Los imposibles existen

La historia de superación de Álvaro Trigo tras sobrevivir a un incendio en un domicilio en Andújar tiene mucho que ver con el deporte y una forma admirable de afrontar la vida

15 dic 2019 / 20:44 H.

Hay historias que marcan, a las que es muy difícil ponerles voz y más aún palabras. Adentrarse en este tipo de relatos es un reto que nunca llega a hacer justicia a sus protagonistas, pero son necesarias. Alguien debe contarlas, hay que esbozar el rostro de quienes las protagonizan porque, aunque no quieran alardear de ello, son ejemplos para la sociedad, emanan optimismo y un halo de esperanza para todos los demás, son héroes de sus propios destinos, aunque no necesitan capa. Y es que el pergamino de la vida está repleto de renglones amargos, pero hay personas son capaces de reescribirlos con una caligrafía nueva, limpia y admirable. Algunos incluso miran de frente a la luz del final del túnel y les dicen “hoy no”, porque les quedan mil metas más a las que llegar, muchos kilómetros por recorrer y más millas por nadar. Porque regresan “hechos de fuego”.

El protagonista de esta andadura es uno de ellos, nació hace tan solo 25 primaveras en la capital española, aunque solo a medias. Sus raíces son jiennenses, concretamente de Andújar, donde ha pasado la mitad de sus días entre fresco olor serrano y el amor de su gente. Su infancia transcurrió a caballo entre Madrid y tierra iliturgitana donde pasaba los veranos y muchos fines de semana. Allí encarnó miles de aventuras con sus primos, que también son sus amigos. Este bello territorio del Santo Reino fue testigo mudo del desarrollo de una personalidad especial que responde al nombre de Álvaro Trigo Puig.

Con el paso del tiempo, el niño dio paso a un joven estudiante que soñaba con ser bombero, aunque terminaría tomando otros rumbos. Durante su formación, allá por 2015, descubrió una afición que le cambiaría la vida, el triatlón, a la que añadiría otros deportes como el boxeo. Sería en esta época cuando participó en su primer Iroman. Para quienes asocien este término al superhéroe de Marvel, deben saber que también es una competición que conlleva varios kilómetros de natación, además de otros tantos de bicicleta y de carrera, todo en un tiempo determinado. “Siempre había participado en competiciones y poco a poco fui aumentando la distancia y el nivel de las carreras”, destaca el joven. Con tantas ganas enfocó el deporte que llegó a quedar el segundo en su categoría en el primer Ironman en el que participó, siempre al lado de uno de sus grandes referentes, su padre Ángel. Fueron muchos los campeonatos, tanto europeos como en el territorio nacional. Al mismo tiempo, probó suerte con el boxeo, disciplina en la que también compitió, concretamente en Kick boxing, combate en el que se mezclan técnicas del boxeo con patadas de algunas artes marciales como el karate y el muay thai, estando así relacionado de las artes marciales de oriente. Y no se le daba nada mal, pues quedó tercero de España.

En definitiva y hasta aquí es una historia más, un chico enamorado del deporte que cursaba sus estudios superiores y que tenía miles de sueños por cumplir como tantos otros jóvenes de su edad. Sin embargo, la vida tenía preparado para Álvaro Trigo un contratiempo, un reto muy complicado de digerir y más aún de relatar. Comenzaba así una nueva etapa, la de esquivar un final demasiado prematuro y rescribir su propia historia. Corría el 2 de febrero de 2018 y Álvaro había bajado a Andújar para pasar unos días con la familia. Se encontraba en una de las casas familiares, concretamente en el kilómetro 15 de la carretera que va dirección al Santuario de la Virgen de la Cabeza. “Encendí la chimenea y algo debió de salir mal porque cuando volví de la cocina, a la que salí un momento, todo estaba en llamas”, relata Trigo. Un escalofriante suceso pues el fuego era devorador e incontrolable. En un intento por apagar las llamas, el joven se resbaló y se quemó la espalda, los dos brazos y parte de las piernas. Su increíble reacción lo llevó a desprenderse de la ropa quemada y salió por su propio pie de la casa. Aún con el cuerpo quemado, consiguió llegar al domicilio de unos familiares, a casi un kilómetro, para pedir ayuda. Es casi imposible imaginarse la dramática escena, aunque Álvaro Trigo se aferró a eso que llaman espíritu de supervivencia y consiguió escapar.

Sus tíos llamaron a la ambulancia que tardó 35 minutos, debido a las complicaciones de acceso, pues la casa se encuentra en plena sierra. A partir de ahí, el joven casi no recuerda nada, pues en esos momentos los profesionales sanitarios lo indujeron al coma, por lo que en un principio no supo que su destino sería el hospital Virgen del Rocío de Sevilla, al que llegó en helicóptero. Para ser sinceros, el pronóstico de los médicos cuando el madrileño llega a la capital hispalense fue bastante negativo. “A mi familia le comunican que más del 80 por ciento de las personas que llegaban en mi estado no salen”, afirma. Comienza un calvario en el que el personal tuvo un papel esencial tanto por su trabajo, como por el apoyo psicológico. La primera buena noticia llegó a los diez días cuando Trigo consigue despertar: “En ese momento estaba muy medicado y los quince días siguientes en la UCI los recuerdo como si hubieran sido un día muy largo”. Consciente de lo que había sucedido, Álvaro Trigo nunca se imaginó la gravedad, pues tenía el 63 por ciento de la superficie corporal quemada, no le fluía la sangre en el brazo derecho y tampoco le funcionaba un pulmón. El siguiente paso fue pasar a planta, completamente aislado y sin garantías de éxito. Otros cuatro meses en los que a sus 23 años, tenía claro que ese no era su lugar y que de las puertas del hospital saldría un Álvaro nuevo, una versión diferente, pero reforzada. Durante su estancia, fueron muchos los gestos de cariño que recibió y que le ayudaron en esas dolores curas diarias y le aportaron fuerza para comenzar a caminar de nuevo y soportar las trece operaciones a las que tuvo que someterse. Algunos de esos detalles llegaron del equipo de fútbol del Betis, cuyos jugadores les regalaron una camiseta firmada por todos y un balón para su cumpleaños, pues sacarle a una sonrisa era uno de los objetivos principales. Para ello contó con muchas personas, entre las que no faltaron los suyos, los más importantes.

