¿Fin del paisajismo?

Los efectos del cambio climático se notan ya en la provincia con la subida de las temperaturas o la expansión de la desertización. Para paliar las consecuencias, los expertos recomiendan sinergias entre los ciudadanos y las administraciones

06 nov 2016 / 11:18 H.

Bucólicas imágenes de una caída de sol que enciende un almendro en flor para recibir la primavera; cuencas enverdecidas por los ríos que refrescan el verano, coloridos paisajes que alegran un otoño con olor a tierra mojada o blancas estampas de un invierno que cubre de nieve la cumbre de Jabalcuz. Estas son muchas de las joyas que regala la naturaleza al jiennense. Sin embargo, hace unos años que estas icónicas imágenes dejaron de ajustarse al calendario tradicional. Ya no son los viejos quienes cuentan históricas nevadas, ni campos de encinares. Los mismos treintañeros pueden asegurar que, cuando eran niños, cada estación se correspondía con estos fenómenos. Y es que, la realidad, la que demuestra la ciencia y la investigación, evidencia que los efectos del cambio climático ya están aquí. Extraños días de asfixiante calor en los que los termómetros superan los 40 grados, como ocurrió este pasado mes de septiembre, o áridos terrenos cada vez más extensos por la zona de Mágina en los que se podría construir otro “Mini Hollywood” son algunos de los efectos. Preocupado por estos fenómenos y, sobre todo, por los efectos que pueden provocar en el futuro, desde la Universidad de Jaén (UJA), el grupo de investigación “Ecología forestal”, del profesor José Antonio Carreira, está especializado en evaluar los indicadores tempranos de los efectos del cambio climático. Asimismo, estudia qué mecanismos operan en los bosques que suministran resistencia a la presión climática o lo que, por el contrario, provocan impactos y mortalidad o cambios en la distribución de las especies. “Nos centramos en bosques que, hoy en día, están refugiados en zonas de montaña a elevada altitud con condiciones climáticas un poco más frías y húmedas. Están ahí porque, en épocas pasadas, durante las glaciaciones, agruparon territorios más extensos y, de manera natural, tuvieron que emigrar a zonas con un clima más favorable. Se trata de ecosistemas que son reductos climáticos y, por lo tanto, se presumen que son particularmente vulnerables al cambio climático antropogénico. Por eso pueden ser modelos muy buenos para detectar indicios tempranos y para entender qué mecanismos medirían la vulnerabilidad de los bosques”, explica Carreira. En concreto, el experimento se centra en los bosques de Sierra Mágina y Cazorla, entre otros. Los resultados de otros estudios parecidos en los que compararon los bosques de pinsapos de la Serranía de Ronda y de Grazalema con los del Norte de Marruecos arrojan una conclusión que puede romper muchos pensamientos románticos de la naturaleza como equilibrio inalterable de los elementos. En este sentido, el profesor de la UJA indica que en las arboledas de Marruecos hay menos mortandad debido a un tipo de manejo, frente a una actitud “extremadamente conservacionista” en los bosques de Andalucía. “Aquí tenemos masas que, aparentemente, están bien, con mucha densidad y follaje, pero ello los hace más dependientes del agua y, cuando viene un periodo de sequía, son mucho más vulnerables que los de Marruecos donde hay zonas en las que todavía se hacen pequeñas sacas de madera, por lo que están mucho más diversificadas y hay menos niveles de competencia”, argumenta. Un ejemplo muy claro se aprecia en la masa verde que cubre la zona de El Neveral. Una repoblación de los años sesenta y setenta, ante los que el investigador recomienda realizar algunas intervenciones para adelantarse a los efectos del cambio climático y hacerlos “fuertes”. “Necesitarían un manejo proactivo, es decir, antes de que se presente el problema, hacer tareas de naturalización, de entresaca, de diversificación estructural de esos ecosistemas”, explica Carreira, quien se muestra crítico ante la escasa inversión de la Administración pública en este sentido. Otro de los efectos del cambio climático que se explayan por la provincia, son las zonas deforestadas con riesgo de desertización y de erosión. “En Jaén estamos en un entorno de la zona del Guadiana Menor que es el límite entre la zona húmeda y la seca, donde hay un riesgo de entrada de aceleración de la desertización en la provincia”, advierte. En cualquier caso, Carreira arroja una luz para indicar que, aún, hay opciones de manejo de ese sistema semiárido antes de que las tendencias del cambio climático sean “más potentes”. “El manejo del pastoreo o de la regeneración natural”, dice.

