En la ruta del Tour de Francia

El geógrafo arjonero Manuel Jiménez Sánchez reside en Clelles, un pequeño pueblo de los Alpes, con apenas seiscientos habitantes, situado a un tiro de piedra del vertiginoso Alpe d’Huez, el mítico final de etapa galo

26 jun 2018 / 19:00 H.

Cuando el día se vuelva oscuro, cuando el trabajo parezca monótono, cuando resulte difícil conservar la esperanza, simplemente sube a una bicicleta y date un paseo por la carretera, sin pensar en nada más”. Quien invita a “cabalgar” sobre las dos ruedas no es otro que el creador de Sherlock Holmes: Arthur Conan Doyle, un superviviente nato que pasó su vida huyendo de la tristeza de una infancia complicada y que hallaba sobre el sillín el mejor bálsamo.

El consejo es bueno, sin duda, pero toda regla tiene su excepción y Manuel Jiménez Sánchez, si decidiese seguirlo, tendría que pensárselo bien, por más que saliera de los labios de tan ilustre escritor. O no hacerlo en julio, cuando las vertiginosas alturas del Alpe d’Huez se convierten en protagonistas del Tour de Francia y este arjonero podría ser literalmente consumido por el pelotón de la prueba más importante del ciclismo mundial.

Licenciado en Geografía por la Universidad de Granada, Jiménez comenzó su particular coqueteo con tierras francesas en 2011, convertido en un Erasmus con todas las letras en Nancy, al norte del país. Tanto le gustaron el idioma, los paisajes y la cultura gala que aquel flechazo lo dejó “herido de amor”, como en el verso de García Lorca: “Fue una experiencia inolvidable, quedé fascinado por el país”, asegura. Y, como todo enamorado que se precie, en cuanto volvió y pisó suelo granadino se dio cuenta de que la nostalgia era un sentimiento que no entiende de patrias, o no siempre, al menos.

Era 2013, y, ya en prácticas, volvió al país que Neruda amaba mucho. Casi nueve meses en Poitiers le sirvieron, además de para aliviar la morriña, como fuente de diversificación profesional: “Trabajaba para la Dirección Departamental de Territorios, una entidad pública semejante a las diputaciones españolas”, recuerda. Durante ese periodo se formó como gestor de Fondos Europeos para el Desarrollo Rural y gestó la prehistoria de su trayectoria profesional: “Mi tarea consistía en dar apoyo jurídico y técnico a responsables de proyectos en sus demandas de subvención, que a su vez instruía y gestionaba”, aclara Jiménez.

Concluyeron las prácticas, pero las ganas de continuar en Francia se mantuvieron inalterables. Y no iba mal encaminado, habida cuenta que, once días después, ya formaba parte del Grupo de Desarrollo Rural de la Cuenca de Bourg en Bresse —entre Lyon y la frontera suiza—, como gestor del programa Leader en ese territorio: “Fue otra de mis experiencias maravillosas, me enriquecí mucho profesionalmente, pero sobre todo me empapé de la cultura francesa”, celebra el arjonero, que encontró allí, a más de un sentido laboral a su audacia, un grupo de amigos “increíbles”. Fueron dos años que lo marcaron, pero que no pudieron con su carácter inquieto: “Decidí cambiar de aires y trabajar para otro territorio. Aterricé en Grenoble —capital de los Alpes— y estuve allí seis meses antes de ser trasladado a Clelles, un pequeño municipio de seiscientos habitantes”, cuenta.

Un destino en plena naturaleza que, por ahora, lo convence: “La vida aquí es de ensueño, rodeado de montañas, aire puro, comida sana...”. ¡Qué más puede pedir quien asegura que la verdadera felicidad no consiste en ganar más dinero, sino en disponer de más tiempo para sí mismo! Ahorro en tiempos de desplazamiento, ratos libres, grandes ventajas... “En general, estos cinco años en Francia han sido únicos, es un país increíble donde he aprendido mucho como profesional y persona”, concluye, satisfecho, Manuel Jiménez.

