Muere el jiennense franciscano y misionero Fray Antonio Alcalde Contreras en Tetuán, Marruecos

16 jun 2019 / 11:32 H.

Aveces, de vez en cuando, en este mundo tan inmerso en el relativismo moral, ideológico y de escaparate, aparece alguien que rompe claramente con los convencionalismos y las inercias del sistema establecido y, sin quererlo, nos provoca y nos cuestiona para hacernos ver que, desde la más extrema sencillez, otro mundo es posible. Hace tan sólo unos días que fallecía, a los 78 años de edad, en Tetuán, el jiennense Fray Antonio Alcalde Contreras (ofm), todo un referente misionero y franciscano cuya vida se consagró al servicio de los más necesitados como testimonio fiel y constante de iglesia y de franciscanismo entre musulmanes.

Su funeral se celebró con la presencia de numerosos amigos, familiares y hermanos franciscanos, siendo presidido por Fray Carlos Amigo Vallejo, Cardenal Emérito, Fray Santiago Agrelo, Obispo de Tánger, y por el Ministro Custodio de Marruecos. Un icono, una referencia, un ejemplo de vida para todos aquellos que tuvimos la suerte de compartir experiencias a su lado. Mi querido Antonio, a todos nos ha cogido por sorpresa tu marcha menos a ti, que nada tenías pendiente en este mundo para poder cruzar al otro.

Tu maleta pesaba menos que un suspiro, una de las ventajas que tiene ser un espíritu libre. Nunca entendiste de fronteras ni de lindes porque en tu sabiduría, tan simple, afloraban los ecos de la verdadera sabiduría, la autoridad de quien, de puertas para adentro y de puertas para afuera, hace de su intachable ejemplo el pregón de su vida. ¿Qué más te daba a ti dónde estuvieras si la felicidad, como decías, te la daba Dios? Bien sabemos que es así, pues cuando te rajaron la cara con una navaja ni siquiera te planteaste abandonar tu Misión en Marruecos y reubicarte en territorios más familiares. Tú, que hiciste de los fogones y las puertas abiertas un testimonio evangélico y de franciscanismo como jamás alcanzarán a reflejar mil manuales de Teología.

¿Para qué leer más sobre la acogida, para qué escribir más sobre el servicio si todos hemos sido testigos directos de que verdaderamente te creías aquello que proclamabas y a lo que consagraste tu vida? Arrojad las tesis doctorales al mar, abandonad los altos cargos.

Qué grande puede llegar a ser la sencillez, qué rotunda y qué contundente su pureza, cuando se plasma sin brecha en un ejemplo de vida. Antonio, hermano, madre de todos en tu caluroso cuidado y mimo con el que te desvivías con todo aquel que habitaba tu casa, consuelo de los encarcelados y amparo de los ancianos solitarios y enfermos cuyo horario se regía contando las horas que faltaban para que fueras a visitarlos con una conversación sencilla. Me quedo con el mal trago de que te vayas sin conocer a mis hijos, con la esperanza puesta en que, quizá, más tarde o más temprano, si Dios quiere y yo estoy a la altura, nos encontremos en la otra orilla.

Hermano Antonio, ve preparando la mesa del banquete final. Me consta que, si Dios la cede a tu cargo, estará más que a la altura. Que el Señor te guarde por siempre. Descanse en paz, amigo Antonio.