Compras

    09 jun 2019 / 11:38 H.

    A partir de que acordaran un precio, la adquisición del piso fue sencilla. La generosidad del vendedor era natural porque una familia que se va a tantos kilómetros de distancia, tantos como para tener que ir en avión, se ve obligada a dejar partes sustanciales de su existencia. Los compradores se quedaron con los muebles que quisieron, incluido un armario ropero Art Decó de los años treinta que había en el trastero. Sus puertas estaban decoradas con una rutina de formas que sintetizaban la cola de un pavo real y contorneaba la luna de un espejo en perfecto estado. Una etiqueta metálica serigrafiada con tinta negra sentenciaba su origen: Gascón-Paris. Los compradores tuvieron tiempo y calma para ir adaptando la casa. Una mañana de domingo, mientras su mujer se dedicaba a cambiar unos muebles de sitio, decidió recuperar el armario. Después de muchas pruebas, ninguna de las llaves que le había dejado el vendedor ninguna abría. Forzar las puertas macizas de castaño sería un atentado. Llamó a un cerrajero especializado en urgencias: ¿me deja usted las llaves?, y eligió una que entró sin dificultad y que después giró con un movimiento suave y simple de los dedos. El operario aclaró: lo mismo ha estado usted probando otras llaves; suele pasar. Le voy a cobrar únicamente el desplazamiento. El dueño del piso le dio las gracias mientras intentaba abrir la puerta, pero fue imposible. Sin embargo, el otro lo hacía con soltura. Después de un rato el profesional concluyó: lo que vamos a hacer es dejar la puerta sin echar la cerradura. Cuando subió al piso y contó la anécdota, la mujer le preguntó: ¿pero que hay en el armario? Hizo una pausa larga antes de contestar: pues con la cosa de la cerradura no lo he mirado. Es lo primero que hay que hacer. Todos los compartimentos estaban vacíos salvo un altillo en el que había seis urnas de jade, cada una de distintos estilos y todas ellas labradas con tres letras. La mujer con decisión las abrió: ¡son cenizas! Y estas letras son las iniciales de los muertos. La letra B se repetía, pero ninguno de los vendedores tenía la letra B en sus apellidos. Durante todo el domingo pensaron qué hacer con las cenizas: ¿tirar las urnas?, ¿vaciarlas en el cuarto de baño?, ¿buscar al vendedor del piso?, ¿decírselo a la policía? La mujer tomó la llave y con decisión cerró la puerta del armario. Después, ambos intentaron abrirla sin conseguirlo. La humedad del trastero se estaba haciendo pesada. Se miraron y aunque no pronunciaron palabras sabían que esa era la solución. Días después, cuando bajaron al trastero, la puerta del armario estaba abierta. La volvieron a cerrar. No miraron dentro, no se atrevían, y tomaron la decisión de poner en “Yolovendo”: “armario Art Decó años treinta en excelente estado”. Se acompañaba de cuatro fotos en las que no se veían las urnas de jade.