“Jaén representa una España diferente”

Michel Vauzelle

31 mar 2019 / 13:31 H.

No solo es un personaje político por su intensa y amplia trayectoria, sino por la visión filosófica que tiene de escenas que para muchos resultan cotidianas. Michel Vauzelle (Montélimar, 1944) pisa terreno jiennense por culpa de un mundo que le apasiona. Invitado por la Federación Taurina de Jaén, ahonda en el descubrimiento de una tierra que considera única en España. Después de pasear por Segura de la Sierra, Villacarrillo, Úbeda y Baeza, el exministro de Justicia con François Mitterrand y exalcalde de Arlés habla maravillas de una provincia a la que piensa volver.

¿Fueron los jesuitas quienes le enseñaron a chapurrear el español?

—Los jesuitas, con los que estudié en Lyon, me enseñaron griego y latín. El español lo aprendí gracias a los toros.

¿Qué hace un político francés de reconocido prestigio en Jaén?

—Estoy en Jaén porque tengo mucha afición a los toros desde mis primeros años de vida, porque acompañé a mis padres a muchas corridas en España desde los cuatro años. Estuvimos en el País Vasco, en Cataluña y en Andalucía. Guardo en mi memoria un incidente espectacular en Bilbao, una ciudad que en aquella época era muy triste, industrial y oscura. Luis Miguel Dominguín sufrió una cogida seria y, naturalmente, quedé impresionado. Yo nací en una ciudad del sur de Francia, Montélimar, el 15 de agosto de 1944. Hubo tantas bombas ese día que, prácticamente, nací dos veces. Soy de una cultura provenzal, mediterránea, me encanta el sur de Francia, especialmente Arlés, porque tiene tradiciones taurinas y de caballos muy parecidas a las de Andalucía. Fui a las ferias que allí se organizan en mi época de estudiante de Ciencias Políticas y Derecho en París. Me apasiona la política y los toros y mi fijación fue siempre ser diputado en la Asamblea Nacional.

¿Cómo llegó a Arlés, una ciudad histórica y romana que tiene como plaza de toros un coliseo?

—Por mi afición a los toros y mi pasión por la política. Es una ciudad muy bien emplazada, junto a Marsella, Aviñón y Nimes. Conocí a grandes ganaderos y empecé a aficionarme a la enseñanza de un mundo apasionante.

Un político de izquierdas enamorado de los toros...

—Sí. Soy de izquierdas por una lectura que hacen los jesuitas del Evangelio que tiende a un socialismo cristiano y “gaullista” —tendencia de los seguidores de Charles de Gaulle—.

¿Cómo entró en política?

—Tuve la suerte, cuando era muy joven, de ser presidente de una conferencia de treinta estudiantes que se preparan para entrar en la vida política. Los jesuitas vieron mi vocación y me enviaron a París a esta conferencia que, además, está patrocinada por ellos. Allí recibí cada semana a altas personalidades y, gracias a esta experiencia, con 24 años fui miembro del gabinete del primer ministro de Pompidou, Jacques Chaban-Delmas. Después, no resultó elegido como candidato a la Presidencia de la República, por lo que, durante siete años, ejercí la abogacía en París, periodo en el que me casé con la hija del director del Diario “Le Monde” y tuve tres hijos. En mi boda, celebrada en Arlés, hubo dos testigos: François Mitterrand y Gaston Defferre. Cada semana me iba a Arlés para ver los toros y para hacer política, porque hacer política de izquierdas en París era muy difícil, intelectual y de corte. François Mitterrand me nombró ministro para las Libertades y la Justicia. Fui director de su campaña electoral y, cuando resultó elegido presidente, me nombró portavoz de su gabinete cinco años. Viajé por todo el mundo y coincidí con Margaret Thatcher, Ronald Reagan, etcétera. Pero mi obsesión era ser diputado y fue el propio presidente quien me animó, con la ayuda del alcalde de Marsella, Gaston Defferre, a hacerme un hueco en el sur de Francia. Así empecé verdaderamente en la política. Fui alcalde de Arlés y, después, fui elegido presidente de la región Provenza-Alpes-Costa Azul, que tiene cinco millones de habitantes y ciudades como Marsella, Niza, Toulon, Aix-en-Provence, Aviñón. Es una zona de extrema derecha y, sin embargo, durante dieciocho años, fui presidente.

¿Cómo se hizo torista?

—Conocí a Nimeño II y fue gracias a él que cogí una capa y una muleta en Camarga, un lugar donde hay una tradición milenaria. Lo que ocurrió es que cogí confianza y llegó el momento en el que resulté herido. Fue ahí cuando pensé en dedicarme a la política.

¿Qué es para usted una corrida?

—Tiene una significación filosófica muy profunda y está muy ligada a la religión. Yo, al igual que Mitterrand, tengo una idea de la muerte muy importante que me hace pensar que no es el fin de la vida, sino una compañera. En un torero la muerte es cotidiana. Con una visión barroca, un poco jesuita también, pienso que Dios ha creado el mundo y me lo imagino como una escena de teatro. A nosotros, los hombres, sobre ese teatro tan grande, creamos una escena particular, que es el estilo jesuita, el barroco que veo en España, en Italia, Portugal, Brasil o América del Sur y que me apasiona. Conozco todos los países del mundo, pero soy un enamorado de aquellos que tienen toros y Semana Santa.

