A una mirada de distancia

29 mar 2020 / 13:10 H.

Una sociedad que no es capaz de proteger a sus niños no tiene derecho a llamarse sociedad. Verán, hace tiempo, en este país de las Españas hubo una guerra, injusta, como todas las guerras del mundo; una guerra que destrozó a todo un pueblo y que con la máxima expresión de la crueldad sufrieron los niños de aquella época. Unos inocentes niños, que hoy conforman la población más mayor de esta época que estamos viviendo.

Nuestros mayores jubilados, quienes desde su trabajo, sacrificio y constancia han sido capaces de sostener sobre sus espaldas, en todo momento, la preservación heredada de lo básico, para que simplemente, las personas sencillas, vivamos. Esta es la labor que, a lo largo de la historia, los malvados, le ha asignado al pueblo llano, explotándolo. Y nuestros mayores bien lo saben, y por la sangre de su sangre, con abnegación lo han hecho y soportado a lo largo de sus vidas. Pero las más tremendas de las injusticias, siempre, se ceban con los inocentes. Así de ese modo, la historia se repite una y mil veces. Y en estos momentos, en este país de las Españas, quienes configuran el grupo poblacional de octogenarios, y quienes se dan la mano con estos, tanto por abajo como por arriba, no merecieron por su infancia y no merecen en su vejez la brutal desprotección ante los efectos de las guerras: la que vivieron civil y la que están viviendo del coronavirus. Nuestros mayores están muriendo en gran número y con gran brutalidad en las residencias geriátricas, más allá de sus respectivas patologías, porque no están bien protegidos. Y están muriendo, bajo el más atroz de sus sentimientos, sintiéndose abandonados de su propia familia ya que no pueden ser acompañados en su último momento de vida. Todos cuantos han muerto, mueren y morirán en estas circunstancias, no merecen tal final en su vida. Una sociedad que tampoco es capaz de proteger a sus mayores no tiene derecho a llamarse sociedad. Y cuando una sociedad no es capaz de proteger a sus niños y mayores, es incapaz de configurarse y erigirse como un Estado ya que su aspiración como tal Estado, meramente, es un clan de clanes rivales.

Un clan de clanes rivales sostenido por gobiernos (todos los pasados de la democracia, y hasta pudiendo serlo los actuales, que hoy gobiernan), que solo obedecen a los mandatos de las políticas neoliberales que están sometiendo a la humanidad, mientras afanosamente llenan de billetes los insaciables bolsillos de los malvados de la Tierra. Es ahora, más que nunca, cuando la economía tendría que estar fuera de todos los discursos y comparecencias de los gobernantes, oposiciones o aspirantes; porque lo realmente preocupante son las personas que configuran el pueblo, y son estas las que deberían de ocupar la centralidad única de todos los tableros y todas las partidas que dirigen los gobernantes de esta España en jaque. Ni una sola desprotección más. No podemos consentirlo: es la sangre de nuestra sangre, la que ya fue revuelta en el ajetreo de su infancia y ahora es removida en el reposo de su vejez. No merecen tal trato. Se merecen el máximo de los esfuerzos y de los respetos para mantenerlos vivos y visibles entre nosotros, y no, encerrados en el corazón de nuestros recuerdos. Sirva esta tribuna como enérgica denuncia sobre la injusticia de desprotección que se está cometiendo contra nuestros mayores; pero también y, sobre todo, como homenaje a todos los que entre nosotros se mantienen vivos desde su lucha y, principalmente, a los que también luchando y sin compañía se fueron. Porque todos ellos saben, porque durante su vida así lo aprendieron, aquello que decía mi abuelo, uno de esos tantos mayores qué un día también lo fueron de este país: “vendrán otros días y otras batallas que pelear”. Y queremos vivir esos días y pelear esas batallas. Sí, y hacerlo todos unidos, juntos; niños, jóvenes y mayores, pasando lista y sin que nadie falte. Sin clanes.

El Mundo es un tipo activo e inteligente, incluso diría que charlatán, que una vez más en la historia, ha decidido pararse en seco para reflexionar, porque se ha dado cuenta que nosotros aún no somos capaces de hacerlo por sí solos ni poco a poco, eso sí, pagando por ello un elevado precio.

El Mundo ha decidido respirar, cerrar los ojos y adentrarse en un profundo sueño. En él, está componiendo, es por esto por lo que no se le puede molestar, necesita silencio; así quiero imaginarlo. Se trata de una pieza melancólica, de anhelo y un tanto complicada, y lo hace a través de las teclas de su particular piano. Tiene una habilidad imperiosa para improvisar, y sobre la marcha va introduciendo en los compases notas que en su conjunto tienen pinta de entonar una bonita melodía, aunque ahora mismo pueda sonar un poco a ruido desordenado, el día de su estreno tendremos la oportunidad, en el mejor de los escenarios, a cielo descubierto, de escuchar tan majestuosa obra.

Resulta curioso la capacidad para imaginar y de inventar que estamos desarrollando. En estos tiempos de reflexión, cada uno, honestamente, desde su pequeñito espacio puede llegar a darse cuenta o quizás no, de todo lo que realmente es necesario para subsistir, incluso puede determinar lo que realmente le proporciona la verdadera felicidad. Algunos habrán descubierto que lo han tenido al alcance durante todo el tiempo, porque está en ellos mismos, otros en cambio, se habrán dado cuenta de la importancia que tenían aquellas cosas o personas de las que creían no tener que desprenderse nunca y de las que se han visto obligados a renunciar en estos días.

La manera más bonita de contarlo sería el momento en el que El Mundo se despierte de nuevo, y tras tantos días y noches eternas, hayamos sido capaces de retener en nuestra memoria ese sueño y esa melodía, demostrando que todo el esfuerzo que está haciendo El Mundo, todo el sufrimiento por el que han tenido que pasar tantas y tantas personas, nos ha servido para valorar lo verdaderamente importante.

Sinceramente, en este tiempo de silencio lo que atesoro profundamente es la positividad y la empatía con los demás, con la propia naturaleza, es lo único que las personas a corazón decubierto podemos regalar cuando lo material no está a nuestro alcance. No es momento de resentimientos, de quejas o reproches, lo que únicamente puedo justificar es el dolor incalculable de aquellos que han perdido a sus seres queridos sin ni siquiera un adiós previo que pueda calmar una parte de su pena. Porque todo lo demás es recuperable.

Es difícil y a la vez es fácil que fluyan las palabras, y más ahora, que ya casi todo está dicho, sin tocarnos, pero viéndonos. Afloran otros sentimientos que hablan solos. El silencio por primera vez tiene voz. La voz de un Mundo a través de un sueño.