Los océanos como don y como tarea

El Día Mundial de los Océanos, cada 8 de junio, invita a reflexionar sobre estas grandes masas marinas, productoras de la mitad del oxígeno de la atmósfera y cuyo valor supone casi el cinco por ciento del PIB del mundo

10 jun 2018 / 10:38 H.

Cada 8 de junio, desde el año 2009, por resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas, se celebra el Día Mundial de los Océanos. Son ya, por tanto, diez años de esta conmemoración que nos ayuda a crecer en conciencia y en compromiso. De acuerdo con el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 14 de la Agenda 2030, se trata de “conservar y utilizar en forma sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible”. Podemos acercarnos a los océanos de dos maneras diferentes.

O bien nos quedamos admirados ante su grandeza, majestuosidad y belleza, o bien intentamos captar qué provecho podemos obtener de ellos. Y es que hay, simplificando un poco, dos actitudes ante la vida y ante la naturaleza: una utilitaria y otra contemplativa. Medir y admirar son dos verbos que las identifican bien. La primera subraya los elementos prácticos (la tarea), mientras que la segunda apunta a la dimensión gratuita de la existencia (el don). En primer lugar, si nos fijamos en la utilidad práctica, podemos recordar que el fitoplancton marino produce la mitad del oxígeno de la atmósfera, que la mareomotriz es una esperanzadora energía renovable y limpia, que los océanos absorben casi el 30% del CO2 generado por los seres humanos, que unos 2.500 millones de personas tienen a los océanos como fuente primaria de proteínas, que la pesca marina da empleo a más de 200 millones de personas o que, en definitiva, el valor total de los océanos supone cerca del 5% del PiB mundial. Junto a ello, en segundo lugar, cada uno de nosotros puede evocar sus experiencias personales de carácter más gratuito y bello: la primera vez que entramos en el mar o la última ocasión en que pudimos nadar en la playa; un momento en el que nos quedamos obnubilados contemplando el oleaje o mirando una puesta de sol sobre el horizonte marino.

Bucear, sentir la brisa, navegar, nadar o, sencillamente, mirar un documental televisivo sobre mares exóticos. Todos ellos son ejemplos de la mirada gratuita ante los océanos, que aprecian en ellos un valor real pero no utilitario. “Bien común global” Lo que una y otra mirada tienen en común es que nos ayudan a reconocer la importancia que tiene el mundo marino. El papa Francisco ha identificado los océanos como uno de los “bienes comunes globales” que requieren un sistema de gobernanza efectivo (Laudato Si 174). Porque, tal y como denuncia la misma encíclica sobre el cuidado de la casa común, los mare están sumamente amenazados, debido a diversas causas: contaminación por CO2 y aumento de la acidez (LS 24), detergentes y productos químicos (LS 29), extracción desmesurada de los recursos pesqueros (LS 40), “contaminación que llega al mar como resultado de la deforestación, de los monocultivos agrícolas, de los vertidos industriales y de métodos destructivos de pesca, especialmente los que utilizan cianuro y dinamita” (LS 41). “¿Quién ha convertido el maravilloso mundo marino en cementerios subacuáticos despojados de vida y de color?”, se preguntaban los obispos de Filipinas, ya en 1988.

También el episcopado de Queensland, en el norte de Australia, publicó en 2004 una carta pastoral sobre la Gran Barrera de Coral. Y es que, en los últimos 30 años, hemos perdido el 50% de los corales del mundo. Aunque los arrecifes de coral son menos del 0,1% de la superficie del océano, aproximadamente el 25% de todas las especies marinas dependen de ellos. En noviembre de 1970, el papa Pablo VI tuvo un importante discurso en el XXV aniversario de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), en el que afirmó: “Estamos viendo ya viciarse el aire que respiramos, degradarse el agua que bebemos, contaminarse los ríos, los lagos, y también los océanos hasta hacer temer una verdadera ‘muerte biológica’ en un futuro próximo, si no se toman pronto enérgicas medidas, valientemente adoptadas y severamente ejecutadas”.

Algunos informes de la ONU indican que, si continúa la tendencia actual, se prevé que, para el año 2025, los océanos albergarán una tonelada de plástico por cada tres toneladas de pescado, mientras que para el 2050 habrá en el mar más plástico que pescado. De seguir así, no tendremos nada bello que contemplar ni nada útil que aprovechar en los océanos. ¿Qué podemos hacer? Nuestra respuesta puede parecer, nunca mejor dicho, una simple gota de agua que se pierde en el océano. Pero no es, ni mucho menos, intrascendente. Como dice Su Santidad, “no hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo” (LS 212). Podemos ayudar a reducir la contaminación marina de todo tipo, incluyendo la producida por actividades realizadas en tierra firme (por ejemplo, reduciendo el uso de plásticos). En nuestras actividades cotidianas, podemos contribuir a proteger de manera sostenible los ecosistemas marinos y costeros. Debemos evitar toda posible connivencia con las prácticas de pesca destructivas y apoyar a los pescadores artesanales. Quizá el tiempo de verano nos ofrezca buenas ocasiones para todo ello. Hacia el final de la Biblia, en el libro del Apocalipsis, se nos ofrece la visión de «un río de agua que da vida, transparente como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero» (22,1). ¿Será este mar transparente solo un sueño idílico para el futuro? ¿O será también que los océanos son, al mismo tiempo, un regalo que Dios nos hace y una tarea que nos encomienda en el presente?