¿Qué similitudes encuentra?

—El barroco tan particular que hay en cada uno de esos países.

¿Y qué tiene que ver el barroco con los espectáculos taurinos?

—Mucho. Consiste en convertir lo cotidiano en algo extraordinario, una visión barroca de una corrida de toros que también encuentro en la Semana Santa de Andalucía.

—Es hermano de Jesús del Gran Poder, en Sevilla.

—Sí. Tengo un amigo que me invita a las procesiones de Sevilla porque hay una visión de la liturgia que me interesa. No soy un cristiano de derechas, sino de izquierdas, pero la belleza de las imágenes y el fervor en la calle me causan una impresión fuerte de comunión del pueblo que me hace pensar que soy andaluz de corazón.

¿Qué significa que una corrida de toros es estética y ética?

—Es un juego de palabras en griego, un pensamiento fundamental para su civilización, que dice “Kalos kaïs agatohs”, es decir, lo bello y lo bueno es lo mismo. Es una cuestión muy interesante y que me invita a preguntarme si realmente todo lo bello es bueno. Hay personas muy hermosas que son crueles. Y, en cuanto a la corrida, no está bien matar a un animal, salvo por necesidad, y mucho menos delante de un público como en la época de los romanos. Sin embargo, soy aficionado porque las corridas de toros tienen unas reglas, adoptadas en Francia con Napoleón III y Eugenia de Montijo, que hacen que yo las compare con la liturgia del sacrificio de la cena del Señor, y algo tan extraordinario, que es una cuestión de fe, como es Cristo representado en un trozo de pan. Nosotros festejamos la muerte de Cristo que debe resucitar después y el sacrificio de la Pasión durante la Semana Santa, algo que veo en el combate de la luz y de lo humano de una corrida de toros, en las tinieblas personalizadas por el toro. El animal es noble y necesita respeto. Las reglas que hay en un espectáculo taurino son sagradas. Es una liturgia como una misa. Hay un hombre que está vestido de luces y la luz tiene que ganar a la fuerza de la oscuridad del toro. Además, el matador tiene unos minutos para él, con la entrada a la plaza y el paseíllo, y después de esta liturgia, la capa para ver cómo es el toro y, por último, la muerte, pero tiene solo unos momentos para caer el toro, por lo que su muerte no es más cruel que en el matadero. Hay, como en la Semana Santa, un entusiasmo popular que no es malo, sino una fiesta de gente que vibra delante de una escena que representa la vida y la muerte. Es como el teatro barroco, una ceremonia que se hace con luces, caballos, capas de paseo, una presidencia, una música... Es un espectáculo con un valor moral, estético, filosófico y, en resumen, es una fiesta bella y buena. Es un hombre vestido de luz que le dice a la gente que tiene que acabar con la oscuridad, como el Cristo venció a la muerte con la Resurrección.

—¿Qué opina de las corrientes que quieren prohibir los toros?

Tienen que fijarse en la comunión que se genera entre los aficionados, que es toda una filosofía, y el pueblo me parece muy importante para la cohesión social de una nación como España o Francia. Yo creo que tiene que haber libertad para ir a una corrida.

¿Qué tienen en común Andalucía y la Provenza?

—Hay muchas cosas en común y por eso estamos hermanados con Jerez de la Frontera. Conocí, gracias a este proyecto, todas las provincias andaluzas, excepto Jaén, que visité por primera vez el año pasado y este es el segundo. Visité Úbeda, Baeza, Villacarrillo y Segura de la Sierra. He visto las pirámides aztecas de México, las de Linca de Perú y vi el castillo de Segura de la Sierra, encima de una roca y con una colina muy estrecha, que me pareció una aparición de una pirámide de una belleza fantástica y extraordinaria.

¿Regresará?

—Claro que sí. Es una parte de Andalucía muy especial y, además, con paisajes fantásticos. En Arlés tenemos pasión por los toros y por el aceite, pero nada comparable con lo que hay, por ejemplo, en Baeza, un universo de olivos que me encanta. El olivo, para mí, es mi casa. He plantado olivos y tengo aceite de mis árboles.

¿Qué visión se lleva de Jaén?

—Es una provincia que me interesa porque representa la España diferente. Descubro Jaén como la parte central entre La Mancha y Andalucía y la veo distinta. Regresaré con mi familia porque veo que hay una España en Jaén que es muy particular.

¿Por qué?

—Porque es muy diversa. He visto zonas de olivos y campos de dehesas como Extremadura. El descubrimiento, no de Cristóbal Colón pero sí de Michel Vauzelle, es la diversidad española concentrada en Jaén.

¿Por qué?

—En Francia hay una crisis social, política, moral y económica muy grande. Con la globalización se impone la voluntad de unas grandes firmas internacionales que no tienen patria y que nos dicen lo tenemos que comer, pensar, los crímenes y los horrores que son los juguetes de los niños que ponen en peligro la identidad que tiene cada pueblo en Europa. Prefiero tapas a hamburguesas. Y, además, las tapas son muy importantes, porque son buenas y bellas, como las corridas de toros, porque los que toman tapas se hablan y tienen una relación humana. Es muy importante que Europa mantenga su identidad y se resista a la influencia de los anglosajones.

¿Le preocupa la irrupción de la extrema derecha?

—Es un peligro para la democracia.

¿Cree en un mundo mejor?

—Sí, claro. La fe es más fuerte.