Jóvenes, viejos, que pase una ronda

05 abr 2020 / 11:23 H.

Relatar, queridos amigos de diario JAÉN, cómo está transcurriendo mi cuarentena del coronavirus me temo que no dé narrativamente mucho de sí. Como tantos periodistas por cuenta propia, trabajo desde hace tiempo en casa y el confinamiento no me ha supuesto ningún cambio significativo. A las autoridades de empleo les gusta apuntarse el tanto de los muchos autónomos que hay en Andalucía, pero deberían, dicho sea en tono menor, descontar de su cómputo a aquellos que nos pasa lo que Cánovas decía que les pasaba a sus conciudadanos: que eran españoles porque no podían ser otra cosa.

Paso los días amarrado al ordenador y enganchado al móvil, vigilado de cerca por “Lucas”, un perro pequeño y ya viejo. El pobre “Lucas” es un perro prudente, escéptico y glotón: me recuerda vagamente a aquel “Cuqui” que hace treinta y tantos años merodeaba por el JAÉN como uno más de la Redacción. El nombre debió de ponérselo Luis Cátedra, que tenía mucho talento para los motes (y para tantas cosas).

Escribir para JAÉN, aunque sea como ahora por un motivo grave, me trae recuerdos de una juventud que objetivamente hay que calificar de remota, pues hace dos años que dejé atrás los 60, pero que subjetivamente parece que fue ayer.

En aquellos tiempos, el director Juan Espejo no tenía, claro está, la formalidad de hoy, que es por lo demás la que se exige a un director de periódico. En aquellos lejanos 80, juntos nos tomamos más de un refresco y más de dos, mezclados, eso sí, con unas gotitas de algo más fuerte. Como diría Loquillo, “y dice la gente que ahora eres formal...”. Me temo que yo también lo soy: me temo, en realidad, todos los somos a partir de cierta edad, y ay de quienes no lo sean.

En Sevilla vamos soportando la cuarentena como buenamente podemos. Tal vez sea algo más duro que en otros sitios porque la primavera fulgurante y reventona ya está tomando la ciudad y muchos sevillanos creen sinceramente que no hay en el mundo mundial primavera que pueda compararse a la Sevilla. Al ser tierra de tantos poetas, estos han conseguido convencer a sus paisanos de la exclusividad de la primavera sevillana. Y como no hay mal que por bien no venga, algo bueno tenía que tener el dichoso coronavirus: y es que ha obligado a suspender los pregones de Semana Santa, de manera que este año nos hemos ahorrado a toda esa legión de poetastros que cada cuaresma se ensaña sin piedad contra la alta y noble tradición literaria forjada por el talento de los Rioja, los Machado o los Cernuda.

Si salimos bien de esta, quién sabe, puede en que el futuro seamos capaces de recordar sin amargura estos días no ya difíciles, sino algo peor: estos días históricos. Se cansa uno de tanto suceso histórico como nos ha tocado vivir. Se diría que en este siglo XXI vamos a suceso histórico por década: en la primera tuvimos el crack financiero y en esta segunda nos ha caído la pandemia del coronavirus. La historia podía dejarnos descansar un poco y, puesto que aún queda mucho siglo por delante, apartar un buen porcentaje de sus acontecimientos y abominaciones para regalárselo a las generaciones del futuro, que también ellos tienen derecho a su ración de tiempos interesantes.

A todo esto, poco o nada he dicho de mi experiencia de confinamiento. Qué más, el confinamiento, amigos, era solo una excusa para visitar los viejos tiempos, aquellos en que Juan y Luis y yo y tantos otros todavía no éramos formales, cuando el “Cuqui” no era todavía una sombra, la misma que todos seremos. Juan Marsé dijo hace años estar escribiendo una novela memorialista que iba a titular “Aquel muchacho, esta sombra”. Hermoso título.

Pero mientras llega nuestra hora, sigamos todos aquel consejo del gran Robert Louis Stevenson, con cuyas palabras me despido:

“Viejos y jóvenes, todos estamos en nuestra última travesía. Si hay un poco de tabaco entre la tripulación, ¡por amor de Dios!, que pase una ronda y fumemos una pipa antes de partir”.