contento e integrado

“Practico fútbol con los amigos, y aikido en una asociación de artes marciales”. Manuel Jiménez se confiesa una persona deportista, aficionada al senderismo y a la montaña. Un “hobby” que lo apasiona y que los Alpes franceses han inoculado en su ADN. No en vano, lo practica siempre que las condiciones meteorológicas se lo permiten. Pero no solo de actividad física vive el hombre, así que este geógrafo jiennense completa su tiempo libre de la forma que más le atrae: “Las cenas o barbacoas con los amigos nunca faltan”, afirma, y añade: “También colabora con una asociación en la que organizamos varios conciertos al año, y un festival musical en el mes de septiembre”. Inquieto donde los haya, Jiménez se ha integrado totalmente en la vida de su nuevo lugar de residencia y, a la vez, ha confirmado que aquel flechazo francés atinó de pleno.

inviernos muy duros

Toda moneda tiene, además de su cara, una cruz, y Clelles no iba a ser menos: “Lo más duro aquí son el frío y las temperaturas tan bajas”, asegura, y se resigna: “Aunque uno se termina acostumbrando, no es algo agradable”. Por lo demás, Manuel Jiménez está en la gloria, con “los propios Alpes y sus majestuosos paisajes, la Provenza y las ciudades de París, Lyon y Marsella” como lugares preferidos de toda Francia. Su alegría actual, sin embargo, deja sitio al recuerdo: “De mi tierra andaluza son las personas que quiero a las que echo en falta, y me también me traería algo más de sol y la cultura del tapeo”, dice. Asentado y satisfecho, no cierra la puerta a nada, y tanto volver a Andalucía como “conquistar” otro país o, incluso, “hacer un gran viaje con la mochila a la espalda” le tientan: “Sé que nada es eterno”, concluye.

un empleo que le permite disfrutar de la vida y del entorno que lo rodea
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Manuel Jiménez trabaja a tiempo parcial, veintiocho horas semanales durante cuatro días, por lo que dispone de tiempo libre para el ocio. Pese a residir en un pequeño municipio, asegura que no se aburre: “Al contrario de lo que piensa mucha gente, aquí hay mucha vida y numerosas actividades, ya que hay mucha gente joven que se instala en estos pequeños pueblos de montaña”, afirma el geógrafo arjonero. Precisamente esta situación de aparente distancia de la gran urbe genera la proliferación de colectivos que dinamizan la zona. Así, citas festivas, convocatorias musicales, actos culturales y celebraciones deportivas forman parte de la cotidianidad de Clelles: “Tenemos menos oferta que en las ciudades, pero nos organizamos para crear nuestro propio ocio”, manifiesta. Además, dice, es característico que en cualquier reunión el ambiente sea muy “intergeneracional”: “Al ser pocos, te mezclas y te relacionas con personas de todas las edades”. Gente que, en sus propias palabras, es muy simpática y de trato cordial y cercano.

Festivalero
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El tedio no cabe en la vida de Manuel Jiménez, ni aquí ni allá. Con amigos y compañeros de las asociaciones a las que pertenece, el arjonero posa, sobre un pequeño camión, en plena organización del festival músico-culturas de Tetes en Lair, una de las actividades que más dinamizan la vida de este pueblo de 160 habitantes.

senderista
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Ama la naturaleza y sabe valorar en su justa medida el privilegio de vivir rodeado de paisajes maravillosos, montañas y lugares de sos que, normalmente, ilustran las tarjetas postales y los grandes reportajes. Senderista consumado, los Alpes franceses le permiten desarrollar esta sana afición y, pese al frío, disfrutar de la nieve.

en plena fiesta
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La diversión es una buena aliada en la distancia, y Manuel Jiménez se lleva de perlas con ella. Cenas, barbacoas, fiesta... El jiennense cultiva la amistad y se rodea de buena gente allá por donde pasa. Un buen ejemplo lo ofrece esta fotografía, en la que casi no cabe un alfiler, durante una celebración en tierras galas.

el mundo a sus pies
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Da un poco de vértigo, pero a ver quién niega a esta foto el derroche de belleza que destila. Con la comarca del Trièves a sus pies, la zona donde el propio Jiménez reside, es fácil imaginar cuánto de bueno tiene vivir en un lugar como Clelles, donde valle y montañas conviven y ofrecen estampas tan hermosas como esta.