La principal y más urgente intervención para frenar los efectos del cambio climático, según Carreira, es evitar la emisión de gases de efecto invernadero, principalmente, el dióxido de carbono (CO2). “Eso implica intervenciones en muy diversos ámbitos, como en la industria, en el transporte e, incluso, en el forestal”, dice. Pero, lejos del campo, en la vida urbana, ¿qué pueden hacer los ciudadanos? Son muchos los consejos que, desde los colegios y los medios de comunicación se difunden, como el uso de las energías renovables o del transporte público. No obstante, aunque para el investigador de la UJA cada vez hay más conciencia de este cambio por parte del ciudadano, para que realmente surjan efectos se tiene que dar una “sinergia” entre los poderes públicos y la población. “Pero no la veo priorizada”, asegura Carreira.

cambios evidentes en el tiempo
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El profesor de Física Aplicada (Estación Meteorológica de la Universidad de Jaén), David Pozo define cambio climático como una alteración del clima provocada por el hombre. “Existe, es importante y se está acelerando”, afirma basado en los estudios científicos, que prevén un aumento de dos grados mundiales de forma muy desigual en los próximos cien años. Aunque la provincia de Jaén no se estudia, dentro de los modelos climáticos, como una zona concreta, Pozo la enmarca en la Cuenca Mediterránea. “En concreto, es una de las zonas donde los modelos climáticos que se usan para estudiar estos cambios dan una de las alteraciones mayores. De hecho, da una desertificación muy acusada respecto al clima actual”, remarca. Así, lo que produce el cambio climático no es un calentamiento generalizado, pero hay zonas que se calientan 6 o 7 grados en altitudes superiores y otras en las que no hay lluvias, que es lo que pasa en el Mediterráneo, según Pozo. Lo que estos modelos “hablan” para dentro de decenas de años es que cambian los patrones de circulación, es decir, las direcciones por donde va el viento. “Se puede decir que hay una serie de ríos en la atmósfera que siguen unas direcciones y lo que nos dicen estos modelos es que esas direcciones van a ser muy desfavorables para la zona Mediterránea”, dice. Esto se traduce en un aumento generalizado de la temperatura al que se le suma el cambio de los patrones de circulación. “Esos cambios se deben a que si, por ejemplo, se calienta el Ártico, el aire empieza a ir por una zona en lugar de por otra. Es como si a un río le tapas un afluente y todo se reestructura”, explica.

trastorno en el ciclo del olivar y en la maduración
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El modo en que estos cambios climáticos pueden afectar al olivar es un asunto muy complejo, según indica el profesor de Ecología de la Universidad de Jaén, José Antonio Carreira. Por un lado, la subida de temperatura puede incrementar la fotosíntesis y el crecimiento, pero también aumenta el gasto de energía que hace la planta en la respiración. “Ello conlleva a que aumente también la pérdida de agua por transpiración y, por lo tanto, llevar a balances hídricos y de carbono (energía) más ajustados dentro del árbol incluso aunque no hubiera cambios en la precipitación”, explica Carreira.

Otro de los efectos en el olivar por la subida de temperatura es un adelanto en el calendario de los procesos que el olivo desarrolla a lo largo del año. Es decir, la formación de nuevas hojas, el desarrollo del polen, la floración y la maduración del fruto, entre otros.

Por otro lado, el experto asegura que los modelos climáticos —“y nuestra propia experiencia de las 2-3 últimas décadas”— indican un “descenso acusado” en la probabilidad de heladas y temperaturas menos frías en invierno. “Ello también puede tener importantes consecuencias sobre los equilibrios hormonales de la planta y los procesos de desarrollo meristemático que tienen lugar en invierno y sobre los que se apoya el crecimiento posterior en primavera”, aclara. José Antonio Carreira indica que un cierto estrés de frío en invierno durante el periodo de reposo vegetativo de la planta es “importante” sobre el desarrollo de procesos que ocurren después, como el número de inflorescencias que se desarrollarán en primavera. Mientras, un incremento en la frecuencia de golpes de calor en primavera tardía y verano temprano también pueden tener efectos negativos sobre el cuajado de las flores y el desarrollo de los frutos.

Si a estas condiciones se añaden los descensos en las precipitaciones el asunto se complica. “Menor disponibilidad de agua en el suelo incrementará el estrés hídrico de la planta, limitando la fijación de carbono y el crecimiento, de modo que para mantener la producción habría que incrementar el suministro de riego”, dice el profesor.

Luego hay que tener en cuenta que las diferentes variedades responden de forma distinta al mismo patrón de cambio climático. “Por ejemplo, la floración es menos sensible a subidas de temperatura en la variedad arbequina que en la hojiblanca”, indica. Otros efectos que indican estos modelos son un adelanto en la maduración —con los consecuentes efectos sobre la organización de los trabajos de cosecha y en las almazaras—, que coincidiría con el retraso en las lluvias y que afectaría al tamaño de la aceituna.