Pause

29 mar 2020 / 13:10 H.

Apesar de todo, a pesar de los malos, raros y desagradables momentos que estamos viviendo con la actual situación debido al Covid-19, está claro que la vida sigue, muy distinta, pero sigue. Cualquier tarea se hace mucho más dura, pero a la vez reconforta más saber que los que haces tiene una recompensa, la de conseguir que todos nuestros lectores y nuestro jiennenses, tanto de la capital como de la provincia, puedan seguir leyendo e informándose con nuestro Diario y nuestro esfuerzo, el poder hacer las horas mas llevaderas, amenas y hacer que el tiempo pase más rápido y agradable, son muchas las suscripciones que hemos perdido temporalmente debido al cierre de negocios no catalogados de primera necesidad, pero reconforta cuando estos establecimientos te piden que les sigas dejando su ejemplar en su domicilio de casa en vez de su domicilio de trabajo, pero sobre todo reconfortan esos nuevos suscriptores, normalmente de edad avanzada, de edad de riesgo, que al no deber salir de este confinamiento impuesto por Real Decreto, cosa que debemos llegar todos a raja tabla si queremos parar esto lo antes posible y poder volver a salir libremente y con toda seguridad a nuestras calles, sobre todo ahora que llega la primavera, el calorcito y las tardes se alargarán en breve. Yo a todos los bares, restaurantes, cafeterías, heladerías, etc.

Que nos llaman apesadumbrados, a los que se les nota el desánimo en sus palabras, los animo diciéndoles que en breve esto pasará y que en poco tiempo volverán a recuperar los perdido, pues son tantas las ganas que la gente tiene de tirarse a la calle, a compartir una cervecita, obviamente, con tapa, que van a estar estos establecimientos mas demandados que nunca y van a hacer mas caja que en sus mejores tiempos, al menos con eso les saco una sonrisa, no sé si conseguiré animarlos de verdad, pero si es cierto que al menos por unos segundos sonríen y nos dan las gracias por ello, sobre todo cuando los despides con ánimo y fuerza y les dices que juntos saldremos adelante. Trabajar así no es agradable, pero al menos algunos podemos seguir trabajando, bien en el lugar de trabajo coordinando tareas o bien teletrabajando en casa, en mi caso me toca estar en la empresa coordinando el trabajo de mis compañeros de administración, tanto a nivel de Distribución, como de reparto, suscripciones y ayudando a sacar adelante la publicidad, cada vez menor en estos momentos, pero que gracias a muchos valientes sigue apareciendo en nuestro diario, unos para anunciarse y otros simplemente para dar ánimos y consejos a la población. Aún así, el miedo siempre está ahí, tomamos todas las medidas necesarias, trabajamos con nuestras mascarillas y guantes, nos desinfectamos miles de veces al día, pero aún así sabemos que el riesgo sigue ahí fuera, en todo nuestro medio ambiente y eso no se nos olvida y nos deja una sensación muy extraña, tan extraña como esta situación que estamos viviendo que yo creo que ni el propio Amenabar hubiese pensado nunca para guión de alguna de sus películas.

Pero pase lo que pase ahí seguiremos, trabajando por y para todos los que disfrutáis con nosotros, con nuestra lectura, noticias, pasatiempos, en definitiva, con nuestro diario. Mucho animo a todos y juntos saldremos adelante como otras tantas veces hemos sabido hacerlo. El trepabuques nunca se hunde, sino que hunde a todo lo que se ponga por delante.

Cualquiera de nosotros había imaginado que el fin del mundo iba a ser algo así como una peli americana de acción de esas que hemos visto en televisión a la hora de la siesta cientos de veces.

Que nuestras calles serían como un gran plató de decorados devastados, llenos de ruinas, de animales sueltos, de naturaleza desbordada, de escombros y de zombies con mejor cara que un adolescente saliendo a medio día de una “rave”.

