Lo que he aprendido del confinamiento

05 abr 2020 / 11:23 H.

C onfinada, hay que ver, quién lo iba a decir ahora que empieza la primavera. Los primeros días a mediados de marzo me cogieron incluso con catarro, lo que añadía un plus de precaución a la estancia en casa. Organizando los archivos que había que copiar para asegurar que el teletrabajo iba a ser posible, las vías de conexión con los compañeros, y buscando un huequito en la casa donde poder realizar más o menos cómoda esas tareas laborales.

Lo que se preveía como un periodo de cierto relax laboral se ha convertido en el infierno. Primera enseñanza del confinamiento: el teletrabajo es un horror. No hay horario ni fecha en el calendario. Los jefes entran en modo gestión de crisis y sus mensajes pueden llegar a las 21:00 horas del domingo o a las cuatro de la tarde, justo en el momento en que vas a calentar algo que comer después de toda la mañana de trabajo. Todo es ya, todo es ahora. No se te ocurra no poder coger el teléfono, si estás confinada en casa tienes que estar siempre conectada, ni horario para ducharse ni nada de nada. Y lo mismo se aplica a los medios de comunicación que necesitan expertos universitarios o declaraciones ahora autograbadas por parte de los cargos universitarios. Ahora me acuerdo, ahora te lo mando, que total, estás en casa, así que me puedes atender.

El que inventó las redes sociales no creo que pensara que iban a ser el desahogo de las frustraciones de cada uno. Me dan un altavoz y puedo utilizarlo para quejarme de lo que me molesta, de lo que no entiendo, de lo que no me gusta o de lo que no quiero entender. Y eso lo gestionamos desde Comunicación de las instituciones, menuda faena. Tienes que trasladar las actuaciones que la institución está llevando a cabo para mantener la actividad en modo no presencial y gestionar las críticas lo mejor que puedas. Segunda lección del confinamiento: lee mensajes positivos, desecha las críticas y los mensajes que barruntan el apocalipsis. Total, lo que tenga que pasar, será y no vale de nada estar angustiados desde ahora. Hay que seguir la filosofía del Cholo, partido a partido.

Hay que ser justo, las redes sociales pueden aportarnos otros mensajes positivos. Estoy enganchada a los retos de los deportistas, esos y esas jóvenes confinados que ejercitan sus diferentes maestrías en tareas que no son las habituales, como el baile o la cocina. Si quieren sorprenderse bien busquen el vídeo de Luke Sikma, jugador de baloncesto, que a un golpe de golf recorre con una pelotita toda su casa, subiendo por cepillos de barrer y colándose en vasos de plástico, sorprendente. Aquí va la tercera lección: las crisis sacan lo mejor o lo peor de cada uno, elige qué persona quieres ser, la que transmite aún más tensión y ansiedad a los demás, o la que quiere aportar una sonrisa, una ilusión, una esperanza.

No sé cómo les irá a los que tienen una amplia familia y tienen que convivir en unas pocas decenas de metros cuadrados, no es mi caso. Mi pisito, en el que hemos vivido a gusto mi hija y yo, ahora está solo a mi disposición porque la jovenzuela ya se ha emancipado. Hay que ver lo que se echa de menos una terraza, una azotea o un balcón, vamos, más que sea un perrito. Ver los vídeos de los afortunados en sus hamacas al sol o bailando en sus terrazas, mientras tú tienes que rodar mesa y sofá para tener un hueco donde hacer unas sentadillas y estirar un poco para mover el cuerpo, en fin, cuando menos se puede calificar de sana envidia. Ahora resulta que las clases sociales ya no son las de la propiedad y la mano de obra, versión clásica, sino las de la posesión de terraza o jardín, frente al pisito, vaya, al menos un balconcito donde aplaudir a gusto viendo a los vecinos. Otra nueva lección del coronavirus: siempre habrá clases sociales, aunque se haya impuesto una mayoritaria clase media.

Y he dejado para el final lo más importante, sin duda, la salud. Hay que ver lo ñoño y demodé que resultaba ese mensaje de las abuelas “lo que importa es la salud”, o de viejas canciones que nos indicaban las tres cosas que tiene la vida, salud, dinero y amor. Pues, vaya, ahí lo tienes. Que no nos falte la salud en estas épocas convulsas de contar infectados y fallecidos. Que no les toque a ninguno de nuestros familiares, amigos, conocidos, que no tengamos que pasar por esa angustia de la enfermedad.

Que acabe pronto, que se descubra la vacuna, que todos tengamos acceso, que no se utilice para enriquecer a unos pocos a costa del sufrimiento de muchos. Y cuando todo pase y nos enfrentemos al mundo que sea, que nunca será el mismo, que recordemos lo que es ser feliz. Que la felicidad consiste en compartir una charla en un bar, en reír con los amigos, en pasear al sol, en darse un baño de mar, en ir a los partidos del deporte que nos gusta (¡Vamos Granca!), en celebrar un nuevo aniversario de Diario JAÉN con antiguos compañeros, en viajar y conocer sitios nuevos. Nada extraordinario y, sin embargo, insuperable. Que hemos sido muy felices, aunque quizá ni nos dábamos cuenta, pero que sé que vamos a volver a serlo.

Que aprendamos la lección más valiosa que puede aportarnos este coronavirus, que dependemos unos de otros. Que no caigamos en la tentación de ver al otro como un foco de contagios, sino como la mano que necesitamos para seguir avanzando, para no caer en el pozo de la soledad y la angustia. Que estos días en que tanto echamos de menos un abrazo, un beso de nuestros seres más queridos, compartir un rato de charla próxima, mirándonos a los ojos, —mucho más cerca unos de otros que ese metro y medio de seguridad—, nos descubra la necesidad de ser solidarios unos con otros, de brindar apoyo al que lo necesita, una sonrisa al que parece desfallecer. La vida no tiene sentido sin los otros, sin los que queremos y nos quieren, ese es el gran mensaje.

Que pronto podamos volver a abrazarnos.