Sueños truncados

05 abr 2020 / 11:23 H.

Hoy, como todos los días desde que el presidente decreto la hibernación para luchar contra el coronavirus, me he levantado con un pellizco en el estómago, pero eso si, con la determinación de hacer que este día sea mejor que el anterior. Me he autoimpuesto una rutina diaria. Hay días que la cumplo a rajatabla, otros hago novillos. Esta mañana, cuando me he levantado en vez de ir a desayunar como siempre, me he quedado atrapada en la ventana de mi dormitorio viendo caer la lluvia. Tengo la sensación de que llueve a cámara lenta, gota tras gota muy despacio hasta llegar al suelo donde se deslizan por las losetas del patio buscándose las unas a las otras para fundirse en un minúsculo charco. Me arranco como puedo de la ventana. Ni pizca de ganas que tengo de moverme, pero pienso que tengo muchas cosas que hacer así que me pongo en marcha. Tras desayunar, como todas estas últimas mañanas, me conecto a las redes y leo distintos digitales. Hay que estar al día, pienso, saber todo lo que nos está sucediendo, y es entonces cuando me vuelven las punzadas al estómago. Que si tantos contagiados, que si tantos muertos, que sí..., que sí... ¡Uf! Que fuerte es todo esto. Reconozco que a veces no puedo contener las lágrimas que se agolpan en mis ojos y lloro de impotencia, de rabia, es como un coctel de sensaciones en el que también se asoma, por supuesto, el miedo.

Es hora de llamar a mis padres. Están muy mayores y sé que esperan mi llamada, la primera de otras tantas que se irán sucediendo a lo largo del día. Me reconforta escucharlos y saber que ellos también se encuentran bien. Antes de todo esto iba con mucha frecuencia a verlos al pueblo. Viven a 50 kilómetros de mi casa, bueno, eso era antes, ahora tengo la sensación de que están a miles de kilómetros. Llevo dos semanas sin verlos y aunque hablamos mucho, no es lo mismo, ni para mí ni para ellos, nos falta el vernos, el poder tocarnos y nos falta sobre todo los besos y los abrazos. Bueno, el día sigue y yo con él. Tras comprobar que mi niña ha hecho sus deberes (ella siempre tan aplicada y responsable, ¡que preciosa es!) y repasar juntas algunos trabajos, me voy al sótano y me subo en la bicicleta estática. La verdad es que empecé con mucha determinación haciendo una hora, ¡Bravo por mi¡ Pero ya a estas alturas la cosa se ha reducido a treinta minutos y bajando. Podría parecer que soy muy vaga, podría, pero no, no es eso, es que me aburro un poco, un poco–mucho. Por eso busqué en Youtube clases de zumba y... ¡las encontré! Es un señor que acompañado de dos señoras no para de moverse durante trece minutos. Yo hacía lo mismo que él hasta que, como con la bici, mi rendimiento se resintió. Ahora los trece minutos han bajado a cinco. El resto de la clase he decidido pasarla plácidamente mirándolos tumbada en el sofá...¡Joder, lo que cansa hacer deporte!.

Bueno, desayunada, informada, y en forma, abrimos un nuevo espacio en mi día. Antes de almorzar me engancho a las videollamadas con amigas y amigos. Hablamos de todo un poco ¿Cómo estás?, ¿Has oído que...?, ¿Mira lo que me han mandado al WhatsApp?, ¿Será verdad...?, ¿Para cuándo la vacuna? Unas cuantas risas y a colgar. Así se me va la mañana entre clases de no-gimnasia, deberes de primaria, WhatsApp y videollamadas.