Pensamos en nuestro imaginario colectivo que se abrirían los cielos y que, de él, Dios nos mandaría rayos y centellas, o que vendrían los extraterrestres en plan “Encuentros en la Tercera fase” y que todos nos iríamos a una explanada a recibirlos en plan Bienvenido Mr. Marshall. Creíamos que bajo nuestros pies los suelos serían lava pero sin reto viral. Que si los siete jinetes del Apocalipsis, las plagas y no sé cuantos efectos especiales más llegarían para anunciar que se acabó, que sefiní y que a la mierda la bicicleta.

Y resulta que lo más parecido al armagedón es esto: un vacío absoluto. Un silencio sepulcral en las calles cansadas de tanto pisoteo y ruido. De tantos caminos sin retornos y pasos que no llevan a ninguna parte. Un silencio de rutinas, de despertadores y alarmas. De hasta luego y mañana nos vemos.

Un silencio que llena conversaciones escritas en móvil, redes sociales y que deja secas las gargantas.

Un silencio siniestro que nos dice que estamos vivos de milagro, de chiripa y que crucemos los dedos por sí.

Y si no se acaba el mundo, si el Armagedon no es esto, el mundo se ha puesto en pause. Ea, todos a la vez parados, quietos.

Quizá el mundo no se acaba del todo. Ni este sea el fin de los tiempos, ni el Apocalipsis haya llegado.

Quizá lo que se acaba es el mundo tal y como lo conocemos ahora, de eso no cabe la menor duda (bueno, a mi sí me cabe esa duda: si algo caracteriza al ser humano es la falta de memoria y al tercer día de salir a la calle esta situación nos habrá parecido una anécdota y poco más).

El mundo cambia y comienza por el silencio atronador que nos rodea. Ni coches, ni gentes en las calles, ni comercios, ni chiquillos, ni balonazos.

¿Cómo recordarán, si recuerdan, nuestros hijos estos días?

El “pause” del mundo comienza por enseñarnos a parar, a estar obligatoriamente en casa para hacer todas esas cosas que cuando estamos en casa no tenemos tiempo de hacer. Obliga a convivir con esa gente tan simpática que fíjate, vivía con nosotros y que veíamos todos los días pero de vez en cuando. Nos obliga a mantener la distancia, pero de verdad, una distancia fría que impide el contacto con otros. Nos obliga a darnos ánimo y a decir te quiero. A preocuparnos por otros que están lejos ahora que no podemos estar cerca.

Pero también este “pause” saca lo peor de unos cuantos: de esos que alimentan odios, que no apoyan y frenan, de esos que se pasan la vida buscando culpables, responsables, creando enemigos, formando trincheras. Esos son el enemigo. Más dañinos que el virus porque cuando éste desaparezca, éstos agitadores del odio no habrán aprendido nada.

El mundo se para y nosotros paramos en seco. No somos tan importantes, ni lo que hacíamos imprescindible. El universo sigue su ritmo y nosotros descubrimos que alrededor de nuestro ombligo el mundo seguía su curso.

¿Volveremos a ser los mismos? Puede. O puede que no.

El caso es que a mucha gente le ha dado por hacer miles de cosas para ocuparse en no pensar. A otros no. A otros nos ha dado por no hacer absolutamente nada (pensar tampoco) y leche, para una vez que podemos parar qué insistencia con llenar las horas de actividades.

Pero el ruido volverá. Volverá y nos dejará sordos y ciegos. El ruido que vendrá después de esto será una nueva pandemia. Una que no estará en nuestras manos solventar con solo quedarnos en nuestras casas ni saliendo a gritar fuera.

La pandemia que viene será esa que nos sigue diciendo que todos los políticos son casta y que ninguno cree en nosotros. Y nosotros, no deberíamos a partir de ahora creer en ellos.

Si algo hace falta para salvar al mundo es la clase obrera. Eso es lo que este virus ha puesto sobre la mesa y lo que nadie podrá negarnos nunca: que el pueblo salva al pueblo.