El olivar intensivo del futuro, ¿programado?

05 ene 2020 / 12:01 H.

La obsolescencia programada es la previsión del fin de la vida útil de un producto, de modo que tras un periodo de tiempo calculado de antemano por el fabricante, durante la fase de diseño del mismo, este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible por diversos procedimientos, por ejemplo por falta de repuestos, o simplemente “pete”, o se averíe sin causa alguna, por “programación interna, que haga imposible su arreglo —tal y como suele ocurrir en las nuevas tecnologías informáticas— y haya que comprar otro nuevo que lo sustituya. Un “software” (programa) que no goce de actualizaciones periódicas sufrirá eventualmente de obsolescencia debido a que se queda atrás en comparación a la tecnología digital al dejarse de desarrollar aplicaciones para el programa. El primer producto afectado por la obsolescencia programada fue la bombilla incandescente creada por Thomas Alva Edison en 1909, cuando creó un prototipo de duración de 1.500 horas. Al principio el objetivo era crear bombillas más durables, sin embargo todo cambió cuando las compañías fabricantes se aliaron para establecer una duración máxima de 1.000 horas de uso y penalizar a los fabricantes que violaran la nueva norma; en aquel entonces, la conciencia ecológica y de derechos de consumidores era prácticamente inexistente entre la población y para las empresas, por lo que la sociedad de entonces terminó tolerando esta práctica. Hoy está extendida a la mayor parte de los electrodomésticos, componentes eléctricos y electrónicos, aparatos o motores industriales, e incluso a la biología y la alimentación.

En los años treinta, y como respuesta al crack del 29, Bernard London propuso, para salir de la depresión económica, una ley que pusiera fecha de caducidad a los productos, de manera que los consumidores se vieran forzados a comprar uno nuevo una vez pasado un tiempo estimado suficiente para poder afrontar el gasto, perdiéndose a su vez los viejos oficios de reparación. Es frecuente encontrarse en los alimentos envasados, en vez de la fecha de caducidad, una “fecha de consumo preferente”, y es porque los alimentos siguen conservando, con el paso del tiempo, la mayoría o la integridad de sus virtudes nutritivas y sanitarias, pero no su apariencia, textura, aroma o color; sin embargo, esto basta para que los alimentos se desechen y se compren otros.

La mayoría de medicamentos contiene componentes químicos cuya vida útil es limitada, sin embargo, algunos laboratorios reducen la fecha de caducidad de los fármacos que producen con el fin de obtener mayores ganancias en el negocio de la salud, ocasionando que los pacientes desechen los supuestamente vencidos para adquirir otros nuevos. Compañías, como “Monsanto”, la multinacional estadounidense, una de la mayores productora de agroquímicos y fitosanitarios destinados a la agricultura, propusieron semillas genéticamente alteradas, que se vuelven estériles e inútiles una vez que han dado la primera cosecha, aunque siendo esta mucho mas productiva y rentable inicialmente, desconociéndose aún las repercusiones genéticas sobre esas plantas “genéticamente modificadas” en nuestro devenir alimentario.

Las explotaciones súper-intensivas de olivos está suponiendo una verdadera revolución dentro del sector olivicultor. “La forma de plantar olivos ha cambiado de manera radical”, señala Miguel Ángel Llerena, ingeniero técnico agrícola y director de vivero. Antiguamente los agricultores cortaban una rama leñosa de un olivo y los colocaban en una maceta, o directamente, en un profundo hoyo del sitio elegido esperando a que se enraizase y creciese, cosa que llevaba mucho tiempo. “ahora partimos de esquejes del tamaño de un palillo que conseguimos de nuestras ‘plantas o pies madres’, los enraizamos en macetas de plástico y al agricultor se los entregamos listos para plantarlos; se dispone incluso de máquinas plantadoras guiadas por GPS para colocar cada olivo en su sitio”. Las variedades seleccionadas suelen ser las más productivas: arbequina, koroneiki, frantoio , o incluso picual, en plantaciones intensivas —entre 200 y 300 por hectáreas—; o súper intensivas o en seto —1.500 a 2.000 plantas por hectárea— frente a las plantaciones tradicionales —100 plantas por hectárea—. Estas plantas, de vivero, suelen ser “nebulizadas”, sistema de crianza de plantones de vivero basado en la aplicación de reguladores de un alto crecimiento y un rápido enraizamiento, combinando humedad relativa intermitente, temperaturas estables y regulación climática, tratamientos fungicidas preventivos, con cuya técnica se logran obtener estaquillas, certificadas contra enfermedades congénitas, de unos 30 centímetros de altura en pocos meses, reduciendo los años de crecimiento en campo, llegando a la madurez productiva en menos de cinco años —cuando tradicionalmente se tardaban entre ocho y doce años—, plantaciones superintensivas en setos o intensivas de un solo pie y marco de plantación muy reducido, realizando recolecciones con cosechadora y con escasa mano de obra; y obteniendo superproducciones entre 10.000-12.000 kilos por hectárea.

