Días de clausura en el pueblo

05 abr 2020 / 11:23 H.

Desde mi casa estos días solamente se escucha cantar a los pájaros, gorriones, colorines, lavanderas, y hasta a los “aviones” que ya han llegado con la primavera reparando los nidos del alero de la iglesia. El reloj del Ayuntamiento a lo lejos y las campanas tocando el Ángelus y, de tarde en tarde, algún vecino que va o viene del campo, esos agricultores que no paran para que el alimento no falte en las mesas de España y Europa. Ahora mismo, cuando escribo estas líneas, son las ocho de la tarde y se escuchan los aplausos, Resistiré y el Himno de España, esos son todos nuestros sonidos. Igual que en tantos rincones de Andalucía, de España, del mundo entero. El pueblo es pequeño, no llega a los mil habitantes, y estamos todos de una u otra forma interconectados, eso sí sin salir de casa más de lo estrictamente necesario. La conducta de mis vecinos está siendo ejemplar. Todos, niños, adolescentes, jóvenes... y desde el primer día.

En el caso de mi familia directa ya hace más de una mes largo que decidimos confinarnos voluntariamente. Antes incluso de que el Gobierno diera la orden. La decisión no era fácil, pero mi madre tiene 95 años, en octubre es su cumpleaños y quiero poder encender 96 velas y apagarlas con ella. Tiene su mente clara y con una memoria envidiable. Ella es la que en momentos como estos parece que tiene más calma. Llama por teléfono a sus hermanos menores, en los noventa también, a amigas y familiares, repartidos por Andalucía, Cataluña, Aragón... y a su nieta en Madrid, en medio de uno de los principales focos. Una situación extrapolable a miles de familias. Ella no usa técnicas modernas para comunicarse. Ella usa su voz y a través de ella manda su cariño a todos. Un ejemplo que poco a poco hemos ido tomando y cada vez pasamos más de los mensajes. Por muchos emoticonos y dibujitos graciosos que pongamos nunca sustituirán la alegría de oír esa voz amiga, familiar que te dice “cómo estás” para a continuación, cada vez más, pasar a hablar de cosas distintas, de nuestras vidas, de recuerdos, de que libro leer o que película es interesante, de nuestras historias...

Cuando ella habla la escuchamos y vemos su tranquilidad preguntando por todos y recomendando con ahínco que no se baje la guardia con las medidas higiénicas, esas que ella a lo largo de nuestra vida nos ha inculcado. Sobre todo el lavado de manos hasta la saciedad, el que tantas y tantas veces nos ha ordenado, en ocasiones, por que no decirlo, hasta cabrearnos con su insistencia y que sin embargo ahora, cuando nos lo dice, nos hace sonreír al ver lo pendiente que está de todos. “Esto es como cuando el cólera o como cuando la gripe aquella de antes de que yo naciera, que mi madre lo contaba”, recalca una y otra vez.

Pandemias ha habido y habrá, pero la que estamos viviendo es, sin duda, distinta por todos esos motivos que son de sobra conocidos por la ciudadanía. Creo que hay pocos lugares en el mundo donde no se conozca esa palabra que hasta hay países que prohiben a los periodistas que la escriban, como sin con ello evitaran su existencia.

Cuando esto pase el mundo no será el mismo. Tengo la esperanza que sea mejor en todos los sentidos. En estos días de confinamiento, de clausura son muchos los que ponen sus pensamientos, sus sentimientos negro sobre blanco y reflexionan sobre lo que estamos haciendo en el mundo. Muchos los que escriben mensajes de más de dos palabras y muchos los que cogen el teléfono para hablar con sus seres queridos. Si antes era una llamada de tarde en tarde ahora son continuas, aunque sea solo para decir buenas noches. Por todo eso y mucho más espero que cuando esto acabe el mundo no sea el mismo, que sea mejor. Son muchas las horas que ahora se pasa juntos. La casa es en algunos momentos zona de arenas movedizas en las que puedes hundirte, pero el asidero de la familia, de los amigos, está ahí. Ellos son el faro que nos guía.

Desde este rincón en medio de la naturaleza mando un abrazo inmenso con el corazón a todos los jiennenses, y a los compañeros de Diario JAÉN no os preocupéis, las ochenta velas se encenderán con muchas ganas. Y, por favor, por todos nuestros mayores, por todos, los de cualquier edad, quedaos en casa todo el tiempo que haga falta. Recuperar el vicio de leer, de escribir... haced punto, ganchillo, cocinad... aprovechad el tiempo que hoy más que nunca es oro.