Un territorio “i-Maginado”

Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Expectación (Cabra del
Santo Cristo)

10 may 2020 / 13:19 H.

De altas miras. Situada en un lugar privilegiado de la provincia, se extiende por el centro sur de la comarca una extensión montañosa que es visible desde zonas tan alejadas como Sierra Cazorla. Habitada desde la antigüedad —en Bedmar se ha descubierto una necrópolis que evidencia presencia humana desde hace al menos seis mil años—, la región se presenta como un tesoro por descubrir. De las leyendas de época medieval hasta nuestros días, pasando por atalayas y fortalezas, huellas renacentistas y barrocas en sus templos, el territorio de Sierra Mágina conserva desde antaño sus más señeros vestigios como estelas que surcan el mar. Pero, en esta ocasión, las aguas son un extenso manto de color verde, que dibujan campos de olivos perfectamente alineados.

Aunque este sea por méritos propios el símbolo más destacado, el hecho de que Sierra Mágina cuente con uno de los más importantes parques naturales de Andalucía hace que la variedad y riqueza de su flora y fauna sorprenda al visitante a lo largo de sus 20.000 hectáreas.

Entre el gris de las calizas kársticas sobresalen pinos carrascos y encinas. Quejigos y arces también forman una vasta extensión conformando tonalidades a las que resta protagonismo el blanco de los cerezos y los almendros en flor. Una paleta de colores que cuentan también con la presencia del esparto y el romero. El Parque Natural con especies que solo pueden crecer en esta región. Entre las plantas endémicas, Lithodora nítida o la leguminosa Vicia glauca, que en primavera voltean el escenario con la viveza de su aspecto, ofreciendo un panorama peculiar a la vez que diverso.

Sierra Mágina contiene los núcleos poblacionales de Albanchez de Mágina, Arbuniel, Bedmar y Garcíez, Cabra del Santo Cristo, Campillo de Arenas, Carchel, Cárcheles, Bélmez de la Moraleda, Cambil, Huelma, Jimena, Jódar, Larva, Noalejo, Pegalajar, Solera y Torres donde sus gentes conservan oficios tradicionales en gran medida. Agricultura y ganadería que, a base de esfuerzo, ha ido dando sus frutos a pesar de los inconvenientes. Epidemias, hambrunas o sequías, han pasado por aquí y sus habitantes han luchado como lo hacen las pequeñas especies que resisten las bajas temperaturas en las cumbres de sus picos más altos.

También han sabido conservar las tradiciones con mimo. El riquísimo acervo cultural del espacio combina con el entorno en una simbiosis perfecta. La fortaleza de Albanchez, como torre vigía de gran parte de la sierra o el santuario de la Virgen de Cuadros en Bedmar, hacen que actividades como el senderismo puedan acompañarse de un componente cultural que revela la identidad de sus gentes. La naturaleza, con sus grutas y cuevas, se da la mano con construcciones que el hombre ha edificado a lo largo del tiempo. Es el caso de Los Caracoles, construcciones de piedra en seco que fueron levantadas a partir de rocas fragmentadas, unidas entre ellas sin ningún tipo de mortero o argamasa. Habitadas por los canteros, servían de refugio cuando estos tenían que pasar largas temporadas fuera del hogar. Mágina nuca deja de sorprender. En los últimos meses del invierno los almendros y los cerezos en flor, estos ya en primavera, mientras que en verano los bosques aglutinan la atención del visitante. Zonas como Cuadros, en Bedmar, o el Manantial de Fuenmayor, a siete kilómetros de Torres, se convierten en piscinas improvisadas donde paliar las altas temperaturas. Llegado septiembre, Jódar y Mancha Real agasajan al foráneo con sus fiestas y, cuando el frío arrecia, la gastronomía es la mejor aliada. Cocina de cuchara, con sopas y cocidos sobre la mesa, y una repostería que nada tiene que envidiar a las recetas monacales, acompañada de un vaso de “risolí”, ponen fin al calendario.

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Cada primavera, Japón celebra con entusiasmo la fiesta del Hanami, o dicho de otro modo, la contemplación de la flor del cerezo. En España es conocida la región del Valle del Jerte por este motivo, pero no hace falta viajar tan lejos porque Jaén cuenta son su propio espacio natural de inigualable belleza. Para admirar la delicadeza de una flor que estalla, dependiendo de la climatología, a finales de marzo o en el mes de abril, Torres es visita obligada. El pueblo suma enteros si es visitado durante esta época, dejando instantáneas sorprendentes y pintando un paraje que llegará a parecernos irreal.

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Quienes se acercan a Huelma quedan sorprendidos ante la iglesia de la Inmaculada Concepción. Construida en tres fases, en la primera de ellas trabajó Diego de Siloé, maestro mayor de la catedral de Granada. En una segunda intervino Andrés de Vandelvira, todo un referente de la arquitectura del Renacimiento en el mundo. Por último, Francisco del Castillo “El Joven” se hizo cargo tras la muerte de Vandelvira. Aunque por fuera no destaca en demasía, su interior la hace merecedora de una de las iglesias más bellas de toda la diócesis. Ejemplo indudable de la arquitectura religiosa del XVI, su punto débil estriba en el escaso número de horas que permanece abierta.

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Cada año son cientos de visitantes los que se acercan a descubrir el paraje de Cuadros. Tras la finalización de las obras que conectarán este enclave con Bedmar, quedará mejorada una vía de comunicación que es lugar de llegada de los bedmareños. Allí se encuentra la Virgen de Cuadros, patrona del pueblo y una de las principales devociones de Sierra Mágina. El área recreativa cuenta con numerosas mesas y senderos que han sido renovados con la instalación de una nueva señalización. Entre las especies destaca el pino carrasco, la higuera y el sauce llorón. En cuanto a arbustos, la adelfa, que convierte Cuadros en una de las regiones con más número de adelfales de toda España.

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La provincia de Jaén está considerada la región española con mayor número de fortalezas. Castillos, atalayas, torres, salpican una zona que hace las delicias de los enamorados de la Edad Media. Uno de los más conocido es, sin duda, el Castillo de Jódar. Eslava Galán sostiene que el conjunto puede datarse en la segunda mitad del siglo XIII. A esta fecha correspondería la conocida como torre vieja, mientras que la nueva se habría levantado en 1328. Desde entonces sucesivas modificaciones han ido sucediéndose hasta ofrecer el aspecto actual.

El templo, conocido también como Santuario del Cristo de Burgos, guarda en su interior interesantes joyas. Sin duda, destaca la pintura que representa a este crucificado, patrón de la villa, que sustituyó al anterior, perdido durante la Guerra Civil. Pero, por su espectacularidad, destacamos el retablo mayor ejecutado por Francisco Briones a mediados del siglo XVIII. El dorado corrió a manos de Luis de Melgar. Es, sin duda, una de las grandes obras de la retablística de toda la provincia, que por suerte no se perdió en los disturbios de la contienda que asoló a España el pasado siglo.