Mujer de bandera. Llegó a un mundo reservado solo para hombres en 1980 y lo hizo para cambiarlo. Purificación Sánchez marcó la historia de la Policía Local de Jaén al ser la primera agente mujer de la provincia. Tras ella llegarían otras, pero fue Sánchez la que abrió el camino, uno que no siempre fue fácil, pues tuvo que enfrentarse a una sociedad machista en la que ellas apenas tenían derechos, pero estaban dispuestas a conquistarlos todos con esfuerzo y valentía. Ahora ha llegado el momento de cerrar la etapa profesional, con un mensaje claro: hay que continuar con la lucha.

—Purificación Sánchez pasará a la historia por ser la primera mujer policía de Jaén. ¿Por qué decidió que el cuerpo era lo suyo y en qué año?

—Desde muy jovencita me llamaba la atención la Policía Secreta, pero por entonces era un cuerpo vetado para las mujeres por lo que solo era un sueño. Cuando terminé COU decidí presentarme a las oposiciones para ser auxiliar de Administrativo en el Ayuntamiento, mi sorpresa llegó cuando fui a gestionar el papeleo y me informaron de que acababan de quitar el veto para ser agente. En ese momento el cuerpo entero me dio un vuelco, tanto que rompí la solicitud que llevaba y me presenté como opositora para ser Policía Local. Por entonces yo tenía 18 años, en 1979. Unos meses más tarde me presenté y me convertí en la primera mujer policía el 1 de julio de 1980.

—¿Qué le dijeron desde su entorno?

—En el caso de mi novio de entonces, que estaba en la mili, no lo vio con buenos ojos. Sin embargo, mis padres me apoyaron en todo momento y me animaron a dar el paso. De hecho, el día que me incorporé tenía mucho miedo y fue mi madre la que me empujó para que atravesara las puertas del Ayuntamiento.

—¿Cuántas mujeres se presentaron?

—El primer año lo intentamos cinco, pero solo conseguí aprobar yo. Durante dos años fui la única mujer policía de la provincia. De hecho, una vez que aprobábamos, nos impartían una formación en la que se incluía un curso de defensa personal. Como era una práctica que implicaba contacto con hombres y no estaba bien visto, decidieron costearle el curso a mi pareja para que lo hiciera con él.

—¿Cómo era trabajar en un mundo por aquel entonces reservado solo para hombres?

—La primera etapa en el cuerpo fue difícil para mí. El primer año no hubo ningún problema, puesto que yo estaba en la oficina. Sin embrago, cuando comencé a patrullar, la mayoría de mis compañeros no querían salir conmigo porque no se sentían tan seguros. En el caso de los ciudadanos fue aún más complicado. Cuando me tocaba regular el tráfico tenía que soportar comentarios machistas de diversa índole, propios de una época en la que las mujeres estábamos completamente relegadas a un segundo plano. Tengo muchas anécdotas de aquella época, cuando me quedé embarazada no había uniformes y un compañero me tuvo que dejar una camisa. De hecho, el primer uniforme que tuve lo copiaron de las azafatas de vuelo y casi ni me podía montar en el coche porque la falda era muy ceñida. De ahí nos pasaron a la falda-pantalón a los ocho años aproximadamente y, desde hace unos quince, permitieron que comenzáramos a usar pantalón.

—¿De dónde sacaba fuerza?

—La verdad es que yo siempre he tenido amor propio, es necesario para el momento que me tocó vivir. Además, también hubo mujeres que me animaban al pasar por mi lado, eso fue clave para saber que estábamos abriendo un camino imparable.

—¿Qué funciones ha desempeñado a lo largo de su trayectoria?

—Los primeros meses los pasé en la oficina, después me enviaron a la Policía de Distrito, éramos patrullas que prestábamos servicios por los barrios, por parejas. Recuerdo que los niños se sentían muy atraídos al ver a una mujer policía. Tras ello, pasé a regular el tráfico donde estuve hasta mi octavo mes de embarazo. También pasé por la grúa municipal, la sala del 091, donde atendía las urgencias y, mi último servicio ha sido en el equipo técnico de tráfico.

