un siglo de edad; las hijas y los yernos —que han puesto en bandeja a cuatro nietos para que sus abuelos los quieran—, por disfrutar todavía, en plenitud, de sus padres; dos bisnietos que pueden presumir de bisabuelos, y todo un pueblo —Bailén—, al que Bartolomé y Antonia aprecian sin medida. Una historia de amor que, en pleno siglo XXI, parece firmada por un clásico de la mejor poesía que se haya escrito.