¿Pero qué pasará cuando estas plantaciones intensivas o superintensivas superen los 50 años de vida? ¿Se quedarán obsoletas por tener, también intrínsecamente, una obsolescencia biológica programada? El crecimiento genético superforzado, la falta de luz interior en sus troncos, la superproducción de frutos y todos los demás elementos de aceleración biológica inducidos, es posible que acorten sus ciclos productivos, e incluso vitales, asimilando este cultivo intensivo del olivar a la vida media de otros frutales, no superiores a los cincuenta años, muy alejados de nuestro olivar tradicional superior a esta edad, centenarios, o milenarios como el olivo de Fuente Baena, del municipio de Arroyo del Ojanco, de una altura de 9 metros, un perímetro de tronco en su base de 3,5 metros y un volumen de ramaje de 260 metros cúbicos, capaz de producir sólo —algún año— 850 kilos de aceituna. Los antónimos de obsolescencia programada son alargascencia y durascencia, como nuestro olivar tradicional; que para subsistir económicamente, pese a su longevidad biológica, debería ser competitivo con el olivar intensivo, reconociéndose sus valores en mejores precios de envasado, por su mayor creación de empleo, por su singularidad y calidad; y reconociéndose, por tanto, en discriminación positiva subvencionable —como ya lo es el ecológico— en todos los niveles agronómicos y alimentarios europeos. Rafael Cárdenas, director del Centro de Excelencia para Aceite de Oliva de GEA Iberia, dice que ya ha llegado “el fin del sector oleícola, tal y como lo conocemos, porque va a cambiar mucho en las próximas décadas, a más profesional, con mejores medios y nuevas tecnologías... los campos se transformaran y serán hileras de olivos en alta densidad en su gran mayoría”. Y muchos de nosotros lo creemos así, aunque nos llena de temores e incertidumbres, tantas como cuando nos hacen tirar una camisa antigua, con apego emocional y aún aprovechable, con la única excusa de que ya no está al pairo de la moda, porque ha sido declarada como “obsolescencia percibida” por las modas y tendencias textiles. “Renovarse o morir”, que diría el filósofo francés Jean Paul Sartre, aunque con otros propósitos.

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Notas del pintor Vincent Van Gogh (1853-1890)
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Acabamos y comenzamos el Año Nuevo, en esta colección de “artistas invitados del olivo”, con el más genial de los artistas plásticos conocidos, y valorado actualmente, en esta monotemática del olivar y del aceite de oliva. Fue un pintor neerlandés, uno de los principales exponentes del postimpresionismo. La calidad de su obra fue reconocida solo después de su muerte, considerándose en la actualidad uno de los grandes maestros de la historia de la pintura. Influyó en el arte del siglo XX. Los últimos años de Van Gogh estuvieron marcados por sus permanentes problemas psiquiátricos, que lo llevaron a ser recluido en sanatorios mentales. Dando paseos por los alrededores de la clinica, pintó sus conocidas obras con temas de pinos, cipreses y olivos bailando; fue cuando desarrolló los efectos pictóricos ondulantes en los árboles. Este es uno de los quince lienzos de olivos que ejecutó entre junio y diciembre de 1889. Una pintura vibrante. Adoptó una técnica de trazo rápido y vigoroso. La línea ondulada es una de las características más reconocibles del pintor y pueden ser una analogía de su psique atormentada.