Es el momento

29 mar 2020 / 13:10 H.

Tan temible como las diez plagas de Egipto nos ha caído encima el pavoroso Covid-19. Nosotros nunca sospechamos vivir algo así. Por desgracia, la hecatombe está servida. Lo primero que hago al despertar en la mañana es mirar qué estragos nuevos nos trae dicho mal. Son muchos los días oyendo las listas de nuevos infectados y fallecidos por el maligno virus. El horror se hace presa entre nosotros al estar confinados en nuestras casas, toma dimensiones disparatadas de nuestra propia sensibilidad y nos hace bajar el ánimo. He llegado al convencimiento de no tomar medidas extrañas y demostrar entereza ante lo que esté por llegar. Sola, en mi pequeño apartamento, me hago esta reflexión y, la verdad sea dicha, lo estoy asumiendo con todo el sosiego y laxitud que el caso me infunde.

Creo, que de ahora en adelante, lo que estamos viviendo nos hará ver de muy distintas tonalidades el futuro que se nos presente. Lo que sí llevo mal (y esto duele) lo pudimos apreciar los que leemos mucho o ciudadanos en general atentos a las noticias. La cantidad de carencias que nuestra “idílica Sanidad Pública” presentaba, sin apenas nadie sospecharlo. Observamos con tristeza la falta de medios con que se trabaja y escasean en los centro de salud y hospitales de nuestro país. Los foráneos del tema vivíamos bien, en nuestra santa ignorancia del tema en cuestión. Desde que el problema hizo su aparición, se ven desabastecidos y desarbolados los médicos y personal de salud en general. Los medios sanitarios y quirúrgicos eran poco menos que los justos y necesarios para abastecer a los pacientes. Claro que nadie sospechó el semejante cataclismo que se venía encima. Pero da la impresión de que ejercían la profesión bajo mínimos. Lo justo para lo necesario del día a día sin grandes extrañezas e imprevistos.

Siguen padeciendo de abastecimiento de todo tipo. Es como si trabajasen por rutina, con lo imprescindible. Sin ningún equipamiento para hacer más desahogado su trabajo. Lo que hace pensar que la sanidad española no era tan buena como se tenía creído. Que acarreaba muchas carencias para lo imprevisto y que se mantenía desprotegido y escaso, muy escaso el capítulo de la sanidad: muy por debajo de lo más notable e imperioso. A boca llena muchos repetían que nuestra sanidad era la mejor del mundo y lo creíamos con fe. Respirábamos confiados y felices. Entendemos ahora que no lo era tanto, que era un camelo burdo y sin fondo de veracidad. Sí, era y lo es, en su parte humana. Qué duda cabe que la profesionalidad y preparación de los médicos y enfermeros españoles es óptima y humana al máximo, así como el resto del personal sanitario. Están a brazo partido luchando, reafirmando sus capacidades, dando el Do de pecho. Por ello, todos, estaremos siempre muy agradecidos.

En cuanto al confinamiento de los españoles. No entiendo como hay descerebrados que se tiran a la calle como si les faltase el oxígeno. La casa es un remanso de paz, nuestro hábitat indiscutible. Soy muy hogareña, para nada tengo esa necesidad imperiosa de salir, soy feliz en mi entorno y me rodeo de las cosas que me gustan, entretienen y hacen la vida más cómoda. Ahí pongo los libros que tenía seleccionados y en estos días daré buena cuenta de ellos.

Lo peor son los niños. Los entiendo y los compadezco y desde ahora ¡ya! Después de esta experiencia habrá que darles un tirón de orejas a los arquitectos urbanistas, pues tendrás que ir pensando en edificar de forma más humana, proyectando en casos de cataclismos como los que vivimos en los pequeños de las casas. Se debe estipular en cada construcción dejar un espacio libre y privado para que los habitantes de esas viviendas, por altas que sean, dispongan de lugares vivos, ajardinados y de recreo donde los niños sus espacios libres.

Muchas son las ideas que nos bullen en la mente. La premura del tiempo y el espacio nos abruma. Solo desearos unos días en paz, sosegados. Que Dios reparta suerte...

Qué momentos más extraños estamos viviendo!, ¡Qué raro se está haciendo esto! Pensaba yo que con el paso de los días de este confinamiento mi cuerpo y mi ánimo iban a acostumbrarse, y pasan los días y veo que no. Y pasan los días y lo comento y parece que no soy la única. Con resignación y cuidado extremo, pero agobiada y preocupada. A veces pienso en lo bien que lo estamos haciendo y otras veces solo veo errores. Pienso en el personal de Sanidad, que está al frente y al pie del cañón en esto y veo héroes y heroínas. Pero de pronto mi cabeza me dice que deje de romantizar, que son personas trabajadoras que están al servicio de la ciudadanía. Y es entonces cuando me doy cuenta de que esta crisis sanitaria debería servir para mucho más que para salir vivos y vivas de una pandemia. Debe servirnos para poner en valor a las personas y a sus labores. Idealizamos a nuestros y nuestras representantes en política y pensamos que el personal sanitario está ahí para servirnos sin más, porque ellos y ellas decidieron dedicar su vida a ello. ¡Qué curioso! Unos y unas cobran una pasta y otras y otros están expuestos no solo ante el coronavirus, sino ante cualquier enfermedad contagiosa a la que deban atender porque lo escogieron, porque eligieron libremente dedicarse a la sanidad. Como si a nuestros políticos y políticas les hubiera obligado alguien mediante amenazas u otros medios a dedicarse a carrera política en sus vidas... Pero ahí están los sueldos para los de arriba y los recortes para quienes eligieron una carrera sanitaria.

También pienso, porque tengo día y horas para ello, en la falta que nos hace ahora mismo que continuamente estén unos partidos y otros echándose cosicas en cara, cosicas sin importancia del tipo “solo tú eres el culpable de que el coronavirus haya llegado aquí, a nuestra gran España”... No sé, sigo pensando que no es el momento, sino que estamos ante una situación que nos unir y mostrar solidaridad y empatía. Y es que estamos ante un momento en el que incluso tenemos que saltarnos y obviar nuestra cultura más lúgubre, la de velar y enterrar a nuestros muertos y nuestras muertas, donde no podemos abrazar al familiar a punto de marcharse para siempre de nuestro lado, en el momento justo en que despedirnos es una misión imposible. Nos encontramos, acordándonos de Manrique, en el lugar donde la muerte nos iguala a todas las personas, sin distinción de lo cargado que tengan el bolsillo o de lo vacía que esté su nevera. Porque ahora da igual si ocupas un sillón importante o ni tan siquiera tienes donde sentarte, porque la sociedad al completo está expuesta y ante el mismo riesgo.

Y en estos momentos somos los españoles y las españolas de a pie quienes soñamos a través del humor a superar este confinamiento. Porque, todo sea dicho, la imaginación que estamos demostrando y las ganas de no perder la sonrisa y la alegría quedan patentes en miles de vídeos que corren por las redes, en memes y comentarios de lo más variopinto que nos arrancan la sonrisa dentro de la desesperación del no saber. Estamos demostrando que somos capaces de ser quienes manejamos nuestras sensaciones, nuestras emociones y nuestro poder. Y esto es algo que después, cuando todo esto acabe, no debemos olvidar. Porque el pueblo, los de abajo, tenemos la capacidad de cambiar el mundo.

Y mientras, aquí seguimos, confinados y confinadas, y sin saber cuándo acabará todo esto, porque la realidad es que la situación varía de un día para otro. Con la esperanza de volver mejores.