—¿Quedan algunos resquicios machistas en los Cuerpos de Seguridad del Estado?

—Y no solo en la policía, creo que en el ámbito general hemos avanzado mucho, cada vez estamos más presentes, pero necesitamos seguir luchando hasta conseguir que se nos valore igual que a ellos y que consigamos los mismos salarios.

—Ha marcado un hito en la ciudad. Fue la que abrió la puerta para muchas que llegaron detrás.

—Al menos lo he intentado, junto con otras compañeras de lugares como Córdoba, en cuya ciudad entraron tres en mi época. Tengo que decir que durante las primeras convocatorias accedimos al cuerpo varias mujeres, pero después han pasado más de veinte años sin que entrara ninguna chica. El motivo es que estableció como requisito una altura muy elevada para ellas, lo que dificultó durante mucho tiempo que tuvieran opciones de aprobar. Esta situación ha provocado que, en la actualidad en Jaén, el cuerpo esté compuesto por 170 hombres y trece mujeres, lo que supone entre el cinco y el seis por ciento del total.

—¿Qué imagen se lleva del cuerpo?

—Maravillosa. Al principio costó, pero hemos conseguido ser aceptadas y, aunque todavía queda mucho por hacer, mis compañeros me han tratado siempre con inmenso cariño.

—Y en el caso de la ciudad, ¿cómo ha cambiado?

—Mucho. Creo que nos hemos vuelto tolerantes, más abierto hacia los demás. El pueblo de Jaén se quiere y hemos conseguido evolucionar, también en igualdad.

—¿Cuál es su parte favorita de Jaén?

—Me quedo con Jaén al completo, pero tengo que confesar que la parte antigua me enamora. Sus casas, la pilarica de la calle Bernabé Soriano, la solera que tiene esa zona de la ciudad, y, por supuesto, el contacto de los vecinos y el trato con ellos.

—Han pasado casi 40 años y ahora ha llegado la hora de cerrar etapa. ¿Qué le viene a la memoria cuando echa la vista atrás?

—Miles de emociones. Durante muchos años pensaba en la jubilación como un deseo, pero ahora que me acabo de retirar y he tenido que pasar por la despedida, ha sido mucho más duro de lo que pensaba. Me llevo unos compañeros a los que quiero como si de mi familia fueran, pues me han tratado como tal. Ya he avisado de que seguiré visitándolos a menudo y que, aunque no con uniforme, Puri seguirá estando entre ellos.

—Lo ha celebrado con compañeros y amigos. ¿En qué consistió la fiesta de despedida?

—Fue un día muy bonito. Cuando acabamos el servicio, organizamos un aperitivo, al que yo pensaba que solo iban a asistir los compañeros del turno. La sorpresa llegó cuando muchos de los que estaban de descanso también quisieron acompañarme. Recordamos muchos momentos de estas casi cuatro décadas, he trabajado como policía 39 años y medio, y fue un día para el recuerdo.

—También se ha reunido con el alcalde de la ciudad, Julio Millán.

—Fue toda una sorpresa. Estaba en casa y recibí una llamada desde la Alcaldía para comunicarme que el alcalde se había enterado de mi jubilación y quería reunirse conmigo, al considerarme una pionera en la ciudad. Desde ese momento todo fueron nervios y alegría hasta el encuentro. Me dieron una placa y la verdad que para mí ha sido un detalle precioso que siempre recordaré.

—¿Cómo mira hacia el futuro?

—Me gustaría disfrutar de esta nueva etapa de mi vida, dedicar mi tiempo al deporte, sumergirme en nuevas disciplinas como la decoración y aprovechar el tiempo para pasarlo con mi madre y mi hijo. Todo ello sin olvidarme de mis compañeros, una segunda familia.

—¿Qué le diría a las mujeres que están intentando en la actualidad hacerse un hueco en sectores copados mayoritariamente por hombres?

—Que sigan y que no lo dude. Las mujeres podemos llegar a todos los lugares que nos propongamos.