Con los pies en la tierra

05 abr 2020 / 11:23 H.

Vivíamos en la era global, en un mundo aparentemente feliz en esta parte del planeta. Viajábamos, salíamos, nos relacionábamos, nos tocábamos, nos abrazábamos, nos besábamos... Y pensábamos que esta aldea global, de la que hablaba McLuhan cuando creíamos que era ciencia ficción, sólo nos proporcionaba ventajas. De pronto, nuestro mundo se ha desmoronado por un supervirus global que ha atravesado todas las fronteras. Y ha puesto todo patas arriba. Este virus planetario nos ha obligado a vivir en un escenario muy distinto del que estábamos acostumbrados. Y nos ha hecho poner los pies en la tierra, cuestionándonos todo, absolutamente todo, desde nuestra escala de valores hasta nuestra forma de vida.

Ya llevo tres semanas confinada en casa, trabajando en casa, participando en reuniones por vía telemática y siguiendo las indicaciones de las autoridades sanitarias con tal disciplina militar que hasta me sorprende a mí misma. Y sé que quedan otras tantas, o muchas más. El porvenir parece muy incierto para todos. Y lo afronto con preocupación, supongo que como el común de los mortales, aunque también, con alguna dosis de optimismo y esperanza.

Por muy dura que nos resulte esta pesadilla que estamos viviendo, la esperanza es algo que no podemos perder.

Y tenemos sobradas razones para ello. En este tiempo de confinamiento, vemos a miles de personas que están al pie del cañón: los sanitarios, los trabajadores de las residencias de mayores, las auxiliares de la ayuda a domicilio, las limpiadoras, los que trabajan en lavanderías, los operarios del servicio de limpieza, los que trabajan en las plantas de tratamiento de residuos, los agricultores, los transportistas, los empleados de supermercados, los militares, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, los periodistas... Hay muchísima gente que se está exponiendo todos los días para cubrir las necesidades básicas de todos los demás. Y muchísima gente que ha emprendido acciones solidarias para contribuir a luchar contra esta pandemia.

¡Qué menos que los que tenemos el privilegio de poder trabajar desde casa podamos contribuir a la causa, apoyando todo lo que se está haciendo, que es mucho!

Todo esto me está demostrando que la sociedad civil funciona. Y también la política. Porque me parece justo reconocer el trabajo que están haciendo muchos, desde los ayuntamientos, las diputaciones, las comunidades autónomas y el Gobierno de España.

Dicen que en tiempos difíciles sale a relucir lo mejor y lo peor de la gente. Y lo estamos viendo. De lo mejor, hay muchísimo; y de lo peor, lamentablemente también. En estos días, en que estoy echando el resto en mi trabajo, con el móvil abierto las 24 horas del día, y trabajando cómodamente desde mi casa, leo, veo y escucho cosas tan mezquinas que me cuesta entender. Me refiero a quienes un día sí y otro también están aprovechando esta calamidad para crear mentiras y difundirlas pensando en derribar al Gobierno y en los réditos que podrían tener en próximos comicios electorales.

Eso sí que es triste. Como si no tuviéramos bastante con lo que está pasando, viendo todos los días estadísticas de muertos y contagiados; viendo cómo se ensaña el Covid-19 con nuestros mayores, cómo se establecen protocolos para dar prioridad en la atención sanitaria a unos sobre otros; cómo miles de personas pierden sus empleos, o cómo se están produciendo situaciones dramáticas en miles de familias.

Es una de las cosas que me planteo en estas semanas de reclusión, en que me preguntó cómo vamos a superar la crisis económica y social que ya tenemos encima. Pero también me pregunto cada mañana qué está pasando. Porque aún, después de tres semanas, tengo la sensación de estar viviendo en directo una película de ciencia ficción de un final incierto con miles de interrogantes que no se llegan a esclarecer.

Por lo pronto me pregunto para qué sirve la Organización Mundial de la Salud, con tanto alto ejecutivo de sueldos millonarios y qué ha hecho en este caso. Sí, ya sé que declaró la pandemia, pero cuando ya estaba extendida en medio mundo. Me pregunto si realmente hay esperanzas de que pronto se pueda tener una vacuna. Me pregunto por el origen real del virus y por su velocidad de propagación a la velocidad de la luz... Y tantas y tantas cosas para las que no encuentro respuestas.

Cierto es que la información a la que podemos acceder en estos días es muy abundante, pero realmente no encuentro ninguna respuesta a las preguntas que a mí particularmente me interesan. Mientras tanto, solo me queda tener los pies en la tierra y esperar, confinada, sin ver a mi familia ni amigos; sin ver a nadie, salvo por la vía virtual. Y espero que esta pesadilla pase cuanto antes para volver a ver a mi gente, tocarla y abrazarla. Y a vosotras y vosotros también, queridos colegas de Diario JAÉN de aquellos maravillosos años de los 80 en los que no pensábamos, ni por asomo, que llegaríamos a vivir esto.