Le pasaba
lo mismo

    22 sep 2019 / 12:32 H.

    Con los bolígrafos se dio cuenta bastante tarde. Le ocurría que en un momento de reflexión le asaltó la evidencia de que jamás en su vida había conseguido acabar la carga de uno de ellos. Mil doscientos metros de escritura no son cualquier cosa, pero se podía conseguir porque continuamente los veía en la papelera. El ver a uno de ellos abandonado le provocaba el automatismo de comprobar si todavía le quedaba carga. Entonces los tomaba con pulcritud y efectuaba un circulo con su punta. La mayoría hacían un intento de funcionar para después frenarse y dejar una huella blanca: la tinta estaba acabada. Sentía entonces una especie de fracaso, de falta de compromiso con aquel invento del siglo veinte porque no había conseguido concluir, llevar a cabo el ciclo de aquel material. Pasando al plano de los porqués, confirmó que con los bolis de propaganda o de carcasa desechable, los perdía o directamente, en un acto compulsivo, los abandonaba. Con los de recambio, por elegantes que fueran, terminaba aburriéndose, entonces los metía en un cajón, lugar en donde pasaban el tiempo perdiendo brillo y secando su tinta. ¿Constituye un problema para ti? Porque si no es así no pasa nada, no hace falta que hagas terapia para un hecho así. Él mantiene silencio mientras que con su dedo pulgar pulsa el émbolo de una manera compulsiva: no, no es problema, salvo esa acidez que me produce el saber que estoy haciendo una cosa mal. ¿Te imaginas el derroche de tinta que llevo hecho? ¡Jamás he acabado un bolígrafo! ¿Ansiedad?, ¿te ha llegado a producir ansiedad este hecho? Y él sigue pulsando el embolo y medita brevemente la respuesta: tal vez preocupación por no hacer las cosas bien. Serían las cuatro de la tarde de un otoño cuando se situó ante una veintena de bolígrafos. Eligió uno sin basarse en nada preciso: pensó un número al azar y luego contó desde uno de los extremos. Tomó un folio de un paquete de quinientos y comenzó a hacer líneas rectas, por las dos caras, de borde a borde de tal manera que si luego multiplicaba el número de ellas por doscientos diez milímetros le daría la capacidad del bolígrafo. Cada media hora bebía agua. Tuvo la sensación de estar ante un examen y estar vigilado. ¿Te pongo música? ¿Fumas? Puedes levantarte, ir al servicio...Dejó de hacer líneas y habló con una voz bronca, desconocida hasta entonces para el terapeuta. No me molestes, quiero estar concentrado y acabar, esto es una cuestión importante. No te pongas nervioso y salió. A las diez de la noche seguía haciendo líneas con la frente y la camisa bañada en sudor. Un montón de folios desordenados y rayados cubrían la mesa.No hace falta que termines hoy, ya es tarde, llevas seis horas. Respondió con un grito y después se escuchó otro, como cuando a alguien le clavan un bolígrafo.