Uno de los momentos más entrañables durante su paso por el centro hospitalario lo protagonizó su progenitor, que le llevó la medalla de la maratón de Sevilla con la promesa de que volverían a correrla juntos. “De hecho, aunque el deporte era algo que se había quedado para más adelante y que parecía poco probable, desde el centro siempre me animaban para que no cesara en mi ilusión”, relata. Otro de los detalles que más marcaron a Trigo, para el que la fe en Dios ha sido esencial, vino de la mano de un amigo de Andújar, que le dejó adherida una frase de la Biblia en el cristal que los separaba durante su aislamiento y que aún conserva: “Esfuérzate y sé valiente, no temas ni desmayes que yo soy el Señor y estaré contigo por donde quiera que vayas”.

En esta carrera por aferrarse a vivir, Álvaro Trigo consigue su primera meta, volver a casa donde debía guardar reposo. Sin embargo, a los pocos días, este valiente que roza en ocasiones la locura, le pidió a su madre que lo acompañara al gimnasio, pues “no quería estar todo el día tumbado”. La escena era la siguiente, el joven, aún convaleciente por todo lo ocurrido y con el cuerpo sembrado de cicatrices, acudía al centro deportivo acompañado de su madre, que nunca había estado en uno, pero cuyo amor la guiaban a ayudar a su hijo sin límites, un término que las alumbradoras de vida no conocen. Apenas podía hacer ejercicios, pero además tenía que soportar los dolores de las cicatrices que reaccionaban a los pocos minutos de la práctica deportiva. Aun así, su verano consistió en estar tumbado, ir al fisioterapeuta y al gimnasio. Quizás haya quien no lo entienda, pero para Álvaro el deporte fue su gran medicina, lo que lo salvó de decaer y tirar la toalla. “Empecé a ver la luz cuando me dieron el alta, lo que se unió a mi fe y el apoyo de mi familia y los médicos que siempre me animaron a seguir”, sentencia.

El héroe de esta historia siguió sumando victorias y comenzó a practicar natación y cambió los hábitos de entreno, pues no le podía dar el sol. ¿Se quedó en eso? Estaba claro que no, tras meses de un esfuerzo descomunal y de una lucha incansable llega febrero, la fecha de la celebración de esa anhelada prueba en Sevilla que un año antes había imaginado desde su cama del hospital, pero que iba a dejar de ser un sueño. Al lado de su gran compañero, su padre, consigue terminar la maratón incluso mejorando los tiempos conseguidos antes del accidente, en tan solo cuatro horas. Una bendita locura que recuerda como uno de los días más “especiales de su vida”, pues en la meta lo esperaba su gente. Cuando terminó los 42 kilómetros y miró atrás, los recuerdos de todo un año se acumularon y, aunque no lo confiesa, seguro que las lágrimas de alegría y emoción tampoco faltaron, pues lo conseguido llega al corazón y cala el alma de todos los que conocen su experiencia. Un viaje que además aprovechó para visitar el Virgen del Rocío y llevar la medalla de la maratón, así como conversar con otras personas que, como él, lo han pasado mal, para demostrarles que se puede, que rendirse no es una opción. Una vez cumplido el primer gran reto, el joven se ha vuelto imparable, pues previamente “se había metido en otro lío”. Fue uno de esos días en los que el humor no acompaña cuando decidió apuntarse a un Iroman en Marbella, fechado para el mes de abril. Hasta allí se fue para volver a triunfar, a pesar de pasarlo mal por el sol y las dificultades que surgieron.

En agosto llegaría su última aventura, ir de Formentera a Ibiza nadando. No es una errata, realmente cruzó de una isla a otra para recaudar fondos destinados a una asociación, Formación Senegal. Dieciocho kilómetros en ocho horas que realizó con miedo y con la responsabilidad de ayudar a otros, por lo que lo define “como un día muy especial e inolvidable”. Eso sí, su cabeza sigue dando vueltas y el próximo mes de mayo participará en otras dos maratones, en Barcelona y Ronda, con una diferencia de cinco días entre ellos. Además, su horizonte pasa por cumplir un reto más amplio, en un año y medio, para participar en un “ultraman” europeo de tres días.

Queda poco que añadir, simplemente quédense con este nombre, Álvaro Trigo, guárdenlo en el corazón, sus palabras, su rostro, su historia, para que sirva como inspiración cuando lleguen los días de nubes grises. Él lo merece para que su lucha no sea en vano pues, a pesar de su humildad, puede ser una luz que guía cuando la oscuridad se instala. Para esos momentos, este joven que es ya un orgullo para los jiennenses les recomienda: “Lo que va a marcar su vida no es lo que les pase, eso no se elige, lo importante son las decisiones que se tomen y podemos reaccionar a los problemas, el rumbo está en nuestras manos”. Sus valores; la constancia y la fe ciega en uno mismo.