Por la tarde llega mi momento favorito. Vuelvo a hacer mío el sofá, enciendo la tele y ¡zas¡... Aparece la plataforma con mis series y películas. Este es mi gran momento de devorar películas y sobre todo series. Ni tiempo para merendar tengo. Estoy como abducida. Antes las veía de tarde en tarde pero ahora, ahora las devoro hasta que se escucha “Mamá, ¿cenamos?”. “Espera que ya le queda poco al capítulo” me escucho contestarle a mi niña. Tras la cena el día se va apagando con un poco de lectura y mucho ajetreo dentro de mi cabeza. Vuelve el agobio. Este momento es el peor. Venga a pensar, venga a darle vueltas a todo lo que está pasando.

La ansiedad y la ganas de llorar cobran presencia de nuevo cuando dejo de hacer todo aquello que me ha permitido llenar mi cabeza y olvidarme de esas preguntas machaconas que aparecen día tras día: ¿Hasta cuándo este encierro de días, semanas, sin ver a los abuelos, a los amigos, sin hacer una vida normal con mi niña? Busco entonces recuerdos, imágenes, sensaciones, que me permitan refugiarme en ellas y aislarme durante la noche de tanta incertidumbre. Me despierto al poco de quedarme dormida ¿Qué está sonando? Aunque la oscuridad no me permite verlas, sé que son las gotas de lluvia que me visitaron por la mañana. Su sonido me reconforta, parece que me hablan y me dicen algo así como “hoy has cumplido. Mañana será un buen día y dentro de muy poco todo habrá pasado. Volverán los besos, volverán los abrazos. Ahora duerme” “Buenas noches” me susurran bajito.

Nous sommes ravis de visiter l’Andalousie”. Therese vive en Dangy, al noroeste de Francia. Hace unos meses me escribía mostrando su deseo de pasar unas vacaciones en España junto a su familia. Por las mismas fechas, Olga me decía que se había casado en Moscú, pero su deseo era celebrar su boda al calor de Andalucía. Ya tiene listo el viaje para ella, su marido y un grupo reducido de amigos. Jorge es de Sevilla y desea que sus hijos conozcan el pueblo de sus antepasados. Anja, de Copenhague, también ha organizado otro viaje porque quiere dar una sorpresa a su familia. William, de Glasgow; Joannis, de Berlín; Sonal, de Londres; Karl, de Indiana; Alberto, de Madrid. Todos comparten un sueño: disfrutar de unas vacaciones en Andalucía, más concretamente en Ribera Baja, una pequeña aldea de Alcalá la Real. Y la fatalidad también ha querido que todos compartan una frustración: ninguno de ellos podrá disfrutar de ese ansiado viaje. El impacto del coronavirus ha truncado sus planes. Y también los míos.

Yo conozco todas esas historias gracias a mi trabajo. Me dedico al turismo rural. Me he pasado los últimos años de mi vida dando la bienvenida a personas de todo el mundo que deseaban pasar unos días de ensueño en mis alojamientos. Últimamente, solo recibo cancelaciones de reservas que ya estaban formalizadas. Nadie puede venir ahora.

No puedo ocultar que esta ausencia de actividad me está afectando de forma muy negativa. En el plano económico, las consecuencias son nefastas, pero también lo son para mi desarrollo personal. No me adapto a ver pasar los días desde la ventana.

Mi vocación empresarial fue tardía. Durante buena parte de mi trayectoria laboral desarrollé otra vocación no menos intensa: el periodismo. Disfruté mucho con un trabajo con el que siempre había soñado, pero llegó un momento en el que necesité dar un giro a mi vida. Ese cambio conllevó un regreso a mis raíces y, en el plano laboral, me tuve que reinventar. Así nació mi dedicación al turismo rural, una actividad que me permite trabajar en mi aldea y, lo más importante, regalar buenas experiencias a quienes nos visitan. Todo han sido satisfacciones. Hasta ahora.

En estos momentos, solo me preocupa que muy pronto volvamos a la normalidad. No sé si esto será posible. Se oyen voces de todo tipo. Yo prefiero apostar por el optimismo y pensar que los pequeños empresarios no se verán abocados al desastre, que lograrán levantarse y seguir adelante.